jueves, 31 de julio de 2008

La Colorada Malvada

Hubo en un mismo reino, aunque en épocas diferentes (pero no tan diferentes), dos reyes igualmente homosexuales, uno de ellos amado, respetado, temido y reverenciado por sus contemporáneos y por la Historia, el otro odiado, vilipendiado, burlado y escrachado hasta el día de hoy como si fuera la peor basura.

El reino es, por supuesto, Inglaterra. El rey amado es Ricardo I, apodado el Corazón de León por su valentía. Y el rey odiado es Guillermo II apodado Rufo por su cabello y tez colorada.

A Guillermo Rufo le gustaban los hombres tanto como a Ricardo Corazón de León. A Guillermo le gustaba ver a sus cortesanos vestidos y peinados como mujeres igual que a Ricardo le gustaba rodearse de soldados, servidores y trovadores poco viriles y de alma poética. A ambos les encantaba la buena mesa, el vino, las fiestas y la música mientras el pueblo bajo se alimentaba de raíces, ratas y cenizas. Ambos cobraron impuestos carísimos a pueblos realmente miserables y condenaron con penas severísimas a los que violaran sus preciosos bosques de caza, donde practicaban ese deporte tan querido por los reyes de su familia.

Y ambos reinaron por un cortísimo período de tiempo (Rufo por 13 años, Ricardo, 10)

Y, sin embargo, Ricardo fue el héroe de su época y pasó a la historia y a la literatura como una leyenda medieval mientras que Rufo apenas es recordado y lo poco que se dice de él es que fue unos de los peores gobernantes ingleses.

¿Qué hicieron estos reyes tan igualmente gays para merecer tan diferentes leyendas? Algo muy simple: Ricardo luchó en las cruzadas representando a la Iglesia Católica mientras que Rufo no perdió oportunidad de insultar y acusar de hipócrita a todo eclesiástico que se le cruzaba mientras reinó. Y no sólo éso, ¡Hasta quiso sacarle dinero a la Santa Iglesia!

Como de Ricardo ya escribí antes en este blog, me voy a centrara ahora en Rufito.

Guillermo Rufo tuvo unos padres interesantísimos que, en parte, explican cómo era él.

El padre de Guillermo Rufo fue Guillermo el Bastardo (más tarde Guillermo el Conquistador). El Conquistador nació en Normandía como hijo ilegítimo de Roberto el Diablo (más tarde Roberto el Magnífico) y una tal Arlette, hija de un curtidor de cuero en Falaise. Roberto el Diablo asesinó a su hermano mayor para ser duque de Normandía, pero después se sintió muy mal y decidió irse de peregrinación a Tierra Santa para expiar su pecado. Antes de irse hizo jurar a sus barones que aceptarían al hijo de Arlette como su duque. Los barones se alzaron contra Guillermo el bastardo apenas Roberto el Diablo salió de Normandía, pero el bastardito tomó su sopa, creció y terminó sometiendo a todo el ducado. Sin embargo, sus enemigos siguieron repitiendo por lo bajo que era un bastardo, cosa que lo ponía tan mal que hacía cortar las manos y los pies de quienes se atrevían a pronunciar esa palabra.

La mamá de Guillermo Rufo era Matilde de Flandes, hija del conde Balduino V de Flandes, el cual estaba tan forrado en guita que sus hijas podían hacer lo que quisieran. Matilde, por ejemplo, había hecho confeccionar un árbol genealógico que la mostraba a ella como descendiente de Alfredo Magno. Vivía acosando a sus sirvientes, le gustaba usar las telas más caras y soltar su cabello rubio en trenzas sobre los hombros (una locura tremenda para la época) y siempre se salía con la suya. Cuando quería algo, sólo tenía que poner voz acaramelada y pedírselo a su querido y gordo padre para obtenerlo. Por eso, cuando llegaron emisarios del duque Guillermo de Normandía para pedir su mano, Matilde les dijo con toda su osadía que jamás se casaría con un bastardo.

Unos días después, cuando Matilidita salió a cabalgar por la ciudad de Brujas con un par de damas de compañía para mostrar sus hermosas joyas, ropas y trenzas ante las miradas de los curiosos, apareció de golpe Guillermo de Normandía a caballo, con aspecto de estar muy ofendido. El Bastardo la agarró de las trenzas, la tiró a los charcos de barro y otras inmundicias que había en las calles medievales, le pegó un par de trompadas, unas tres o cuatro patadas, la insultó con palabras muy poco propias de un duque y después sacó el látigo y le dió con él hasta hartarse, dejando a la hijita del conde inconsciente en medio de toda la chusma que miraba asombrada.

Cuando Matilde se despertó, estaba en su cama y tenía flor de magullones por todo el cuerpo. Sus padres y sus cortesanos recorrían la habitación llorando y gritando que declararían la guerra a Normandía. Pero la rubia trenzuda los dejó mudos cuando dijo “Quiero casarme con Guillermo el Bastardo, ya!!!”.

Después de días en que Matilde se mostró inflexible y declaró que si no se casaba con el Bastardo, no se casaría con nadie y se retiraría a un convento, el conde Balduino terminó accediendo y llamó a Guillermo para casarlo con su hija.

Aún debieron esperar 4 años para casarse porque el Papa prohibió el casamiento por consanguinidad. Sin duda, el sumo pontífice no quería que Normandía se hiciera demasiado poderosa al recibir la dote y la alianza de Flandes, o quizás sólo les prohibía casarse de pura loca mala que era.

La cuestión es que los tortolitos sadomasoquistas igual se casaron y tuvieron 10 hijos. Una verdadera historia de amor.

Guillermo el Conquistador estaba encantado con su segundo hijo, Ricardo, que era alto, fornido, rubio, ojos azules y con piernas de cazador. Un verdadero normando. En cambio, Martilde amaba a su hijo mayor, Roberto, el cual era petiso, rechonchón, rosadito y de piernas tan cortas que su propio padre lo había apodado Robert Curtheuse (Roberto Piernas Cortas). El patas cortas odiaba a su padre y levantó ejércitos contra él en más de una ocasión para arrebatarle Normandía e Inglaterra (conquistada en 1066 por Guillermo), ejércitos que pagaba con dinero que le daba su madre.

Guillermo el Conquistador estaba tan furioso por esa traición que decidió hacer rey de Inglaterra a Ricardo por sobre los derechos de Roberto, el primogénito. Sin embargo, Ricardo perdió la vida en un accidente de caza en el Bosque Nuevo de Londres, así que a Guillermo el Conquistador no le quedó otra que volverse hacia su tercer hijo varón, Guillermo Rufo, el colorado, que había sido siempre el más avispado de todos.

Al morir el Conquistador, Guillermo Rufo pasó a ser rey de Inglaterra y realmente gobernó bastante bien para lo que se requería de un gobernante de aquella época (construyó puentes y edificios, entre ellos, la famosa Torre Blanca en Londres, y mantuvo la paz interior, es decir, mantuvo ricos a los ricos y pobres a los pobres).

Guillermo Rufo era un gordo pelirrojo que no tenía problemas en reírse de sí mismo. Le gustaba cazar, embriagarse con sus amigos y burlarse de todo lo que los demás consideraban tema serio. Principalmente, de la Iglesia Católica.

Su archienemigo era Anselmo, el arzobispo de Canterbury (más tarde, San Anselmo), el cual se ponía como fiera en celo cuando predicaba (o más bien, despotricaba) contra el repugnante pecado de la sodomía.

A Guillermo Rufo, en cambio, le encantaba contar sus experiencias sexuales con total desparpajo a quien quisiera oírlas, y todas ellas incluían sodomía, sexo grupal, travestismo, sadomasoquismo (heredado, quizás, de su madre) y quién sabe qué más. Por si fuera poco, le gustaba hacer chistes con su propio cuerpo y sus gustos extravagantes.

Anselmo estaba enojadísimo por ello. Y más se enojaba cuando Rufo le decía que era una loca vieja y arrugada, tapada e histérica, que se moría de ganas de tener una buena p*ja en el ort* igual que todo el resto de la casta y pura comunidad eclesiástica.

Al final, Rufo mandó al arzobispo a Roma para que visitara al Papa y mientras el viejo viajaba le confiscó todas sus propiedades, lo cual casi le provocó un infarto en medio de la ruta al pobre Anselmo (en ésa la re banco a la pobre loca tapada).

Pero la joda no le duró mucho a Rufo, porque acabó muriéndose en Agosto del año 1100, en el mismo bosque que su hermano Ricardo, por un flechazo que nunca se supo bien de dónde vino. Algunos dicen que fue del arco de Enrique Bleaurlec, hermano menor de Rufo, que pasó a gobernar inmediatamente como Enrique I, pero nunca se pudo probar.

Enrique I decidió llevarse bien con la Iglesia ya que su posición política no era muy segura en aquel momento y llamó de nuevo a Anselmo y le devolvió sus tierras. La loca vieja y reprimida pudo volver entonces a Londres para seguir hablando pestes de los homosexuales.

Así, Anselmo se dedicó a deshonrar la memoria de Rufo y dejarlo marcado en la historia como un malvado gobernante, pervertido y sodomita. A la historia la escriben los que ganan y las locas malas siempre ganan (sobre todo, cuando son aliadas del Vaticano).

Hasta el día de hoy podemos encontrar historiadores católicos que se dedican a decir lo malo y desviado que era Guillermo Rufo (como si a alguien le importara).

Como a mí me importa, me gustaría reivindicar un poco a esta loca gorda y colorada cuyo único -o más bien, mayor- error fue decirles hipócritas en la cara a los hipócritas. Es una actitud tonta, ya que siempre se termina perdiendo, pero igual me parece tan valiente como la de ir a pelear en las cruzadas contra los sarracenos.

martes, 8 de julio de 2008

Porqué odio a Brockeback Mountain


Cada cierto tiempo, pasa algo (o nos mandan algo) que hace que todo el mundo se ponga a hablar de los gays, los travestis, la homosexualidad, etc.

Normalmente, este "algo" suele ser una noticia en los diarios o en la tele, sobre algún respetable personaje público descubierto en algún motel con un niño, o joven, o travesti, o transexual (o varios de ellos), algún discurso homofóbico del Papa (o algún obispo famoso) sobre el tema, alguna travesti golpeada por la policía, algun comentario homofóbico deslizado "sin querer queriendo" por algún conductor o animador de programas de TV, etc.

También puede ser algo un poco menos lamentable, como una nota sobre la vida de Rock Hudson o la noticia del estreno de alguna película de temática gay.

Esto último fue el "algo" que pasó cuando se estaba por estrenar Brockeback Mountain. Todos decían (o más bien, la prensa pagada decía y los demás repetían) que sería LA película gay de la historia, que tenía una óptica diferente, que se alejaba de los clichés, que era una gran historia de amor...hasta algunos decían que era la versión gay de "Lo Que El Viento Se Llevó".

Así de ilusionado fuí a verla al cine, pensando que saldría llorando y con el alma colmada.
Creo que a los 15 minutos ya estaba bostezando. Sí, muy bonita la música y la imagen, pero ¿Porqué toda esa promoción de película "diferente" si es una mierda más del cine yankee? Cambiemos a los personajes y pongamos a una pareja hetero que, por alguna razón shakespeariana no puedan consumar su amor a la luz del día y tengan que hacerlo donde nadie los vea y a espaldas de sus parejas legítimas. Es lo mismo. O sea, ¿Qué sentido tiene que sean gays? ¿Fué solo para llenar a los cines de locas y asegurarse éxito de taquilla?

De enfoque diferente sobre la temática gay no tiene nada, lo más que hace es mostrar cómo una buena publicidad puede hacer accesible al consumo general incluso a temáticas que son más o menos tabúes en la sociedad. Con esta ética, Hollywood podría vendernos exitosamente películas cuya temática sea técnicas de canibalismo o sexo escatológico siempre y cuando las publicite como "LA" nueva y diferente película sobre el tema.

Y encima todas las locas llorando a la salida del cine, repitiendo casi textualmente las opiniones de los críticos más berretas que leen en internet o escuchan en la FM como si se les acabara de ocurrir.

Pero bueno, nada de ésto es suficiente para odiar a una película, porque ¿cuántas veces pasa lo mismo con tantas otras?

Sin embargo, Brockeback Mountain no se queda ahí. No es sólo una mierda mediocre Hollywoodense pensada para ganar plata rápido. Creo que más allá de esa de por sí condenable (pero tan común) característica, tiene un mensaje venenoso.

Para empezar, los personajes son patética, despreciable y condenablemente cobardes. Sin embargo, no se repara en ello nunca. La película no da ninguna razón por la cual estos dos chicos no se atreven a tener una relación sana. Deja que uno la intuya o la elabore solo.
Y no queda otra que pensar que están en en el fascista/retrógrado/engendrador de Bushes/cristiano estado de Texas. No queda más que pensar que no son los 90s sino los 60s o los 70s o los 80s, que son chicos comunes y sencillos perdidos en un mundo opresor y antigay, que son chicos de campo y no saben de la libertad en las ciudades, etc.

En definitiva, todo en la película conduce a victimizarlos. Para colmo, con los trucos más bajos la directora o la escritora hacen que uno se conmueva y, por ende, se encariñe con los personajes. Tan bruto, tan retrógrado, tan yankee es el argumento que hasta tiene que matar trágicamente a uno de los personajes para lograrlo.

Y se sale del cine pensando que es una historia de amor, que es conmovedora y tierna...¡Por favor! ¡También habrán llorado cuando se murió la mamá de Bambi! Pero Bambi (que yo sepa) nunca disculpa ni entroniza a la cobardía.

Darle tintes de romanticismo y ternura a una situación patética y condenable a todas luces como la de un gay casado que engaña a su mujer, a sus hijos, a la sociedad entera y, lo peor, a su amante, me parece más de lo que puedo soportar de una película. Algunos me dicen que es una historia humana, que son cosas que pasan así en la realidad...¡Humana, las pelotas! Humana sería si mostrara todos los costados de la situación, pero se emperra en mostrar lo romántico que es un amor prohibido o secreto. Sí, es romántico, pero es doloroso, dañino, destruye hogares y autoestimas, esparce el SIDA y otras cosas, etc.
¿Eso se muestra en la película? Aparecen las esposas de vez en cuando, dos actrices de morondanga tratando de poner sus caras rígidas para transmitirnos que saben pero no quieren saber. En definitiva, son sólo más leña que aviva esa hoguera de victimización del gay que no se atreve a vivir su sexualidad a pleno. Las esposas parecen hasta culpables de lo que pasa.

Ok, quizás la idea del autor de esta película era sólo transmitir esa cosa romántica del amor prohibido, quizás sólo quería contar una historia, quizás sólo quería mover ciertas piezas y no le importa el tablero. Pero precisamente por ello, por su falta de visión, por su falta de humanismo, y por su barata forma de intentar lograr conmover al público, es que me parece una película detestable. Más aún teniendo en cuenta la publicidad que se le hizo y la atención que recibió.

Hasta el día de hoy la película tiene sus defensores, incluso dentro de activistas gays que creen que favorece a que el "tema gay" se difunda y se vuelva natural entre la gente como algo más. Pero ¿realmente difunde el "tema gay"(sea lo que sea eso) o sólo le pone la marca de aceptabilidad Hollywoodense a una historia homosexual que evita el compromiso y la reflexión y favorece las lágrimas rápidas y fáciles que no nos hacen perder tiempo ni nos obligan a pensar demasiado? Por otro lado ¿Es el "tema gay" algo más? ¿Naturalizar algo significa vaciarlo de contenido para que no moleste o comprenderlo y masticarlo y digerir lo que se pueda?

Hay quien dice que los gays no son todos travestis o locas afeminadas y en la película se muestra otro tipo de gay: un gay masculino, que no se le nota, fuera del ambiente de boliches, desfiles, etc., que hasta está casado y vive como hetero. ¿Y es que acaso ése es el gay deseable? ¿La loca que se come una pija cada fin de semana en algún lugar donde nadie la ve y de lunes a viernes cumple horarios de hetero?

Le echo la culpa a Hollywood y sus trucos comerciales, pero en realidad, la industria del cine sólo se aprovecha de nuestra mentalidad dividida. La fomenta al aprovecharla, seguro, pero no la crea. Pareciera que creemos que hay dos opciones nomás: o nos ponemos el pantaloncito elastizado y salimos a loquear por ahí o nos casamos y loqueamos sólo en el dark room sin que se entere la bruja.

Lo que me da pena es ver cómo hay gente que no considera ni viable una tercera opción, mucho menos una cuarta o una quinta o más.
Pero supongo que cada situación tiene su infierno. Ahí están los argumentos que victimizan a la loca afeminada (también los hay) y los que salen a victimizar a las locas tapadas, como lo hace Brockeback Mountain. Así, el mundo siempre es el malo y el cruel, cada cual elige su veneno.

Algunos parece que ni se dan cuenta que eligieron un veneno, otros lo saben y lo sufren, otros hacen lo que pueden por digerirlo. Qué pensar de ésa gente, no sé. Lo que sí sé es qué pensar de los saben que están haciendo las cosas mal y así y todo no hacen nada por cambiarlo.

Y encima te dicen, apelando a tus lágrimas, "ay, es que el mundo no me va a entender".

domingo, 6 de julio de 2008

Chuparla o no chuparla, thatisthequestion


En el mundo existen y han existido siempre dos clases de personas: las que les gusta (o gustaría) chupar una p*ja y las que les gusta (o les gustaría) que se la chupen.
Y en esta categorización dual no hago distinciones de edad, raza, religión, nacionalidad, etc. Y mucho menos, de sexo.
Cualquiera pensaría que a todo hombre le gusta (o gustaría) que se la chupen, sin embargo, existen hombres -no sé cuántos habrá-(pero en eso soy tan ignaro como cualquiera porque nadie lo sabe) que prefieren (o preferirían) chupársela a otro.
En cuanto a las mujeres, las que no tienen el deseo de chuparla están condenadas a padecer esa frustración de desear algo y no tener el instrumento con el cual lograrlo. Algunos lo llamarían "envidia del pene", pero creo que en realidad eso es otra cosa. Las mujeres que no la chupan suelen ser inconformistas, rebeldes, contestatarias e, invariablemente, cornudas. Hasta podría decir que, si sos mujer y al leer ésto sentís indignación, desprecio, absoluto desacuerdo y, sobre todo, el deseo de calzarme una piña en la cara, quiere decir que no te gusta chuparla. Esto no significa que seas lesbiana, pero sí que hacer feliz a un hombre y complacerlo no está entre los principales objetivos de tu vida.
Y si sos lesbiana, probablemente estés pensando que no necesitás tener pene porque igual te pueden chupar la vagina. Quizás el placer físico sea comparable pero, en nuestra occidental y falócrata cultura, el significado de chupar una p*ja es absolutamente diferente al de chupar una vagina. (hasta existen nombres diferentes para cada práctica).
Difícilmente podría compararse la sensación de poder/placer que experimenta un hombre al que le chupan la p*ja con la que experimenta una mujer a la que le chupan el clítoris. Si bien el clítoris es una especie de pene truncado, no tiene ni el tamaño ni la visibilidad que hacen del pene todo un símbolo de poder. El clítoris es casi un punto, sutil y escondido, al que hay que buscar, descubrir y tratar con delicadeza mientras que el pene es un órgano de considerable tamaño que sobresale del cuerpo en un brutal intento de llamar la atención. Y la erección no sólo aumenta ese impulso peneano de decir "¡Acá estoy!" sino que le confiere esa cualidad casi mágica de aumentar su tamaño en pocos segundos.
Para algunos hombres, su pene no es tan importante, y por ello no desean en absoluto que les hagan sexo oral. ¿Cómo se explica ésto? Ningún hombre, ni el más gay que exista, podría decir que no es lindo que te chupen la p*ja. Por lo tanto, ¿cómo es posible que existan tipos que sólo les gusta chuparla y no que se la chupen? Hay casos y casos, no voy a referirme a los que tengan alguna anormalidad física o algún problema que haga que no se les pare. Me voy a referir a los hombres que pueden lograr una erección normal y así y todo prefieren chuparla. Obviamente tiene que haber una razón psicológica para explicar ésto y estoy seguro que se trata de una necesidad de someterse. Es decir, que al decir que existen dos clases de personas, los que la chupan y los que quieren que se la chupen, estoy diciendo que existen, por elección consciente o no, dominadores y dominados.
Al que le gusta chuparla, varón o mujer, le gusta someterse, le gusta reconocer la superioridad de otro hombre o, quizás, reconocer su inferioridad frente a otro hombre. Pero lo de otro hombre, tampoco me gusta, creo que sería más clara la expresión "reconocer la superioridad del pene".
Y el sexo oral me parece tan claro para ilustrar toda esta tesis porque es la única práctica sexual que requiere consentimiento para ser disfrutable. Un tipo puede violar a una mujer o a un hombre y disfrutarlo mientras su víctima difícilmente lo disfrute, pero no puede obligar a alguien a que se la chupe bien. Es decir, puede hacerlo, pero jamás será lo mismo que se la chupe alguien por obligación a que lo haga por gusto y deseo.
Chuparla por deseo es reconocer que a uno le gusta la p*ja, es reconocer al pene como algo superior, es darle poder a lo masculino/activo y humillar a lo femenino/pasivo. Los romanos lo entendían muy bien, por algo tenían leyes contra los ciudadanos que le practicaban sexo oral a los esclavos pero no existían leyes contra los que obligaban a sus esclavos a practicarles sexo oral. Los argentinos decimos con asco o desprecio "ése se la come", sin embargo, no existe la expresión "a ése se la comen".
En definitiva, para nosotros, los judeo-cristianos occidentales ¿Qué importa si a un tipo se la comen? Lo importante es que el tipo no la coma. Comérsela implicaría reducirse, inferiorizarse, someterse...la idea de la sodomía en su más puro estado.
Es por ello que siempre me dan gracia esas frases típicas en el chat (o fuera de él también):"Soy machito, busco otro machito", "Soy machito, busco chuparla", "Soy machito, busco un 69".
Podés ser muy masculino, caminar con las piernas como si fueran paréntesis, tener barba, jugar al fútbol y tener panza de cerveza, pero si te comés una p*ja, sos tan puto como una mariquita con pantalones elastizados y gafas de sol que baila Britney en la tarima de un boliche. Todo es cuestión de chuparla o no chuparla, chicos.
Por lo tanto, señores gays masculinos que chupan la p*ja, les aconsejo que dejen de invertir tantas energías en "masculinizarse", la simbología de nuestra cultura es demasiado pesada para cambiarla con la brutal, vacía y simplista paradoja "macho por macho".
Macho es el que no se la come, por lo tanto, o dejan de chuparla o empiezan a depilarse y probarse tanguitas en lugar de mirar fútbol por TV (o más bien, futbolistas).
Me fuí, en realidad este pequeño y tarado ensayo no es para atacar a los putos reprimidos o a los maricones que sienten terror por ponerse una peluca, sino para reivindicar a la femineidad, la pasividad y el auto-sometimiento. Mi conclusión es que no hay nada de malo en que te guste comerte una p*ja. Está buenísimo, hay que desarrollar el puto interior que tenemos, si es nuestro deseo. No se trata de ponerse una peluca para chuparla, se trata de aceptar que uno tiene ese costado femenino/pasivo/sometido y le gusta sentirlo. Sería una forma sana y positiva de empezar a modificar la homofobia y el machismo que nos envenenan la existencia.
Pero claro, más fácil es dejarse arrastrar por la masa o por los miedos y seguir diciendo "soy macho y quiero comerte la p*ja". Otro caso peor es "soy macho, me dan asco los putos y quiero comerte la p*ja". Pero ese es otro tema...