Bueno, resulta que un pibe de 22 años está muerto, pero lo
que importa no es éso sino qué podemos decir sobre ello los que seguimos “vivos”.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es
remarcar que fue a un encuentro casual para hacer un trío (¡Un trío!¡Nada
menos!) y que, encima, usó Popper y vaya a saber qué otras sustancias que
terminaron dándole un paro cardíaco.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es
resaltar que estaba enfermo, que tenía sexo sin protección, que compraba drogas
baratas e ilegales, que vivía en riesgo, que no se quería.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es
asegurar que la familia no lo contenía ni lo contuvo nunca, que sus amigos eran
todos drogones perdidos como él, que no tenía a nadie con quién hablar, con
quien compartir, con quién sentirse acompañado.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es
entrar a su Facebook, al que nunca entramos antes ni aunque él nos lo pasara,
para ver sus fotos, sus publicaciones y los comentarios que le dejan.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es pedir
casi como desesperados en el tablero de Manhunt que alguien nos pase su Nick para
que podamos chusmear en su perfil, sus fotos, sus palabras, sus preferencias.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es decir
que lo conocíamos, que sabíamos en qué andaba, que hasta alguna vez le
advertimos que no fuera tan descocado y que no nos hizo caso.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es hacer
algún chiste o comentario malicioso sobre las locas que cogen a diestra y
siniestra mientras se drogan con la merca más barata que les vende la policía
que después los para si los ve con gorra o en moto.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es decir
todo lo otro para poder asegurar que ya estaba muerto en vida.
Un pibe de 22 años está muerto, éso debería ser todo lo que
tenemos para decir. Deberíamos hacer silencio, aunque sea un segundo, y
sentirnos mal, tristes, angustiados. Y si no podemos, deberíamos intentarlo. Porque
si no podemos entristecernos aunque sea un poquito leyendo esas siete palabras,
los muertos en vida somos todos los que seguimos vivos.
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