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viernes, 10 de febrero de 2017

The Deeper I Go, The More That I Know


Cuando era adolescente, odiaba profundamente ir a bailar.
Claro, estaba obligado a ir a boliches heteros con mis amigos heteros, que buscaban, coqueteaban, histeriqueaban, chapaban (así se decía en los 90) y, con muuuucha suerte, cogían con mujeres heteros.
¿Puede haber una plan más aburrido para un gay? (no, no me calentaban mis amigos heteros: eran o feos o gordos o jugadores compulsivos del street fighter-cosa que yo, como Chun Li, también era- o, simplemente, aburridos)
No sabía que ya existían boliches gays en Córdoba. Y aunque lo hubiera sabido tampoco me hubiera atrevido a ir, tema del que ya hablé bastante acá.
Pero bueno, ahora que tengo 36 añitos, que conozco lugares gays que tengo dinero propio, auto, depto limpio y (digamos) medianamente ordenado para traerme un levante ¿Estoy saliendo todos los findes a reventar la noche? ¡No! Porque no tengo amigos con los que salir.
Resulta que están todos casados o en pareja así que cuando los agito para ir aunque sea media horita a mirotear locas, me contestan con un rotundo y certero:"¿para qué voy a salir si no puedo levantar a nadie?".
Es un argumento incontestable, pero sé que no es cierto. Tanto a mí como a ellos nos gustaría poder decir que son sus parejas los que los tienen castrados y atados a la casa mediante escrupulosas manipulaciones o escandalosas escenas producidas por los celos. Pero no, son ellos los que están con la panza mirando el techo mientras dejan que Netflix los lobotomice como antes los lobotomizaba el face, el youtube, el msn, Tinelli y, por supuesto, el Street Fighter.
La vida  actual está terrible y cruelmente diseñada para que los gays tengamos que tener problemas a cualquier edad a la hora de salir a divertirnos. O bueno, también podría pensar que a los 36 años ya debería estar casado o en pareja y pasar mis noches de viernes y sábados mirando series en la cama.



Lamentablemente -o afortunadamente, ya la verdad no sé- a esta altura de mi vida ADORO salir a bailar. Después de pasarme años yendo obligadamente a lugares heteros llenos de heteros, no hay nada que me ponga más contento que poder ir a un lugar gay que esté lleno de gays. Incluso hoy, que ya pasó tanto tiempo y tanta agua bajo el puente (y tanta leche por...).
Y, como la mayoría de la gente, no me sale ir a bailar solo. 
¿De dónde viene esa estructura tan fuerte que tenemos todos -tanto heteros como gays- de pensar que salir solos es de locos? ¿Será por que recordamos a esos viejos con cara de depravados que nos miraban desde la barra mientras agitábamos nuestros encantos en la pista? ¿Será por que ir a bailar es un momento donde tenés que demostrar que tu vida es un éxito y tener amigos divertidos, lindos y bien vestidos es parte de ser exitoso? ¿Será por que tenemos que pagar el alcohol solos en vez de ir a medias o aprovecharnos de la generosidad semi inconsciente de algún amigo borracho que no para de comprar tragos?
Buen tema para hablarlo con un terapeuta (si tuviera) con un antropólogo (si conociera alguno que no viva fumado) o para armar algún futuro post.


La cuestión es que, el viernes pasado, me harté de las eternas negativas de mis amigos para acompañarme al boliche (que encima vienen acompañadas de fabulosas y tentadorísimas contra-invitaciones a sus casas para comer, ver películas y/o jugar a las cartas) y decidí salir solo.
Como siempre me pasa en esos momentos críticos de enfrentar situaciones nuevas, recurro a mi diosa -que por suerte ya vivió todo y tiene una respuesta para todo- y recordé el aburridísimo aunque inquietante video de una de sus mejores canciones: Deeper And Deeper.
Si Madonna salía sola en 1993 ¿Por qué no puedo hacerlo yo en 2017? 
Encarándolo así, era más fácil, así que me bañé, me peiné los rulos, me corté las uñas, me llené el bolsillo de forros y tic tacs, agarré las llaves de mi fiel peugeotito y enfilé para la peligrosa, insegura y casi intransitada avenida Julio Roca, donde se encuentra Zen.


Mientras manejaba, pensaba que estaba haciendo historia en mi vida. ¡Era la primera vez que salía solo a bailar! Bueno, en realidad no lo era, lo había hecho a los 21 o 22 años, pero en otro contexto y por otros motivos.
Ahora sí existía peligro.
Podía ser que esa noche me transformara en uno de esos viejos que se la pasan toda la noche apoyados en una pared mirando a los demás bailar y divertirse. O podía ser que me transformara en uno de esos viejos que se pasan toda la noche bailando solos y borrachos en medio de la gente causando risas, asco y/o pena. 
Ambas opciones eran terribles, pero igual entré a Zen, decidido a empezar una nueva etapa de mi vida donde no necesitara agarrar en público el brazo de alguna amiga para que no me juzguen.
Ok, estaba temblando por dentro, lo admito. Con cada loca que me miraba más de un segundo, mi mente gritaba irremediablemente: "Está pensando que sos un solterón fracasado, sin amigos, insoportable, degenerado, sinvergüenza y hasta quizás asesino serial, zombi y/o extraterrestre".
Pero pronto me dí cuenta que era mi cabeza, que nadie me prestaba mucha atención y que, aunque no lo pueda creer, no soy el centro del mundo de los demás.
Aún no sé cuál sentimiento es peor, pero sigo con mi aventura. A poco de entrar pedí una cerveza para darme ánimos y me apoyé inevitablemente en la barra para tomarla. Y ahí estaban. Otros tipos solos, apoyados también en la barra, bebiendo y mirando gente.
Estaba a punto de empezar a clasificarlos según edad, ropa, apariencia, bebida que consumen, postura corporal, etc (para así poder encontrar algo en lo que los viera inferiores a mí y asi poder pensar que los perdedores eran ellos y no yo) pero mis prejuiciosos intentos se vieron interrumpidos por un suave toqueteo en mi brazo (las locas no nos golpeamos) y un altísonante "¡Rubio! ¿Sos vos? ¡Tanto tiempo!".
Era una loca con la que había cogido quizás en 2004 (o quizás 2006, qué se yo) y que después había cruzado en fiestas, boliches y redes sociales a lo largo de los años. Me dijo un par de pelotudeces sin sentido y casi inmediatamente me preguntó así, sin vaselina "¿Estás solo?".
Y ahí mi indomable y orgulloso espíritu aventurero se arrugó igual que pito frente a culo sucio y dije, fingiendo despreocupación: "No, estoy con unos amigos, pero no sé dónde andan".
"Ah, sí, los míos tampoco sé donde andan..." siguió él.
Y siguió hablando boludeces mientras yo lo odiaba internamente por obligarme a ser cobarde. ¿Porqué no le pude decir "Sí, vine solo"? ¿Quién es esta loca que ni recuerdo cómo se llama -ni cómo cogía hace 10 años o más- para que me importe lo que piense de mí? ¿Cuando Madonna se encuentra con el clon de Axl Rose le dice "Sí, vine sola" o "Estoy con la Cindy y la Tina y la Annie, que andan por ahí?"



Bueno, el moco estaba echado y no había nada que hacerle, así que toleré un rato de charla pelotuda típica de boliche y me despedí para ir al piso de arriba, mientras pensaba que "Es la primera vez. La próxima ya me voy a atrever a decir que salí solo".
Y entonces, de nuevo intervino la maldita justicia poética y en la punta de la escalera casi me choqué con otras dos locas que conozco por ser amigas de un amigo. Ahí nomás me atacarton con un "¡Hola Rubio! ¿Qué hacés? ¿Viniste con el Gonzalo?".
Mi respuesta fue un confuso "No...emm...estoy con...con otra gente".
Lo dije bajito, esperando que la música tapara mi cobarde respuesta. Pero me escucharon y contestaron "Ah, bueno, ya me parecía, por que a la Gon ya no la dejan salir más ¿viste? jaja, el novio es re mala onda...etc etc etc".
Estuve un rato con ellos y de nuevo me alejé. Había fracasado por segunda vez en enorgullecerme de mi independencia. Y lo peor de todo es que empezaba a notar un patrón: había salido solo pero el boliche estaba lleno de locas conocidas y ex amantes. Y todos me iban a preguntar "¿Con quién viniste?" o "¿Estás solo?".
¿Cómo no lo pensé antes? Si llevo saliendo como 17 años sin parar dentro de un ambiente bastante reducido como es el ambiente gay, es inevitable que pase.
Empecé a pensar en irme, pero no. No me iba a dejar ganar. Me iba a quedar y a disfrutar mi salida solo aunque todo el boliche hiciera fila para preguntarme "¿Viniste solo?".


Pero ¿cómo se puede disfrutar una salida solo?
Bailar solo, ni en pedo. No podría. Además, no le veo lo divertido.
Beber alcohol solo es casi tan divertido como jugar al ajedrez solo.
Observar a la gente...bueno, sí, es algo que me encanta. Pero no tengo con quién intercambiar mis interpretaciones de lo que veo, y no me iba a poner a anotarlas.
Lo único que queda es ir directo al grano, a la principal razón por la que uno sale.
Con esa idea, me acerqué a un pendejo que más o menos me gustaba y que me había pegado unas cuantas miradas desde que entré.
Como yo estaba solo y era mayor y a él se le notaba que era pasivo, le hablé primero.
También me preguntó si estaba solo. Y de nuevo, como un idiota, le dije "No, estoy con unos amigos".
Charlamos un rato y, después de comprobar nuestra incompatibilidad ideológica, política, intelectual y -sobre todo- musical, le dije "Me voy a comprar una cerveza, ya vengo" que en lenguaje gay de un viernes a la noche en Zen significa "Hasta nunca" y me fuí para la otra pista.
Allí tuve más aventuras de encare, a veces yo a veces el otro, y en todas dije "Estoy con unos amigos, no sé dónde andan".
Al final, me dí cuenta que no era tan grave el conflicto ético interior que me planteaba no decir que estaba solo y me olvidé del asunto.
El destino entonces pareció recompensar mi despreocupación y apareció un morocho hermoso de musculosa roja que dejaba ver todo un brazo tatuado. Nos sonreímos apenas vernos y al ratito estábamos charlando. Y al otro ratito, estábamos tranzando mal.
También me preguntó si estaba solo y ya, en modo automático, le dije "Estoy con unos amigos" y me lo tranzé rápido para evitar pensar de nuevo en éso.
Estuvimos un buen rato en la pista tranzando, charlando, descubriéndonos gustos comunes y calentándonos mutuamente, hasta que lo invité a mi casa y me dijo "Bueno, me despido de mis amigos, me acompañás al baño y vamos ¿Querés?".
Se despidió de sus amigos mientras yo me hacía la diva sosteniéndole la mano y lo acompañé al baño. Y mientras lo esperaba en la puerta (no tenía ganas de esperar un inodoro ni de que alguna loca borracha me mirara la pija en el vigitorio) ví una travesti como de 60 años recostada contra la pared del baño de mujeres. Estaba borracha o drogada, con la sonrisa desviada, mientras una mina, bastante borracha también, trataba de arrastrarla con ella y le decía "Dale, Naty, vamos". Se caían en el piso mojado (vaya a saber con qué) y se paraban de nuevo y los tacos se les doblaban y se caían de nuevo. Y se volvían a levantar riendo y puteando y cayendo de nuevo.



Eran la viva imagen de la decadencia que comienza a aparecer de diversas formas a las 4 y media de la mañana por todos los boliches de la ciudad.
Mientras veía eso, pensaba en mis amigos, todos durmiendo abrazaditos a sus parejas en sus casas después de ver dos o tres capítulos de algo en Netflix y listos para empezar el día en unas horas mientras que yo estaría cogiendo con un desconocido al que probablemente no volvería a ver nunca.
Fue uno de esos momentos reveladores en que parece que estás viendo dos caminos.
Uno parece llevar a que los futuros sábados de tu vida a las 4 am estés resbalando y doblando los tacos sobre agua con mierda.
El otro parece llevar a que los futuros sábados de tu vida a las 4 am estés durmiendo tranquilamente en tu cama junto a la persona con la que compartís tu vida.
No tuve la menor duda de cuál camino prefería yo.
Cuando mi morocho salió el baño me dijo "Bueno ¿querés buscar a tus amigos para despedirte o les mandás un whatss app?"
Y por fin pude contestar "No vine con amigos, vine solo".



Me miró como si yo fuera un extraterrestre y me dijo "¿Solo??! ¿Pero no me habías dicho que viniste con amigos?"
"" le dije "Pero es mentira. Vine solo. Me encanta salir solo. Me encanta saber que la estoy pasando bomba mientras mis amigos la pasan bomba durmiendo".
De nuevo me miró raro pero me reí y se rió. Y nos fuimos.
Y cogimos.
Y no lo volví a ver ni pienso hacerlo por que se puso meloso por whatss app y yo quiero estar soltero para poder salir solo de nuevo este viernes y todos los viernes que aguante mi cuerpo.

                                             

sábado, 22 de octubre de 2016

Are you INTO the world like me?



Hay gente que se va a quejar pase lo que pase y vivamos como vivamos.
No importa que estemos tocando el cielo con una mano, siempre se van a fijar en porqué la otra mano no lo toca o dónde tenemos apoyado el culo o por qué necesitamos tocar el cielo, etc.
Y hay artistas como Moby que van a lucrar vendiendo sus obras melancólicas, apocalípticas, mala onda y, generalmente en blanco y negro, a esa gente.
No tengo nada contra Moby -ni contra ningún artista- y me parece genial que haga lo que hace. A veces me aburre, a veces me gusta como para escucharlo un rato, jamás me entusiasmó ni me fascinó y, lo mejor de todo, nunca me molestó. Ni ahora que sacó su nuevo video.
Lo que sí me molesta es la gente que te lo quiere vender como un filósofo o un dueño de la verdad.
O sea, sí, vivimos en un mundo lleno de autómatas que se la pasan mirando su celular. ¿Y? Antes miraban la tele y leían revistas pelotudas, antes escuchaban radio y antes, no sé, miraban caer las hojas de los árboles o le buscaban formas a las nubes. La decisión/posibilidad/elección/condenación de ser un autómata no depende de qué usés para serlo sino de tu falta de decisión/posibilidad/elección/condenación de no ser un autómata.
Yo no sé qué es lo que le ve la gente de lindo al mundo sin internet. Hay veces que incluso me cuesta recordar qué hacía yo hasta mis 21 años que viví sin ella. Pensándolo bien, tenía muchos ratos al pedo y de aburrimiento que ahora, si los tengo, son por decisión propia de dejar un rato la compu o el cel para descansar los ojos y el cuerpo o, simplemente, porque me aburrieron.
Creo que éso es lo que más me gusta de las nuevas tecnologías, que ahora los momentos de aburrimiento son una elección y no una condena.
Porque gracias a la web ahora puedo leer todos los libros a los que antes no podía acceder por falta de plata o, peor, porque a mi ciudad no llegaban o no estaban en un idioma que yo supiera. También ahora puedo ver todas las películas, series, animaciones, etc. que siempre quise ver y rever y miles más que ni sabía que existían o que creía inalcanzables. Y ni hablar de la música ni del resto de las artes.
Claro, al principio todos decían "¿Pero cómo vas a bajar música, películas, libros, etc? Es injusto para los autores". Pero no, la realidad es que ahora los autores pueden producirse y editarse a sí mismos sin necesidad de productoras y editoriales que antes lucraban a full con sus obras, estafando tanto a los artistas como a los consumidores. Y el artista que no se quiera producir o editar a sí mismo simplemente puede pagarle a otro que se encargue de hacerlo.
En los 90, si no era por las revistas asquerosas como Rock & Pop o 13/20, yo no me enteraba de qué hacía Madonna, si iba a sacar album nuevo o salir de gira o coger con otro chongo o, simplemente, si estaba viva o muerta. Ahora tengo contacto directo con ella a través del face e Instagram. Obvio, no hablo con ella ni ella sabe que yo existo, pero ahora veo lo que ella hace o dice sin intermediarios, veo las fotos que se saca en el baño o en la cama y las pelotudeces que se le ocurre poner a ella y no a otro que hable por ella. Y, encima, lo veo al instante, sin más filtros que los que quiera poner ella (o, en todo caso, la gente que ella elija para crear su cuenta y no un periodista estúpido tercermundista que capaz entiende mal o traduce mal o inventa lo que no sabe).
¿Es una estupidez enterarte de lo que hace Madonna día a día? Seguro. Pero la vida también se compone de estupideces y al menos puedo elegir enterarme sobre las estupideces de la gente que me interesa y no de las que me impone Tinelli, Magnetto o quien sea.
¿Queremos hablar de cosas que -al menos para los activistas con consciencia social- no son estupideces? Bueno, si no fuera por internet yo ni me enteraba lo que estaba pasando/pasa en Rusia  o Jamaica o Nigeria (por nombrar algunos casos) con la población LGTB porque, hasta el día de hoy, en ningún diario, programa de tv, radio, etc. se habla de éso. Y lo mismo con muchísimas otras cosas que están pasando y a los que arman las noticias no les interesa contarnos (o no les pagan para ello).
Y ni hablar de la cantidad de artistas, escritores, pintores, periodistas, blogueros, opinólogos, etc. a los que uno puede seguir directamente, al instante y gratis. Acá el único peligro que veo es el del tribalismo, porque al final uno sigue a todo lo que le gusta y acuerda y desecha lo que detesta o lo que le aburre y termina encerrándose con gente que piensa igual que uno, que lee lo mismo que uno, que disfruta lo mismo que uno, etc. Pero bueno, es también algo que uno puede evitar manteniendo contacto con alguna gente y opiniones diferentes (por lo pronto, no he eliminado del face al esposo facho de una de mis amigas ex-zurda y leo online los diarios de derecha, de izquierda, de centro y los de derecha que dicen ser neutrales).



Por otro lado, los apocaliptólogos que celebran el video de Moby se quejan de que la gente se la pasa mirando su celular y no miran la realidad de al lado. ¡Holaaa!! ¿Qué querés que mire? Si al lado tengo a una persona aburrida, estúpida o desconocida y en el cel me están hablando mis familiares, mis mejores amigos o sale una noticia de la gente que admiro o de los temas que me interesan, OBVIO que voy a mirar el celular y perder contacto con quien tengo al lado. No me desconecto de la realidad sino que elijo con qué parte de la realidad conectarme. Si al lado mío pasara algo que me llama la atención o que me interesa, dejo el cel y presto atención a lo que me rodea. Si no ¿Qué sentido tiene?
Algunos te dicen que es de mala educación ponerse a mirar el cel en medio de una charla. Yo coincido hasta cierto punto. Si estás hablando de algo importante y necesitás que el otro te escuche porque le vas a hablar de plata, sentimientos o algún asunto impostergable, bueno, obvio que le vas a decir que suelte el cel o lo que sea que lo distrae y te atienda. Pero si estás hablando pelotudeces y el otro deja de escucharte para mirar su cel, en vez de enojarte...¡dejá de hablar pelotudeces! 
¿Porqué tenemos que atender a las pelotudeces de los demás si tenemos algo mejor que hacer? Y éso que yo, personalmente, uso muy poco el celu fuera de casa y en general prefiero escuchar pelotudeces que estar pendiente del face (donde, al fin y al cabo, también hay bastantes pelotudeces que no me importan). Pero si otra persona se pone a mirar su cel y no atiende a la conversación, la verdad no me ofende para nada si es una conversación banal. 
Además que hoy en día cualquier charla te lleva a "¿Viste lo que dijo tal, lo que puso tal, el video de tal, la publicación de tal?" y a fin de cuentas vas a terminar sacando el cel para mostrar un videito o para leer algo o para buscar info de algo. Nuestras charlas ahora son interactivas y, si bien detesto tener que mirar un video que me muestra alguien porque "lo tenés que ver", es inevitable que así sea.
Hace poco uno de mis mejores amigos se fue a vivir a Santa Cruz y gracias al celu es como si lo tuviera acá. De hecho, ayer le sacaba fotos al lugar donde estaba y la gente con la que estaba (sin que me vieran, obvio) y se los mandaba y comentábamos todo como si estuviéramos juntos. Sí, obvio, preferiría mil veces que estuviera acá pero, hasta cierto punto, prefiero que esté allá porque está viviendo una experiencia nueva que le gusta y le sirve y le hace bien y no dejamos de comunicarnos. De hecho, hasta hablamos más que cuando estaba acá por que viviendo en la misma ciudad uno supone que tarde o temprano va a encontrarse o comunicarse con sus amigos y al final pasan días o semanas y no hablás nunca.
Y ni hablar de los amigos que viven en Córdoba pero están en la otra punta. Atrás quedó esa horrible época de "A las 12 en la puerta del Olmos" para quedarte esperando 2 o 3 horas como un pelotudo porque el otro no tenía forma de avisarte que no iba o que no conseguía colectivo.



Comunicarse, informarse, entretenerse, conseguir lo que uno quiere ahora es más fácil, más rápido y más barato o incluso gratis. Pero claro, si uno quiere puede verle el lado negativo y decir que la gente se la pasa todo el día conectada con extraños sin crear vínculos humanos reales y sacando fotos para subirlas y aparentar una vida mejor de la que tiene. Y bueno, antes las tías solteronas ponían fotos de modelos hermosos en los portaretratos de sus cómodas para inventarse novios en una lejana juventud donde eran bellísimas (y no había fotos para comprobarlo o denostarlo). La mentira y el autoengaño no es culpa del celular o de la internet, en todo caso es culpa de la gente fea que no tiene vida. 
La gente que no sabe vivir y disfrutar en la vida real, tampoco sabrá hacerlo en la web. O quizás la web les da la posibilidad de crearse una vida irreal más linda y disfrutan un poco así, quién sabe. Autoengañarse les hace daño a ellos mismos y, salvo que sean unos pedófilos encubiertos o unos hackers de esos que no sabemos si existen, ¿A quién van a engañar? A estas alturas, el que cree en una foto irreal de alguien en un chat pedorro y se larga a conocerlo y enamorarse en vez de antes pedir confirmación por cam, face, instagram, whatsapp, etc. se merece que lo caguen por pelotudo.
También ahora todo el mundo filma y saca fotos de todo lo que pasa al instante. ¡Genial! Así no dependemos sólo de periodistas que responden a sus empleadores sino que vemos lo que pasa con más fidelidad, desde distintos puntos de vista y a veces en directo. 
Estamos siendo casi como dioses y sigue habiendo gente que se queja. Claro, los más viejos que de pedo saben prender la compu se quejan porque se sienten desplazados ¿Y cuándo no se sintieron así los viejos? 
Ahora, una persona joven que usa la compu y el cel para labura/vivir y se siente superior porque no usa las redes sociales y encima se mete al face o a los comentarios de una noticia del video de Moby para decir que no las usa (???) y vive una vida natural y humana...que alguien le pegue, por favor.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Cicatrices del shiro


Tengo 33 años y creía haber vivido ya todas las formas posibles de levante.

Me mandaron cartitas secretas cuando iba a la escuela (nunca supe quién pero recuerdo sus errores de ortografía), el hermano de un amigo me intentó violar en un baldío frente a mi casa pero justo cayó mi amigo a buscarlo (jamás lo perdoné, a mi amigo, por supuesto), una gorda con lentes y dientes salidos me pintó la vereda frente a mi casa con un “te amo” gigante seguido de mi nombre (fue la primera vez –pero no la última- que ser gay me sirvió de excusa perfecta), me dijeron “¿querés coger?”, me dijeron “¿querés ser mi novio?”, me dijeron “te pongo una naranja en la boca y te la chupo hasta tomar Mirinda” (¡tenemos un ganador!), me propusieron una relación formal en una mesa con mantel rojo, velas y copas de cristal (no sé cómo aguanté la carcajada) me ofrecieron plata por sexo (y a veces acepté), me guiñaron el ojo, me siguieron por la calle, me invitaron cafeces por millones, me palparon, me exhibieron, me mostraron, me vinieron a decir las cosas más zafadas con aliento a vodka, me mintieron, me dijeron la verdad, me mandaron mensajes eróticos por cel o por Internet y bueno, muchas pero muchas formas de levante más viví, sufrí y gocé.

Pero nunca, nunca, nunca antes me habían tirado una piedra en la espalda.
Resulta que estaba yo una tranquila noche hamacándome en la plaza...ok, ok, no podía conectarme al chat esa noche y necesitaba sexo sí o sí así que tuve que ir a la plaza...cuando de repente se cruza frente a mí un chico de mi edad (o más, por supuesto) que me clavó la mirada como si yo fuera una McBurguer con fritas y él un diabético en tratamiento.
Pero, como suele ocurrir cuando uno está hiperarchirecontra caliente y desesperado por coger, me hice el difícil y no le devolví la mirada. En realidad hacía poquito que llegaba yo a la plaza y quería ver más opciones antes de decidir. Además el tipo usaba una remera militar onda camuflada, lo cual en un lugar así sólo puede restar puntos.

Pero el muchacho parecía convencido porque dio media vuelta y volvió a pasar y repitió la operación otra vez. En su segunda repetición decidí mirarlo a los ojos para darle a entender que no me gustaba pero, apenas lo miré, él desvió la mirada y se quedó parado mirando un poste de luz como si fuera una obra de arte, todo con actitud confusa y tímida. Entonces me dí cuenta que el tipo estaba esperando que yo lo avanzara...¡encima éso! Por supuesto, me quedé en mi hamaca mirando para otro lado con decisión hasta que el tipo repitió su itinerario y fue a sentarse en un banco unos metros detrás mío.

Ahí pensé que se iba a ir al rato pero, de pronto, empecé a escuchar el sonido más horrible que te pueden hacer cuando estás shirando: “¡chist!”

¡Por Dior! Debería escribir un manual para shiradores y repartirlo gratis en la plaza: “No usar remeras camufladas, No chistar, silbar, toser ni hacer ningún sonido para llamar la atención, No enseñar la pija para después poner la cola, No llevar dinero ni objetos de valor, No aceptar nada de los policías y -lo más más importante- No usar medias de referí de fútbol, short de rugby blanco y musculosa negra (menos cuando tu cuerpo delata más tiempo pasado en panaderías que en canchas)”.

A lo que iba, chistar es la cosa más estúpida que podés hacer. Al menos para mí, aunque se lo he oído decir a varias locas también. La cosa es que de golpe los chistidos cesaron y pensé que aquella loca chist-tonta había entrado en razón por fin. Pero de golpe sentí como un suave silbido en el aire y un golpazo tremendo en mi omóplato derecho. Me dí vuelta y ví una piedra que pesaba por lo menos medio kilo caída en el suelo y unos metros más atrás, la loca de la remera camuflada saludándome  tímidamente con la mano.

Por un momento, que no entendía lo que pasaba, pensé que me estaban atacando y me iban a robar y -con suerte- violar. Pero no, era sólo que como los chistidos no le habían funcionado, aquella loca pelotuda me tiró una piedra para llamarme la atención.

A veces, cuando estás en el chat, alguien te abre una ventana o te manda un mensaje diciendo “hola” y vos les contestás “hola” y al ratito te dicen “bueno, no me vas a decir nada?” o algo así. Yo antes pensaba que estas personas tenían un simple problema de vanidad exagerada, onda “te hablo yo para darte permiso de hablarme a mí, que soy tan divina”. Pero últimamente me estoy convenciendo que el problema es, en realidad, neuro-conductual. Y éso no es ningún término científico: o sea, o carecen de neuronas (muy probable) o no saben cómo conducirse en sociedad. Cuando uno inicia una conversación con un “hola”, lo normal, natural, esperable y –sobre todo- aconsejable, es proseguirla. Pero existen locas que no aprendieron éso, al parecer.

Y existe ésta loca (porque quiero creer que es la única en el mundo) que te shira y te shira al punto de chistarte para llamarte la atención y, si no te le acercás a hablarle después de su tremendo esfuerzo de sociabilización, te caga a pedradas.

Pequeño grito que le pegué, por supuesto. Más bien pequeños gritos. Y, tal como esperaba, la loca con toda su timidez y carencia de normas sociales civilizadas (ponéle), se levantó y salió disparada para otro lado al  apenas escuchar mi inicial “¿Pero vos estás loco, pedazo de enfermo...?”.

¡Dior mío! ¡Lo que hay que vivir en esos lugares de shiro! Antes te tenías que cuidar si venían 4 o 5 pendejos en patota a robarte las zapatillas o dos canas a darte un discurso moral sobre la sexualidad con tonada de barrio Ituzaingó Segunda Sección (si es que no te hacían el verso de que eran bisexuales, pero éso lo dejaré para otro post) o un colgado a preguntarte qué vendías o a venderte algo. Pero ahora te tenés que cuidar de las mismas locas shiradoras que recurren a métodos cuasi neandhertales para hacer que te les acerques.

Digo yo ¿Dónde quedó el “¿che, loco, tenés hora?” o el “¿che, loco, tenés fuego?”  ¡Ya no hay temor a Dior!

Ahora entiendo porqué esas locas que te hablan en el chat sólo para que las hables vos me caen como una pedrada en la espalda, aunque claro, no duelen tanto.

martes, 8 de mayo de 2012

Girl Gone Wild



Cuando escuché Girl Gone Wild por primera vez sólo me quedó resonando el pegajoso “ire-ire-ire” y el resto de la canción se me esfumó totalmente. No me impresionó ni el “hey hey hey” del estribillo ni las subidas de tono de algunos momentos. También era la primera vez que veía el video y aunque me gustó, me inquietaron los elementos de Truth Or Dare y Vogue sumados a las piernas de Madonna estirándose contra una pared ya visto en Give It 2 Me y tantos otros videos.  No estaba muy seguro si me gustaba o no ese auto-tributo a pesar de que me encante el pasado –especialmente ése glorioso pasado- de Madonna.

Por ser lo nuevo de mi artista favorita y quizás también por lo erótico o lo sensual me terminó enganchando y lo empecé a ver cada vez con más ganas. Y ya sé que cualquier cosa que escuchás varias veces se te termina pegando, más si es un hit pop. Pero hay un límite de hasta dónde te engancha una canción o un video. Se te pega un tiempo y después se te va casi sin darte cuenta. Sólo unas pocas canciones logran pasar un cierto número de repeticiones en tu cabeza para después quedarse para siempre dentro tuyo e ingresar a tu top ten personal y convertirse en algo más.

Y no es que Girl Gone Wild sea un temazo ni tampoco el mejor tema de Madonna. Por cierto que no lo es. Pero así como escaló lento los rankings mundiales también tardó un tiempo en convertirse en un temazo para mí. Porque después de unos días me dí cuenta que Girl Gone Wild es más que un nuevo Vogue. Sólo repite la fómula pero la esencia es diferente. Girl Gone Wild es la síntesis de porqué amo a Madonna. 

Vogue fue un momento de Madonna ¡Y qué momento! Fue una Madonna. La Madonna glamorosa, prolija, perfecta, correctísima, fría, arrogante y despectiva. La Madonna que terminó de clavar el flechazo mortal a sus fans (y que aún hoy en día sigue flechando). Era la Madonna número uno consciente de serlo (y, sólo por éso, seguramente para la historia –y dejando de lado números de ventas, calidad artística, popularidad y muchas otras razones, que por demás le sobran- Vogue será siempre su tema número uno).  En Vogue estaba la Madonna superstar. No estaba la Madonna alegre, ni la transgresora, ni la romántica, ni la ingenua, ni la sensual, ni la sonriente, ni la humanista, ni la política, ni la visionaria (tampoco estaba la kabbalista ni la activista hollywoodense, por suerte).

En Girl Gone Wild hay varios guiños para fans y auto-tributos, está Vogue, Truth Or Dare, Erótica,...pero está también la Madonna que hace tiempo –quizás desde el 2001- no veía en ningún video. Y en ninguna canción.

 Lejos de todo el espiritualismo kabbalista denso, el me arrepiento-no me arrepiento que viene desde Human Nature, el mesianismo hueco de I`m Going To Tell You A Secret, lejos de todas las explicaciones totalizantes, en Girl Gone Wild Madonna vuelve a ser humana. Y no estoy hablando del humanismo simple de la letra, de aceptar los impulsos salvajes sin moralizar ni concluir más que un común “girls they just wanna have some fun”. Más allá de las obviedades, en Girl Gone Wild se oye una chica alegre cantando con ganas. Una chica –sí, con sus 53 años- que canta con voz alegre y baila desaforadamente una coreografía más complicada y enérgica que la que bailó a los 32. Y a los 53 años debe ser más difícil todavía transmitir alegría con la voz que tener estado físico para hacer una coreo con tacos y abrir las piernas 180 grados.

Pero incluso más difícil aún es lograr transmitírselo a alguien a quien ya se lo transmitiste una vez, hace ya más de 10 años, y al que luego “abandonaste”.

Porque no la ví así en Hung Up ni en Sorry. Ni en 4 Minutes ni mucho menos en American Life. Desde Music y Don`t Tell Me, allá por el año 2000, ninguna canción de Madonna me había transmitido lo que me transmitieron alguna vez en su momento Into The Groove, Papa Don’t Preach, Like A Prayer, Secret, Ray Of Light o la misma Erótica, por mencionar sólo singles y sólo algunos. Hubo algunas perlitas, seguro. Está Give It 2 Me. Está Love Profusion. Están esas que le gustan a uno y sólo a uno, como Intervention, Push o Dance 2night en mi caso. Pero faltaba en primera plana esa Madonna juguetona, alegre y -sobre todo- humana, que está en Girl Gone Wild de nuevo. Esa Madonna que no le gusta a casi ningún hombre (ni mujer) heterosexual occidental y no porque baile con una tropa de gays en tacos sino porque es la encarnación de la mujer contenta con su sexualidad. Una mujer que ni los griegos clásicos imaginaron a pesar de  las incontables ideas de mujer que pensaron.

Seguramente del 2001 al 2008, Madonna hizo mucho más de lo que podía esperarse de una estrella pop de su edad y trayectoria. Seguramente atrapó nuevos fans. Y seguramente ganó más dinero que nunca antes y esforzándose mucho menos que antes (y no porque no se esfuerce sino porque la experiencia le ahorra desgastes). Tranquilamente podría haber seguido por ese camino y aburrirme cada vez más, pero sea por su espíritu artístico, por su nuevo desengaño amoroso, por su perpetuo contacto con gente joven o por exigencias de contrato, ahora ha vuelto a ser una mujer que se hace preguntas, que las deja sin respuesta, que se reconoce humana, que incluso intenta ser visionaria sin tener la más mínima necesidad de serlo pero, sobre todo, que transmite alegría mientras plantea interrogantes.  

Creo que no le hacía falta recurrir a las imágenes eróticas que ya usó en otras épocas para volver a lograr eso. Lo podría haber logrado con una canción o video que no toque al sexo ni por la tangente. Pero bueno, como broche de oro, lo hizo con una canción que recupera aquellos buenos viejos tiempos sexuales y transgresores que tanto irritaban a alguna gente en las épocas en que sólo Madonna se atrevía a hacer las cosas que hoy en día hacen prácticamente todas las cantantes pop.Y no porque la admiren o quieran imitar o superar ni por que confían en la fórmula madonnesca para obtener el éxito comercial sino simplemente porque Madonna les abrió el camino en 1984 con Like A Virgin (o en  1983 con Burning Up, si se quiere) y desde entonces despejó todos los obstáculos.

Girl Gone Wild entra así, lenta pero segura (como todo el MDNA), en la lista de las canciones más importantes de mi vida. Casi la consideraría la obra maestra de Madonna si no fuera porque no quiero dejarme llevar por mis sentimientos de fan abandonado que se reencuentra con su artista. Sé que se me va a despegar como se me despegaron todas las otras canciones que amo, pero también sé que se quedará como se quedaron todas las otras.

Pero en éste momento, todavía no se me ha despegado.

Ayer compré la entrada para el concierto y ya estoy esperando con ansias el momento de corear ese tema mientras la diva ejecuta las piruetas que tanto le sorprenden a la prensa o a la gente que sólo ve en Madonna una cantante o una bailarina o una celebridad importante.

Ya la ví en Buenos Aires, en una época que para mí no fue de las mejores pero sólo pensar que la voy a ver acá, pisando mi ciudad, y con todo este sentimiento de reencuentro, me llena de éxtasis.


Dicen que el 21 de Diciembre se acaba el mundo, justo un día antes del concierto en Córdoba. Probablemente no se acabe (y si se llega a acabar, lo busco a Dios y lo mato) pero veo que los mayas tenían razón. Es una época de acontecimientos grossos y yo, al menos, ya sé que va a ser una de las más felices de mi vida.

lunes, 13 de junio de 2011

El talón de Aquiles del capitalismo gay


Hay dos grandes clases de locas, las que quieren ser modelos y las que quieren cogérselos (o, al menos, mostrar que cogen con modelos).


Son dos caminos diferentes, con sus pro y sus contra. La loca que quiere ser modelo, por muy fea que sea, siempre estará divina y tratando de estar mejor. Aunque, por supuesto, cada vez le costará más y deberá encontrar alguien que solvente sus gastos de gimnasio, ropa, maquillaje, tratamientos y, en ciertos casos, cirugías.


La loca que quiere coger con modelos, en cambio, se dejará estar cada vez más y se volverá panzona, arrugada, malvestida y totalmente “out” de la onda cool. Pero, al menos, tendrá tiempo de laburar en serio y concentrarse en aumentar sus ingresos para pagar los gastos de su gato.


Es ésta una ley universal que equilibra la relación gato/amante de los gatos sin la cual el sistema económico del mundo gay se sumiría en un caos irreversible o, peor, en una revolución de la versatilidad que nos conduciría a un estado de espantosa barbarie donde no existirían los activos ni los pasivos y todos cogerían con todos (brrr!).


Porque la loca que quiere ser modelo es invariablemente pasiva, por muy masculina o estrecha que sea. Y la loca que quiere coger modelos se ve obligada a ser activa, por mucho vértigo en la cola que tenga, ya que es la única forma de levantar que tiene. A menos que tenga muuuucha plata, pero ésos son casos muy escasos. La mayoría apenas tiene para vivir o malvivir, por lo que tiene que ponerla, además de poner plata.


Ahora ¿qué ocurre cuando esta esencial regla se rompe? Simplemente que nos encontramos con casos de inconsistencia entre lo material y lo ideal. En términos marxistas, nos encontramos frente a un desequilibrio entre la infraestructura y la superestructura que difícilmente puede sostenerse en el tiempo. En términos estructuralistas, nos encontramos con una disfuncionalidad de ciertos aparatos que sólo puede interpretarse como una patología.


Y en castellano gay básico, nos encontramos con locas feas haciéndose las lindas.


Todos sabemos que el “mundo gay” está muy cerca del mundo de la estética. Los grandes diseñadores, estilistas, maquilladores, peinadores, escenógrafos, decoradores, etc. han sido y son, invariablemente, locas con todas las letras.


Ahora, cuando se trata de pararse en el escenario, la pasarela o cualquier lugar que concentre la luz de los reflectores, ahí podemos llegar a encontrar algún que otro heterosexual. Y es que parece que las talentosas Musas y el brillante Apolo prefieren inspirar a las locas antes que a los chongos y reservan sus dones artísticos a cualquier ser que se destaque por su femineidad. En cambio, la estúpida y sensual Afrodita (*copyright, Homero pensando en la cola de Flanders*) no parece tan selectiva y reparte la belleza casi por igual, entre chongos y locas.


Por eso hay modelos heteros (sí, los hay) junto a una enorme y agobiante cantidad de modelos gays. Y hay más modelos gays no porque hayan más hombres lindos entre los gays que los heteros sino porque sólo un gay podría tener vocación de ser modelo.


Lo que le puede llegar a atraer a un chongo de la carrera de modelo es la plata fácil y, por supuesto –y por ende- las mujeres fáciles. Pero la ropa, el maquillaje, el brillo, el glamour, la coquetería, la vanidad, la esencia del modelaje es algo que no sólo no atrae a los machos sino que hasta los repele. Y no quiero decir que no hayan hombres heterosexuales vanidosos o coquetos, pero la vanidad de un hetero siempre estará más cerca del mundo del deporte, los autos, la tecnología, la milicia, etc, que de los peines y los cepillos.


Es decir, que la “vocación” de ser modelo, es más propia de un gay que de un hetero. Hay cientos de locas que gastan una buena parte de su tiempo en mirar vidrieras y no precisamente por estar shirando, sino que realmente miran lo que está en exhibición. Y sueñan con poder usar todo tipo de pantalones, camperas, remeritas, boxers, collares y demás huevadas colgables. No puedo hablar mucho del tema porque, aunque no lo crean, yo no soy de esas locas (aunque conozco varias). Se los juro. Si me ven mirando una vidriera, hay un 99,9% de probabilidades de que, en realidad, esté shirando o, al menos, mirando disimuladamente a alguien. Pero ¿ver ropa cara? ¡Not even en pedo! Aunque en mi caso no es por ser macho sino por ser avaro, pero ese es otro tema.


Así que volvamos al tema y digamos sin miedo que hay una gran cantidad de locas con vocación para ser modelos. Ahora ¿cuántas de todas esas locas tienen realmente la materia prima necesaria? Es decir, ¿cuántas tienen la vocación y la posibilidad real (léase: lomo y jeta) de ser modelos y cuántas son pura vocación?


Tomemos por ejemplo a Ricky Martin, una loca que a mí no me mueve un pelo pero que está considerada como un sex symbol a nivel internacional (incluso después de haberse tomado la molestia de confesar su siempre evidente homosexualidad).


Cuando Ricky pone carita seductora, o frunce los labios, o guiña los ojos, o infla los biceps, o asume alguna pose o dice alguna frase romántica en tono suave, nadie se molesta. Muchas/os adolescentes (y no tan adolescentes) se enamoran o se hacen pis encima, pero lo importante es que nadie se molesta. Porque la Ricky no sólo entra dentro de ciertos estereotipos de “belleza latina” sino que, además, tiene ya encima la fama de chico lindo que lo acompaña de hace años. Entonces, es normal que se comporte como un sex symbol. Y más allá de que tenga su fortuna hecha, seguro más de un/una admirador/a estaría dispuesta a pagar por Ricky, sea para sexo o para entrar con él del brazo a alguna fiesta.


Es decir, Ricky Martin es una loca total y perfectamente integrada al sistema gato/amante de los gatos que ordena al mundo gay. Y sólo con éso ya podemos imaginar lo pasiva que es, aunque también podríamos sumarle su decisión a tener hijos vía inseminación artificial para evitar cualquier contacto visual, olfativo y, sobre todo, táctil, con una vagina. Pero cualquiera, gay o no, nos rotularía de prejuiciosos si usáramos ese argumento, así que mejor quedarse en el puerto seguro del marxismo.


Tomemos ahora el ejemplo de cualquier dueño de boliche gay, resto gay, agencia gay, sauna gay, hostel gay, revista gay, partido político gay, centro cultural gay y cualquier micro o macro emprendimiento y/o ocurrencia gay que conozcan. ¿Han visto alguna vez peor desfachatez estética????

Todos -pero todos- los dueños de empresas gays que conozco, sean de Argentina, Brasil, Paraguay o Bolivia -que conozco hasta personalmente- y todos los dueños de empresas gays de otros lados –que conozco por la tele, internet o el cine-, son las locas más feas, horrendas, zaparrastrosas y descuidadas que he visto en mi vida. Incluso aquellas que usan las marcas más caras, viven en los countrys más lujosos, conducen los autos más chetos y se hacen las cirujías más nuevas no tienen nada que envidiarle a un espantapájaros. Primero porque, generalmente, son viejas (y no hace falta aclarar que la vejez no es nada estética en nuestra sociedad). Y segundo –y más importante- porque no tienen la necesidad de ser lindas ya que son ellas las que pagan. Lo único que necesitan hacer es producir plata (cada vez más acordando nuevamente con la lógica capitalista) para tener uno o varios gatos que cojer/exhibir y unos cuantos giles dispuestos a adularles empalagosamente cada centímetro de costura importada que compran o cada centímetro de piel que se estiran a cambio de un puestito, un regalito, una recomendación, un sueldito, etc.


Así que, cualquier empresario gay (exitoso o no) también es funcional a este universal sistema económico-sexual capitalista en el que estamos todos insertos.


Pero veamos ahora el caso que rompe los esquemas, veamos el caso revolucionario, el anatema, la antítesis final. Es decir, veamos a la loca fea que se hace la linda.


Su naturalmente gay vocación de modelo lo inclina a ataviarse con los últimos gritos (en este caso, alaridos) de la moda, a peinarse, maquillarse, entornarse y –sólo a veces- ejercitarse físicamente para parecerse lo más posible al modelo estético inventado hace 2500 años en la Grecia clásica por unos finos y maduros escultores (léase: viejos verdes que tallaban mármol y bronce) que se la pasaban mirando y palpando las curvas de gimnastas adolescentes de la clase alta.


Sin embargo, a veces no hay crema, tintura, gimnasia ni hechizo que valga y por más que uno tenga un talento comparable al de Mirón, Policleto o Praxíteles, el mármol sigue siendo mármol, el bronce, bronce y la mona, mona. Y así, aparecen en los boliches, los saunas, los fotologs y los chats, unas locas que se comportan como si fueran sex symbols sin tener ninguna razón material con la que justificar su conducta.


Ellas creen ser lindas o, al menos, parece que lo creen, por ende, actúan como tales. Y por más que uno se empeña en pincharles la burbuja y en indicarles, sutil o asquerosamente, lo fieras que son, siguen yendo por la vida como si caminaran sobre una pasarela y hubieran mil cámaras y reflectores apuntándoles desde todas direcciones.


Y como siempre ocurre cuando se analizan las conductas humanas (sobre todo gays), encontramos una patética paradoja: la loca fea, en su deseo de encajar e integrarse al sistema que la excluye tan cruelmente, se convierte en el principal factor destructivo del sistema al que quiere pertenecer aún a costa de su tiempo, dinero, vida sentimental y posibilidades físicas. Porque al mostrarse, exhibirse y conducirse como si fuera linda, genera una confusión en todo aquel que cree tener en claro los conceptos de belleza y fealdad tan perfecta y cabalmente promovidos por los medios.


De golpe, nos encontramos con locas narigonas que se muestran de perfil, cejonas que no se depilan, gordas que usan puperas, huesudas que usan musculosas, viejas vestidas a lo flogger, pendejas que se hacen las dandys, maricas depiladas que usan shorts y medias de futbolista, machas peludas que usan tanga y medias de lycra y así toda una infinidad de blasfemias contra el orden de Dior.


Pero lo terrible es que estas horripilantes locas no se comportan como si fueran atroces pecadoras que insultan a las sagradas escrituras (léase: Cosmopolitan) sino como si fueran Ricky Martin en persona.


Hasta ahora el mundo no ha explotado y nuestro exclusivo sistema sigue vigente...¿Pero qué pasará el día en que una estúpida loca amante de los gatos se confunda y comience a pagar y mantener a una loca fea como si fuera un verdadero gato? ¿Se producirá por fin esa última crisis que nos arrastrará de nuevo a la terrible barbarie o, en el mejor de los casos, a la aburrida utopía?


Es de esperar que dicha crisis se produzca muy pronto y tiemblo al pensar en lo que ocurrirá con los Ricky Martin de éste mundo cuando se desate el cataclismo.


Pero de una cosa estoy seguro y es de que jamás se producirá una ruptura del sistema desde el otro polo dialéctico, es decir, jamás veremos a una loca amante de los gatos convertirse en gato ya que, en su caso, tanto las posibilidades materiales como ideales de transformarse en su antítesis directamente no existen.


Existen, por supuesto, muchas locas amantes de los gatos que son total y absolutamente pasivas. Pero ésto no altera el funcionamiento del sistema ya que pueden fomentar positivamente el activismo de algún gato incrementando el nivel de los gastos por felino. Además, cuentan con la posibilidad de escabullirse en otros sistemas económico-sexuales pagándole miserias a algún hetero necesitado que, ocasionalmente, desempeña la función de los escasos gatos activos lo cual encima redunda en un incremento del capital acumulado para los verdaderos gatos debido a la reducción de gastos al emplear gatos heteros.


Como sea, más allá de su difícil pasividad y su transitable actividad, las posibilidades de un amante de los gatos de convertirse en gato son nulas, por lo que el sistema está a salvo por ese lado. Pero asusta pensar que toda la lógica funcional del sistema depende de que una loca amante de los gatos termine creyéndose la actuación felina de una loca fea.


Es por ello que al sistema no le queda otra salida que hacerse cada vez más y más excluyente y añadir cada vez más dificultades a la obtención de la belleza para desanimar a un mayor número de locas feas en su vocación de modelar. Pero, sinceramente, creo que la vanidad de un gay es más fuerte que el progresivo espiralamiento del capitalismo y cualquier día de éstos nos vamos a encontrar con que cualquiera puede ser lindo. De hecho, ya se pueden observar varias fugas dentro del sistema, como en las gafas que usa Polino o, si quieren algo menos farandulero, los perfiles de manhunt. Pero, por ahora, son sólo fugas. Aún podemos reírnos y burlarnos de tales cosas.


El cataclismo final sólo se dará cuando ya no nos riamos.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Crisis de los 30

Cuando cumplís alrededor de 30 años te das cuenta que existen dos grandes clases de personas en el mundo: los que disfrutaron su adolescencia y los que no.


Los primeros suelen estar gordos, arrugados, mal vestidos y, por supuesto, casados y con hijos o, al menos, en pareja estable (y, seguro, aburrida) con alguien. Los segundos suelen estar luchando contra el tiempo con todo lo que tienen a su alcance (gym, dieta, cremas, cirugías, psicólogos, psicofármacos, yoga, religiones orientales, tarot, brujería, etc) y saltando eufóricamente de una pareja a otra (o, más bien, de una cama a otra).

Y, por supuesto, publicando en el Facebook miles y miles de fotos aburridas de sí mismos y su entorno, acompañadas por frases melosas que ni a Arjona se le ocurrirían.


Y claro, los gays entramos casi todos en la segunda categoría, ya que es difícil encontrar un gay que la haya pasado bien en su adolescencia.


Incluso aquellos que la pasaron bien o que la disfrutaron (hasta donde pudieron), la pasan mejor después de los 20 años, cuando por fin pueden hacer la vida que les gusta y desearon siempre, es decir, cuando por fin pueden comerse todas las pijas que siempre quisieron (o, al menos, intentarlo).


Quizás algún hetero saltará diciendo que tampoco tuvo una adolescencia fácil.


Y seguro puede ser así, pero hay ciertas cosas que sólo las locas sufrimos cuando somos adolescentes. Y no hablo sólo de la hora de gimnasia, cuando te elegían al último al armar un equipo de fútbol (o ni te elegían) o cuando tenías que tragarte la timidez y sacarte la remera para jugar “chombas contra cueros”.

Tampoco me refiero solamente a que te tuvieran de punto todo el tiempo para rebajarte, insultarte, golpearte, escupirte, dibujarte comiendo pijas en los bancos y en el pizarrón, tirarte chicles en el pelo, quemarte con cigarrillos y robarte la cartuchera dos o tres veces por semana.


Me refiero a cosas más importantes, como, por ejemplo, no poder pasarte una noche entera llorando y escuchando Laura Pausini (bueno, yo fuí adolescente en los 90) sólo porque habías cortado con otra noviecita (o porque te habían cortado al enterarse que habías tranzado con otra). Como mucho, podías vivir los romances ajenos a través de las tonteras que contaba alguna amiga o que leías en su diario íntimo, con o sin permiso.


Tampoco podíamos ir a un boliche y bailar/levantar/tranzar con todo aquel que quisiéramos (bueno, tampoco es que en un boliche gay se pueda hacer lo mismo tan fácil, pero al menos está la posibilidad y no la prohibición), sólo podíamos mirar de reojo a los chongos más lindos y fingir que estábamos detrás de alguna boludita de otro curso.

Hasta podíamos fingir y tener una noviecita, real o imaginada, por ahí y después llorar cuando escuchábamos a una loca más closetera que nosotras cantar la climatera frase “...fuego de noche, nieve de día...”.


Pero era fingido. Y por mucho que uno disfrute las mentiras y los fingimientos, nada se disfruta más que la verdad y lo real.


Por éso es que la adolescencia del gay suele ser, a veces, una enorme representación teatral donde nunca somos realmente nosotros mismos y donde nos acostumbramos a las mentiras y al fingimiento y hasta, quizás, les agarramos el gusto.


Y cuando termina esa larga representación, empieza –para algunos- la vida real. Empiezan las salidas a lugares gay, el juntarse con gente gay, el encamarse con otros gays, el formar pareja con algún gay, el meterle los cuernos con otro gay, el llorar porque nos dejaron por otro gay y etc gay.


Y es entonces que con veintipico de años encima nos largamos a vivir esa estúpidamente vana y romántica adolescencia que nunca pudimos tener. Pero después de los 20, las cosas ya no tienen el mismo sabor a desconocido ni uno tiene el mismo entusiasmo quinceañero. Las bolas de espejos y los rayos lásers nos parecen huevadas de las más grandes y la música a todo volumen comienza a molestar tanto como el humo del cigarrillo.


Y aún así empezamos a salir como nunca antes, porque ahora realmente estamos entre tipos que, en teoría (una graaan teoría), tienen nuestros mismos gustos sexuales y no una extraña y a veces incomprensible fijación por la vagina y las tetas.Ahora, en teoría, estamos viviendo en serio.


Y salimos y salimos y no dejamos de salir, como adolescentes alterados. Luchamos contra la grasa y las arrugas, contra el cansancio físico y psicológico y, también, contra la amargura y las decepciones. Y vivimos una nueva representación teatral pero esta vez con más tiempo en el camarín, con más sesiones de maquillaje, más vestuario y más trucos de luces, porque sabemos que hay mucha competencia y que es raro que alguien se quede mucho tiempo sentado mirando la misma obra.


Sí, ya sé, es una exageración. Hay mucho más en la vida que la actuación.


Pero fíjense alguna vez que vayan al teatro lo que pasa con el público cuando termina la función y se prenden las luces. Muchos aplauden y se van inmediatamente. Pero a otros les cuesta más salir del teatro. Siempre están los que se quedan gritando “¡otra!¡otra!”.

Y también hay actores a los que les cuesta más bajarse del escenario.


Pero me fuí, el tema acá es la adolescencia perdida.

Porque, hablando desde mi experiencia (y de lo que observé en otros), nunca me molestaron mucho la discriminación contra los homosexuales, la intolerancia, la falta de derechos, los insultos, las frases del Papa o de Mirtha Legrand, etc. Quizás tuve la suerte de no sufrirlos demasiado o soy demasiado frío para que esas cosas me molesten.


Lo que sí me molesta, a veces, es pensar que me educaron para ser heterosexual y que, por eso, me perdí tener una adolescencia gay.


No digo una infancia gay, porque creo que en la infancia es cuando más somos quienes realmente somos, sin teatro ni rótulos. Y de alguna forma, tuve una infancia gay sin saber la palabra.


Pero cuando era adolescente, me hubiera gustado tener amigos gays como tengo ahora, salir a lugares gays como salgo ahora, coger con chicos como cojo ahora…hasta quizás tener un novio como no tengo ahora. Me hubiera gustado boludear y ser romántico, pelotudo y cíclico como cualquier adolescente. Pero serlo en serio y no sólo fingirlo. Me hubiera gustado escribir esas cartas de amor a los chicos que me gustaban y no a las chicas con las que fingía ser hetero.


No sé, todo un mundo de boludeces que me perdí, que viví fingidamente hasta donde pude. Quizás por eso ahora me choca tanto la gente que sigue fingiendo ser hetero a mi edad o, peor, más grandes. Porque, para mí, lo importante no es tanto el hecho de ser luchador, progre, activista, iluminista, rainbow warrior, etc. Lo importante es vivir a pleno cada momento que te va ofreciendo la vida. Y para vivir a pleno, no queda otra que dejar de mentir y fingir.


Yo ya me perdí la adolescencia representando el papel de un rubio hetero, no me voy a perder mi treintena o como se llame haciendo lo mismo o algo parecido (aunque sí voy a usar el cubreojeras, tampoco es cuestión de abandondar la actuación definitivamente).


De todas formas, tengo que admitir que no la pasé tan mal en la adolescencia. Fue sin duda la peor de las etapas de mi vida por muchas cosas -principalmente por la falta de madurez- pero tampoco fue tan terrible.


Pero, por otro lado ¿qué otra opción había?


No puedo culpar a mis padres ni a mi país ni a los curas ni a la tele por educarme para ser heterosexual cuando yo era y quería ser gay. Primero porque no había un manual para educar a un gay (aunque, si quieren reírse de la psicología setentona, lean el Socorro, tengo un hijo adolescente), ni una escuela para gays, ni una Iglesia para gays, ni programas para gays (salvo, quizás, El Club De Madonna y los Thundercats). Y segundo, que si hubieran habido, probablemente hubieran sido para peor. O no. De todas formas, no tiene sentido especular con eso, como tampoco tiene sentido enojarse por una violencia simbólica que era inevitable sufrir.


A veces, imbuido por un espíritu progresista, pienso que se podría hacer algo para que los chicos gays de ahora y del futuro no tengan que sufrir éso. De hecho, parece que los adolescentes de hoy la tienen mucho más fácil de la que la tenía yo o la generación anterior (ni hablar de más allá de los ’70).


Pero creo que es sólo una apariencia o sólo un tímido comienzo. Que se está produciendo un cambio es innegable. Que ahora nos podamos casar, que podamos adoptar, que hayan empresas que prefieran empleados gays y que la Ricky y Tiziano por fin se hayan animado a decir lo que todo el mundo dijo siempre de ellos (salvo un par de fans desneuronizadas) es realmente impactante si uno piensa lo que eran las cosas 15 o 20 años atrás (y estoy hablando sólo de Argentina). Pero igual todavía hay gente que sale a la calle a gritar que la homosexualidad es una enfermedad, un pecado, una desviación o –peor- una elección.


Aunque eso no es lo peor.


Lo peor es que hay homosexuales, sobre todo de más de 30 años, que lo creen.


Y, debido a esa creencia, siguen actuando y fingiendo ser algo que no son, para que no los señalen ni los miren raro ni los escupan ni les griten “puto”. Sigue el teatro y se pasa la vida…(a menos que conviertas al teatro en tu vida, pero nadie es tan buen actor).


Y sí, no es lindo que te discriminen. Pero la cuestión está en creer o no creer que sos un enfermito o un desviado o que Satán te murmuró al oído que chuparas una pija.


Porque si vos crees que estás enfermo, obviamente te va a molestar que te lo digan, porque en el fondo también pensás que ser puto es algo feo/malo/diabólico, etc.


Pero si creés que estás sano, te resbala cualquier cosa que te digan. Y no hace falta que estés orgulloso de ser gay y salgas a gritarlo con una peluca y a decir lo mucho que te gusta que te duela la cola. Todo eso es secundario y episódico.


Lo único que importa es no creer que estás enfermo.


Obvio que eso no soluciona todo: la discriminación sigue estando (y seguramente nunca dejará de estar). Pero al menos, si te animás a creer que no está tan mal ser gay, que besar a otro hombre es lo más y que quizás sí se puede entrar al paraíso con la cola rota, no tenés que pasarte otra etapa más de tu vida fingiendo ser algo que no sos.


Porque peor sería que a los 60 años te des cuenta que te vas a morir sin haber sido nunca lo que realmente eras. Y a los 60 no creo que esté bueno andar subiendo fotos de tus arrugas al facebook.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Los Gays Invisibles



Cuando yo tenía 21 años todavía no conocía a ningún gay y no sabía a dónde tenía que ir para conocerlos. Pero incluso si hubiera sabido dónde quedaban los lugares gay de mi ciudad, no me hubiera atrevido a entrar por miedo a que me vea alguien allí.


Chatear o entrar a páginas tampoco era una opción porque, en aquella época, ni sabía lo que era la Internet. Apenas sabía prender una computadora y jugar al solitario o al ajedrez, pero todo lo que me habían enseñado en la secundaria de Word, Power Point, Excel, etc, se me había borrado completamente, como tantas otras cosas a las que jamás les presté atención. Si hubiera sabido que con Internet podía relacionarme anónimamente con gays de mi ciudad y de todo el planeta, probablemente les hubiera prestado atención a los gordos losers de mis profes de Informática. Pero, como lo más emocionante que nos enseñaban era a dibujar con el Paint, había preferido negarme al progreso y limitarme a adoptar la mentalidad ignorante que ve en las computadoras y en la Intenet un producto yanqui impuesto de arriba e innecesario.


Por lo tanto, a mis 21 años, estaba solo, desamparado y con unas ganas tremendas de estar con un tipo.

Y encima, no sabía chatear.


Había tenido una vez una tremenda aventura en la librería donde solía comprar novelas en los saldos. Al lado de las historietas de Batman y junto a las revistas porno había una estantería vertical plagada de vhs porno. El segundo era gay, o al menos tenía la foto de un tipo que parecía gay (no era otro que el patético Chance Caldwell). Después de incontables ocasiones en que revisé cada comic de Batman con los ojos desviados al costado, una vez me atreví, agarré el video y fui a la caja. De lo nervioso que estaba, no solté a Batman así que tuve que pagar unos pesos más de los que calculé. Por supuesto, salí de allí con la idea de no volver nunca jamás.


Igual el video no me abrió ninguna puerta. Sólo me costaba creer que el sexo entre hombres fuera tan fácil pero ahí estaba. Parecía que era igual a una relación heterosexual lo cual me decepcionaba un poco, pero también me tranquilizaba algo.

En mi pensamiento retrógrado y aún adolescente de aquella época también cabía la idea de irme a Brasil, Uruguay, Chile o, incluso, Buenos Aires, sólo para ir una noche a alguna disco gay o algún lugar así donde era menos probable que me viera alguien conocido metido en un plan tan condenable como el de buscar vivir mi sexualidad de la manera en que me gusta y que deseo con todo mi ser.


Pero el destino me ahorró los pasajes.


Una noche de verano, sentado en las escaleras de la catedral, ví al primer gay de mi vida. Era horrendo, para qué mentir. Medio petiso, cuerpo fofo, sin forma de nada, todavía gringo pero tirando a pelado y -lo peor- bigote y barba candado.


Él pasaba caminando y me miró a los ojos y en un segundo, a pesar de toda mi inexperiencia, ignorancia y virginidad, supe que ese tipo quería coger conmigo. Fue realmente mágico, sobre todo porque nunca me había pasado.


El tipo fue hasta la esquina, se quedó ahí un rato, volvió, dio la vuelta a las escaleras, pasó por detrás de mí, volvió a pasar por enfrente, dio una vuelta por la plaza y, finalmente, se sentó en un banco casi en frente de donde estaba yo aunque separados por 20 metros, más o menos.


Yo estaba con los nervios de punta y colorado como tomate. Tenía la idea de que toda la gente alrededor nuestro se iba a dar cuenta de que habían dos putos frente a la catedral!!

Casi sentía los ojos de la estatua de la Virgen en mi nuca (las estatuas, sean de quien sea, siempre me incomodaron, salvo en fotos).


Pero mirando de reojo a la gente, me dí cuenta que cada cual prestaba atención a lo suyo, sobre todo en un lugar tan transitado como aquél. Estaba lleno de familias que caminaban chupando conitos de macdonalds, grupos de gente joven que pasaban riendo y gritando, algún que otro solitario que caminaba apurado…


Y estaba el gay bigotudo que me miraba desde aquel banco de la plaza San Martín.


Todavía no sé bien porqué, pero en un momento me levanté y empecé a caminar hacia la zona peatonal. Como una cuadra más allá me dí vuelta y ví que el tipo me seguía. Me paré, entonces, haciéndome que miraba los zapatos de una vidriera cerrada y esperé a que llegara hasta mí. Pero entonces, y como suele pasar en estos casos, apareció una familia gritona y con conitos que se paró a mirar la misma vidriera mientras yo volvía a sentir toda mi sangre en la cabeza. En un segundo empecé a caminar a toda velocidad y al rato estaba como a 5 cuadras de ahí. Casi había corrido, y el bigotudo en un momento se había frenado como esperando que yo volviera. Un rato después, ya no había rastro de él.


Así fue como corté relación con el primer gay de mi vida, al cual no volví a ver jamás.


Simplemente, me fui caminando. Rápido y sin parar, pero sin correr. Todo un presagio para mi futuro, ahora que lo pienso.


Y a la noche siguiente, por supuesto, volví a la escalera de la catedral a sentarme un rato. Esta vez, además de las familias chupaconitos y los grupos de adolescentes gritones, noté a varios tipos que pasaban caminando solos y con ese mismo algo en la mirada que tenía el bigotudo de la noche anterior. Algunos se quedaban un rato mirándome como esperando algo. Pero yo estaba en medio de mi estudio de campo y esa noche me había propuesto mirar de reojo y nada más.


Conté al menos 20 gays en media hora.


Mi reacción, al principio, fue de incredulidad absoluta. Me sentía como Homero Simpson en la fábrica metalúrgica cuando empieza a sonar “Everybody Dance Now”.



¿Qué pasaba?? ¿El mundo se volvía gay de repente???

¿Porqué todas las otras veces que me había pasado horas y horas en la catedral esperando a algún amigo no había visto nunca ni a un solo gay?


¿Porqué habían sido invisibles los gays hasta aquel verano de mis 21 años???


Para colmo, la cosa superaba a la catedral, porque caminando por la peatonal siguieron apareciendo locas que caminaban muy mironamente y se detenían frente a alguna vidriera si alguien les devolvía la mirada.


Ya en la parada del colectivo empecé a plantearme diversas hipótesis. Primero pensé que el mundo había cambiado en los 90 y se había vuelto más tolerante para abrir el nuevo siglo. Pero una supuesta mayor tolerancia significaría que los gays estarían andando seduciéndose y levantándose por la calle abiertamente, y eso no era lo que yo había visto. Nadie se había dado cuenta la noche anterior de que el bigotudo y yo estábamos en plena danza del apareamiento gay. Había sido un juego de miradas y pensamientos entre dos personas que se dio en medio de las miradas ciegas de los demás. En realidad, era una práctica de seducción más propicia para un ambiente intolerante.


Y no creía realmente que hubiera mucha más tolerancia en el siglo XXI, pero era obvio que los gays no necesitaban ser tolerados para levantar tipos por la calle (¡Y encima frente a la catedral, locas blasfemas!).


Después se me ocurrió algo más lógico. Seguramente habría por allí cerca un boliche gay, un sauna, un bar, algún punto de encuentro de gays que generaba todo ese circuito de locas pululando por la zona céntrica. Efectivamente, más tarde me enteré de la existencia del Beep Pub y otros lugares, pero, también me dí cuenta que las locas que andaban por la calle levantando tipos no solían entrar a ningún lugar, sólo deambulaban por la calle y, casi siempre, sin un peso, (por temor a los robos, riesgo ineludible).


Además, en mis siguientes exploraciones de campo, descubrí que el “circuito gay” no se limitaba a la peatonal 9 de Julio y a la plaza San Martín, como creí al principio, sino que se extendía desde la Costanera hasta la Boulevard San Juan, desde la Cañada hasta la Maipú. Es decir, el microcentro entero. Y un poco después, descubrí que el parque Sarmiento tenía su propia zona gay, con cueva del oso y todo.


Pronto, e inevitablemente, comencé a charlar con esos tipos que deambulaban por la calle con la mirada de una diana cazadora y, así -además de hacer un par de amigos muy buenos- incorporé una nueva palabra a mi vocabulario: “shiro”. El verbo shirar había sido inventado para describir esa acción de andar de levante, pero yo, en toda mi inocente (por no decir estúpida) vida, nunca había registrado esa palabra. Y eso que, como todo adolescente argentino noventoso habría escuchado/cantado 9000 veces “Mariposa Teknicholor”, de Fito Paez. Pero nunca fuí de molestarme mucho por el sentido de las canciones que se ponen de moda. Prueba de ello es que la primera vez que escuché la palabra “shirando” pensé en She-Ra, la princesa del poder, antes que en Fito (los 80 son más fuertes que los 90, no hay vuelta).


Finalmente, cuando mis conocimientos del tema fueron bastante avanzados (y mis pesadas y diversas virginidades habían quedado por fin perdidas para siempre y felizmente en unos cuantos departamentos del centro cordobés), concluí que hay un circuito gay en todas partes, en todas las calles y barrios, en todas las ciudades y pueblos, sin importar su tamaño o si hay boliches gay o no o si está oscuro o no.


Para que haya un circuito gay sólo son necesarios dos o más gays y saber mirar. Aunque la palabra saber es demasiado fuerte. Sólo hace falta tener la voluntad de mirar. O sea, sólo hace falta atender.


Creo que éste ha sido uno de los descubrimientos más sorprendentes y maravillosos de mi vida. Hasta el día de hoy me parece mágica esa manera en que uno reconoce a los que son como uno sin que nadie más se de cuenta porque, simplemente, a nadie más le importa mirar.


Yo hubiera sido uno de los más grandes campeones del shiro (amo caminar por la ciudad y observar a la gente y, por supuesto, amo mirar tipos y coger con ellos) pero pocos meses después de comenzar mis aventuras shirezcas, conocí a un chico que me habló del Chat y, con aún más torpeza que en el shiraje, comencé mi vida chatera también a mis 21 años.


Costó bastante al principio. Las primeras veces tardaba un minuto en poner “hola” porque no encontraba la tecla de la h y así me quedaba hablando solo porque no había loca que me tuviera paciencia (y porque aún hoy no puedo superar mi estúpido aunque ventajoso odio a las faltas de Ortografía). Tampoco sabía usar bien el Mouse, no entendía la diferencia entre página, pestaña, Explorer, mail y las páginas parecían cerrarse, abrirse y minimizarse solas, sin coincidir con mis deseos. A veces me iba del cyber dejando la computadora toda tildada, pensando que le había roto algo insalvable y rogando por poder escaparme antes que se dieran cuenta.


¡Los papelones que me hubiera ahorrado de haber sabido la palabra mágica “ctrl.+alt+supr” o de la dimensión desconocida que abría el botón derecho del Mouse, que tanto miedo me daba apretarlo sin querer!


Pero la necesidad y el deseo han hecho milagros con los avances humanos y si el homo sapiens sapiens pudo aprender a usar palos y semillas para pasar menos tiempo persiguiendo venados y más tiempo cogiendo en los primeros ranchos de la Historia, no había razón para que yo no pudiera aprender a usar la computadora para dejar de aventurarme en callejones oscuros y concretar relaciones sexuales con mayor seguridad.


Además, el viento de los tiempos trajo muy pronto una instalación de internet en mi propia casa y le dije adiós a los cybers.

Hoy puedo escribir sin mirar el teclado a casi la velocidad del habla, manejo todos los programas básicos y en menos de un minuto encuentro lo que quiera en cualquier buscador. ¡Imagínense lo que cogí gracias al Chat!!


Pero bueno, a pesar de que no me imagino mi vida sin ella, es cierto lo que dicen: la computadora es dañina, te absorbe muchísimo tiempo que podrías usarlo en actividades más sanas que estar sentado reventándote los ojos, la espalda, el codo y el carpo.


El Chat redujo mi tiempo de shiro de entre cuatro y seis horas diarias a cero. Pronto voy a tener que comprarme una de esas bicicletas fijas para chatear o comenzar a enfrentar las temibles consecuencias de la vida sedentaria.


Sin embargo, nadie puede negar lo lindo que es estar al pedo en casa a cualquier hora, con un té, una cervecita o una pizza o lo que haya, despatarrado y desfachatado, escuchando música o viendo videos mientras charlás de Björk con una loca belga, le describís cómo se la chuparías a una loca thailandesa, peleás con una gorda yankee que no se quiere mostrar por cam, le decís por enésima a vez a tu huesito enamorado que no podés ir a verlo hoy tampoco, te informás de los últimos acontecimientos en la vida de Madonna y anotás el cel del tipo con el que vas a coger en el tiempo que tardes en cerrar todo eso, bañarte y llegar al lugar acordado.


Estoy, por supuesto, viviendo las maravillas de nuestra época, con todos sus peligros y sus premios. Y me encanta, porque siempre estuve a favor del progreso, sea del bien o del mal. Hay que tocar fondo o ser mediocre, no hay vuelta. Y amar el presente o ser resentido.


Pero también amo el pasado y, con lo volado que soy, no me cuesta imaginar el mundo del shiro urbano a través de los tiempos (que seguro nació con la misma Çatal Hüyük) y sentir a mi costado romántico florecer pensando en todas las locas de todos los tiempos que habrán pegado levantes al lado de templos, acueductos, plazas, castillos, palacios, etc. Y no sé qué habré leído, visto o escuchado por lo cual este tema estuvo dando vueltas en mi cabeza los últimos meses y hace poco me picó la curiosidad por saber qué sería de ese circuito gay tan tardíamente descubierto en mi vida y tan tempranamente abandonado gracias a mi forzado acceso a los avances informáticos.


Era un martes a la medianoche, había ido a visitar a una amiga que vive en plena peatonal. Al día siguiente no tenía nada que hacer porque era feriado y tenía que caminar unas cuadras hasta la playa de estacionamiento. Era la ocasión propicia.


Riéndome por dentro, pero muy serio por fuera, bajé por la Alvear hasta la Dean Funes, rodeé la plaza, y retrocedí hasta la 9 de Julio, mirando las vidrieras (que ahora sí las miro en serio, será que estoy más viejo).


No veía ningún gay shirando pero tampoco lo esperaba. Suponía que a todas las locas nos había pasado lo mismo y que, hoy 2009, estarían todas encerradas en su casa o en algún cyber viendo con quién iban a coger (y con quién no, también).


Y entonces, apareció él.


Justo cuando, casi media cuadra antes de la General Paz una vidriera de trajes había llamado mi atención, presentí que alguien se acercaba a mí. Cuando las calles están tan desiertas como a esa hora, uno siente a la gente acercarse desde lejos. Quizás ves la figura de alguien que viene caminando desde 4 cuadras más arriba y ya sabés que es un gay shirando. A éste lo detecté cruzando la General Paz, allá a lo lejos. Me quedé esperando, mirando discretamente a aquella figura que se acercaba y cruzando los dedos en mi corazón para que el milenario arte del shiro no hubiera muerto en las frías manos de silicio de las computadoras.


Cuando sólo faltaban unos metros para estar frente a frente, ví un jeans común, un saco de gabardina marrón caca y unos zapatos negros que aflojaban cada vez más el paso. Me dí cuenta que era un chico muy joven el que los llevaba, no tendría 20 años aún, lo cual me alegró mucho. “La juventud no está perdida aún” pensé, alegremente, mientras le decía “Hola”.


- Hola, flaco – dijo él, deteniéndose muy naturalmente como si fuéramos viejos conocidos.


-¿Cómo va? ¿Qué andás haciendo? – le dije lo más seductoramente que pude, mientras lo miraba con rayos X. Parecía algo demasiado flaco, pero tenía los 10 puntos que aportan el ser bien machito.


- Nada, chavón, acá viendo lo que encuentro – dijo, bajando la voz y la mirada. Y antes de que yo pudiera decir nada, me lanzó un desconcertante: -¿Qué tenés?.


-Y…ehmm…- empecé, pensando, como Terminator I, la mejor frase para insertar en la situación: a) Una pija asíííí, b) Un culito que te morís, c) Lo que vos me pidas, bebé, d) Y mirá, yo soy solo activo..., e) Chupar una buena pija, f) No busco nada, sólo miro vidrieras.


Pero de nuevo aquel impetuoso adolescente me ahorró el enviar impulsos de habla a mi lengua.


-¿ Tenés merca? – me dijo, mirándome a los ojos y desviando la mirada al instante (lo mismo que ocurre cuando se pregunta “¿tenés lugar?”)


- Ah…no…yo ehmm…no…-Y se me apagó la voz en un balbuceo. ¿Cómo explicarle a un pendejo drogadicto que yo era una loca treintañera nostálgica de sus 21 años, muy al pedo esa noche, dejándose llevar por los raros impulsos telenovelescos de su corazón, que tiene pocos pero los tiene?


Sólo habían dos opciones, o le decía la frase anterior palabra por palabra o me iba caminando. De nuevo elegí apoyarme en mis piernas y no en mi coraje y salí de ahí lo más rápido que pude. Lo bueno de la peatonal es que, cuando llegás a una esquina, suele haber policías o gente y si sacaste suficiente ventaja entonces nadie te sigue.


Doblé en la General Paz, bastante transitada, como siempre, y llegué a la playa de estacionamiento riéndome todavía. Recién arriba del auto, más calmado, empecé a reflexionar.


El primer pensamiento que tuve fue, como de costumbre, ultraderechista, reaccionario y conservador: todo era culpa del deterioro económico de los últimos años que llevaba a los niños y adolescentes a consumir drogas ilegales, lo cual, para colmo, entorpecía el shiro gay en la ciudad. ¡Si tan sólo la gorda Carrió se enterara de ésto!

Ya me la imaginaba diciendo muy gauchescamente que los jóvenes argentinos consumían merca envueltos en gabardina color caca mientras otras personas se daban con efedrina envueltas en Prada y Louis Vuitton. Eso sin mencionar a los gays que preferían el sano modo de vida nómade, los cuales se quedaban sin espacios (pero difícil que la gorda mencione la palabra gay con un Jesucristo colgando entre las tetas).


Después, más relajado aún, ya en frente de mi amada archivadora de material porno conocida como computadora, chateando a dos manos y un codo, pensé que los gays éramos sólo un grupo más del montón de grupos “diferentes”. Así como dos gays se dan cuenta de su homosexualidad con sólo mirarse a los ojos, también una mujer puede transmitirle a un hombre en una mirada que quiere tenerlo en su cama, o lo mismo un hombre a una mujer, o lo mismo un narco a un drogadicto, etc.


Al final no importa la condición sexual, social o econoómica de la persona.


Lo que importa es la soledad que se siente y la capacidad de mostrarla en los ojos como un deseo de acercamiento. Y eso es lo mágico que tiene el shiro o como se lo quiera llamar.


Lo cual me recuerda al asqueroso e insoportable de Brad Pitt en Entrevista Con Un Vampiro (debo ser la única loca en el mundo que ama las películas de Brad Pitt por las películas en sí y no por él) cuando se encuentra con otro vampiro en una callejuela parisina.



O, un poco más mágico pero igual de clásico, a Rogue y Wolverine en X Men I, cuando se miran de reojo en la barra de un bar suponiendo que el otro también es mutante.



Y, por supuesto, al único diálogo memorable de uno de los mayores bodrios que hizo Madonna en el cine, Body Of Evidence: Rebecca Carlson, una dominatrix sadomasoquista acusada de asesinato cena con su abogado en un restaurant. De repente, él le pregunta:


- Rebecca, ¿cómo te das cuenta que alguien...?

- ¿…tiene los mismos gustos que yo?

- Sí.

- Pues no lo sé…sólo lo miras y te das cuenta.

- Mira alrededor y dime si ves a alguien así aquí.

- ¿Quieres que mire en cada una de las mesas si hay alguien aquí como yo?

- Exacto.

- De acuerdo


Ella mira a su derecha y recorre el lugar con sus ojos hasta encontrar los de él, luego voltea a la izquierda y regresa lentamente su mirada al centro.


- Muy bien…¿quién?

- No te lo voy a decir.

- ¿No me lo vas a decir???

- No, no te lo voy a decir.

- ¿Y porqué no????

- Porque él aún no lo sabe.



No sé quién escribió ese guión y probablemente haya sido copiado de otro lado (como el 99,9 % de lo que hace Madonna).


Pero, realmente, ¿existe una mejor razón para guardar esos secretos?