lunes, 7 de febrero de 2011

Los Católicos putos


Cuando éramos chicos, el mundo era la misma mierda que ahora.


Habían choros, asesinos, drogadictos y seguro que homosexuales por doquier (aunque a éstos me los perdí por boludo). En el cole te pegaban los más grandes y la señorita de cuarto grado prefería a los alumnitos rubios. Las calles estaban llenas de basura y de depravados que podían raptarte, violarte y, aún peor, robarte sin violarte.


Todos los días, una señora cargando un bebé o un nenito que apenas sabía hablar golpeaba la puerta para pedirte algo de comer o unas moneditas. Por la calle pasaban carros llenos de bolsas de basura tirados por caballos que daban tanta pena como los que los cagaban a fustazos mientras que los Mercedes y los Audis los esquivaban a veces con paciencia, a veces con bocinazos. Las señoras del barrio malcogidas y/o menopáusicas se reunían en las verdulerías o peluquerías a comentar los últimos escándalos de conocidas con embarazos adolescentes o de esposas golpeadas y/o abandonadas. Mientras tanto, sus maridos gastaban lo poco que podían ahorrar a escondidas para pagarle a la puta o a la travesti por el pete de siempre.


La plata apenas alcanzaba, el gobierno era corrupto. Y, para colmo, sólo habían 3 canales de televisión cuya mejor oferta era Telemanías o Atrévase a Soñar.


Pero los domingos íbamos a misa.


Ahí todos éramos buenos. Incluso el gordito del curso que nos pegaba a todos y nos robaba la plata para comprarse un Tubby 3 o un juguito de durazno te daba el beso de la paz. La señorita de cuarto grado tenía el pelo sujetado con un moño enorme y sonreía a todos los padres de sus alumnos, aunque estuvieran mal vestidos o no fueran rubios. El verdulero del barrio, que debía más alquiler que Don Ramón, estaba ahí bañadito y perfumado, con cara de respetuoso empresario.


Habían vecinos que se odiaban hacía años, cuñadas que vivían cuereándose mutuamente, hermanos que pensaban cagarse la herencia, pero ahí estaban, haciendo filita en el confesionario o sentados con cara de humildes mientras escuchaban (reprimiendo bostezos) que Jebús nos amaba a todos.


Era un momento en la semana para sentirse bueno. No para serlo, porque tampoco lo éramos durante la semana. Pero los domingos a las 8 de la noche (o a las 9 de la mañana, para los que madrugaban) nos sentíamos todos buenos.


En la Iglesia, aprendíamos a fingir que éramos buenos. Aprendíamos que podíamos hacer cualquier cosa, total después nos confesábamos o, simplemente, íbamos a misa con cara de humildes y el cura nos decía que estaba todo bien. Aprendíamos que podíamos estafar, denigrar, despreciar, humillar, defenestrar, odiar y hasta exterminar a todo aquello que no fuera normal, o sea, católico. Y hasta incluso podíamos hacerlo con algunos católicos, porque hay católicos blancos y católicos negros, católicos con Mercedes y católicos con sulqui, católicos heteros y católicos putos.


Sí, hay católicos putos.


Tienen hasta páginas web así que pueden googlearlos si no me creen.


Así es, existe una especie de línea o corriente de pensamiento (ejem!) dentro de la gran corriente de pensamiento católico (ejem! ejem!) cuyo principal postulado es que se puede ser católico y homosexual. Acá hay que distinguir entre los cristianos gays y los católicos gays. Los cristianos gays rechazan a Roma pero no a la Biblia, por lo cual serían una especie de secta protestante más, con toda la validez o invalidez que eso supone.


Pero los católicos gays son personas que dicen ser católicas y homosexuales a la vez a pesar de que la institución de la iglesia católica considera a la homosexualidad como un pecado y rechaza al homosexual.


¿Cómo concilian ese problemita? En primer lugar, usan la hermosa y gastada frase de “Dios ama al pecador y odia al pecado”. Es decir, está mal ser homosexual pero no hay que enojarse con los homosexuales ni despreciarlos sino ayudarlos a que se deshagan de esa horrible mácula. Por lo tanto, un católico (o, también en este caso, cristiano) puto no es más que un pecador que debe luchar contra su perversa bestia interior y arrepentirse de su pecado, igual que un católico (o cristiano) ladrón o un católico (o cristiano) asesino.


Un pecador puede salvarse y convertirse en cristiano con todas las letras si se arrepiente de su pecado y no vuelve a cometerlo nunca. Por lo tanto, un católico puto es una especie de “proyecto de católico” o un puto “en vías de ser católico”.


Por supuesto, todo parte de la base de que la homosexualidad es un pecado. Para alguien que disfruta a pleno su sexualidad (homosexual o no), todo lo anterior no tiene sentido y parece un argumento típico al que se aferraría un amargado, un enfermo o un fracasado. Pero, para aquellos que viven con pesar su sexualidad, todo lo anterior tiene sentido y la homosexualidad se vive como un pecado ya que es una práctica sexual sin fines procreadores.


Pero ¿cómo sabemos que algo es un pecado? Teóricamente, un católico verdadero, para saber qué es un pecado y qué no lo es, debería consultar la Biblia. Y resulta que en el Antiguo Testamento hay un par de frases de mal presagio sobre los hombres que se acuestan con hombres. Quizás parezca poco, pero ahí está. La Biblia considera pecado a la homosexualidad. O, al menos, promete el infierno para los hombres que se acuestan con hombres. Por lo tanto, para alguien que cree que la Biblia es la palabra de Dios, (es decir, para un católico) no deberían haber dudas: si te la comés, te vas al infierno.


A menos que tengas tiempo de arrepentirte, claro.


Pero, para algunas personas (por no decir el 85% de la población mundial, si tenemos en cuenta los datos del Anuario Pontificio del 2010) lo que diga o no diga la Biblia importa tanto como lo que diga el horóscopo de un diario chubutense. Claro que ésto, a un católico verdadero debería tenerlo sin cuidado. Los católicos verdaderos deberían dejar de lado todas las estadísticas y centrarse en lo que diga la Biblia (así y todo, hacen estadísticas y razonamientos lógicos para explicar la fe). Pero a los católicos putos, obviamente, la sóla lectura de la Biblia no les alcanza, entonces, además de reinterpretar de mil formas diversas los pasajes homofóbicos del Antiguo Testamento y de resaltar toda frase bonita que haya dicho Jesús en favor de los miserables y los desvalidos, se dedican a crear una nueva forma de clasificación de pecados. Es decir, crean una nueva religión, aunque proclamen seguir perteneciendo a la Iglesia Católica.


Teniendo en cuenta que cientos de ladrones, estafadores, asesinos, violadores, secuestradores, abusadores de menores, terroristas, etc., van a misa cada domingo y se cuelgan un crucifijo del cuello con todo orgullo, nadie debería sorprenderse de que un puto, tan pecador como todos esos, haga lo mismo.


Pero a mí sí que me sorprende.


La Iglesia Católica ha luchado contra los homosexuales con todos sus recursos desde, aproximadamente –y con toda seguridad-, el siglo XI. Ha sido la principal responsable e instigadora de torturas, asesinatos y privaciones de derechos para los homosexuales en Occidente. Y lo sigue siendo, como quedó clarito hace unos meses en Argentina con el debate previo a la promulgación de la ley del matrimonio igualitario.


Y así y todo, existen decenas de locas pelotudas que ponen “católico” cuando en un perfil le preguntan la religión.


Claro que si te ponés a hablar con algún católico puto y le preguntás cómo puede ser católico si la Iglesia Católica lo rechaza, te sale con que “no, porque una cosa son mis creencias y otra cosa son las de la Iglesia”.


¡Y claro que sí, loca boluda! Tus creencias son una cosa y las de la Iglesia Católica son otra. Vos creés que te la podés comer y Dios te sigue amando, la Iglesia Católica cree que si te la comés merecés el infierno. Por lo tanto, no digás que sos católica. No les des tu nombre para que te cuenten dentro de los 1.166 millones de bautizados que –de nuevo, según el Anuario Pontificio de 2010- existen en el mundo.


Ya es un escándalo que en un mundo 6 billones de personas exista una institución que quiera imponer su doctrina al mundo entero cuando esa institución sólo está conformada por 1 billón de personas (si es que querés creer en el Anuario Pontificio, aunque si creés en la Biblia no te va a costar mucho). Pero sería aún más escandaloso si todos los putos pelotudos que se bautizan y dicen ser católicos dejaran de prestar su nombre y su apoyo, moral o económico, a la institución que los persigue y les coharta sus derechos como ninguna otra.


Hace casi medio siglo que la Iglesia Católica está inmersa en la peor crisis de su historia. No sólo han perdido fieles sino que cada vez menos gente quiere ser cura o monja o hacer un seminario. Y lo peor, cada vez pierden más plata y hasta peligran las subvenciones estatales que tienen en el tercer mundo (que supongo les durarán lo que les duren las escuelas que tienen en barrios marginales). Nadie, salvo alguna vieja boluda de algún pueblo perdido, se siente identificado con los valores e ideas que pregonan. Políticos, artistas, filósofos, científicos de todas las líneas y nacionalidades consideran al catolicismo –en el mejor de los casos- como un resabio medieval o un estorbo social.


Pero ahí están todas esas locas que, a pesar de todo ello, siguen repitiendo como zombies carcomidos que son católicas.


Y estoy convencido que la explicación está en que, cuando éramos chicos, putos y heteros íbamos a la Iglesia a jugar que éramos buenos.


El cristianismo pegó en el Imperio Romano y se impuso sobre cualquier otra doctrina porque apeló a los miserables, a los rechazados, a los últimos. Les dijo a los pobres que no estaba mal ser pobre y que algún día tendrían todo lo que tenían los ricos. Les dijo a los últimos que los últimos serían los primeros. Llevó unos cuantos siglos convencer a suficiente gente (y a algunos no terminaron de convencerlos nunca) como para crear una institución y empezar a cobrar impuestos a cambio de promesas y currar en serio. Pero, finalmente lo lograron y estos santos preocupados por la miseria humana acumularon suficiente oro como para alimentar a toda Africa durante un año o más.


Ahora es cierto que lo están perdiendo todo. Pero en estos tiempos de crisis es cuando más se nota la verdadera fuerza que tienen: apelan a la miseria, a la humildad, al deseo de sentirse bueno. Y con eso consiguen que un montón de locas necesitadas de afecto, de contención y llenas de ganas de sentirse buenas se proclamen católicas, sólo porque cuando eran chicas, los papis las llevaban a misa y se sentían buenas.


Y, como siempre, lo que importa no es ser bueno, sino sentirse bueno. No importa que realmente te preocupe lo mal que anda el mundo, lo importante es que los vecinos te vean preocupándote.


Así y todo, cuando se sienten un poco dudosas de su postura, las locas católicas saltan con su último manotazo de ahogado “Bueno, pero la Iglesia hace cosas buenas también. Mirá la Madre Teresa sino”.


Y sí. Seguramente, la Madre Teresa era muy buena. También habían, seguramente, nazis muy buenos que dejaron escapar a algún nenito de la cámara de gas o que le dieron de comer a alguna judía o gitana vieja que se estaba muriendo en las ruinas de su casa. Pero el nazismo siguió siendo el mismo: una doctrina que predicaba la intolerancia, la opresión del débil y la aniquilación de lo diferente. Es decir, una doctrina del mal. Y por muchas Madres Teresas que hayan, el catolicismo seguirá siendo la misma doctrina intolerante, maléfica, hipócrita y homofóbica que fue desde siempre.


Que el cura de la parroquia a la que ibas de chico o la monja que atendía la cantina de tu colegio hayan sido excelentes personas no justifica en absoluto que la Iglesia Católica predique la intolerancia y utilice sobornos y amenazas para influir en la legislación de tu país de modo tal que tengas que vivir humillado y perseguido y, por si fuera poco, sientiéndote pecador.


Por suerte, hoy nadie va a misa, sólo los viejos y algún que otro boludo de mi generación. Pero las nuevas generaciones van a crecer más libres que la nuestra, van a estar menos impregnadas de ese veneno que nos metieron a nosotros desde chicos que nos hace repetir casi con inercia “católico” cuando alguien nos pregunta de qué religión somos.


Probablemente el mundo siga siendo la misma mierda que es y fue siempre, pero al menos, para los que hoy tenemos alrededor de 30 años, es y será un placer ver a la Iglesia Católica decaer y arder como la Babilonia del Apocalipsis.