miércoles, 22 de agosto de 2012

Cicatrices del shiro


Tengo 33 años y creía haber vivido ya todas las formas posibles de levante.

Me mandaron cartitas secretas cuando iba a la escuela (nunca supe quién pero recuerdo sus errores de ortografía), el hermano de un amigo me intentó violar en un baldío frente a mi casa pero justo cayó mi amigo a buscarlo (jamás lo perdoné, a mi amigo, por supuesto), una gorda con lentes y dientes salidos me pintó la vereda frente a mi casa con un “te amo” gigante seguido de mi nombre (fue la primera vez –pero no la última- que ser gay me sirvió de excusa perfecta), me dijeron “¿querés coger?”, me dijeron “¿querés ser mi novio?”, me dijeron “te pongo una naranja en la boca y te la chupo hasta tomar Mirinda” (¡tenemos un ganador!), me propusieron una relación formal en una mesa con mantel rojo, velas y copas de cristal (no sé cómo aguanté la carcajada) me ofrecieron plata por sexo (y a veces acepté), me guiñaron el ojo, me siguieron por la calle, me invitaron cafeces por millones, me palparon, me exhibieron, me mostraron, me vinieron a decir las cosas más zafadas con aliento a vodka, me mintieron, me dijeron la verdad, me mandaron mensajes eróticos por cel o por Internet y bueno, muchas pero muchas formas de levante más viví, sufrí y gocé.

Pero nunca, nunca, nunca antes me habían tirado una piedra en la espalda.
Resulta que estaba yo una tranquila noche hamacándome en la plaza...ok, ok, no podía conectarme al chat esa noche y necesitaba sexo sí o sí así que tuve que ir a la plaza...cuando de repente se cruza frente a mí un chico de mi edad (o más, por supuesto) que me clavó la mirada como si yo fuera una McBurguer con fritas y él un diabético en tratamiento.
Pero, como suele ocurrir cuando uno está hiperarchirecontra caliente y desesperado por coger, me hice el difícil y no le devolví la mirada. En realidad hacía poquito que llegaba yo a la plaza y quería ver más opciones antes de decidir. Además el tipo usaba una remera militar onda camuflada, lo cual en un lugar así sólo puede restar puntos.

Pero el muchacho parecía convencido porque dio media vuelta y volvió a pasar y repitió la operación otra vez. En su segunda repetición decidí mirarlo a los ojos para darle a entender que no me gustaba pero, apenas lo miré, él desvió la mirada y se quedó parado mirando un poste de luz como si fuera una obra de arte, todo con actitud confusa y tímida. Entonces me dí cuenta que el tipo estaba esperando que yo lo avanzara...¡encima éso! Por supuesto, me quedé en mi hamaca mirando para otro lado con decisión hasta que el tipo repitió su itinerario y fue a sentarse en un banco unos metros detrás mío.

Ahí pensé que se iba a ir al rato pero, de pronto, empecé a escuchar el sonido más horrible que te pueden hacer cuando estás shirando: “¡chist!”

¡Por Dior! Debería escribir un manual para shiradores y repartirlo gratis en la plaza: “No usar remeras camufladas, No chistar, silbar, toser ni hacer ningún sonido para llamar la atención, No enseñar la pija para después poner la cola, No llevar dinero ni objetos de valor, No aceptar nada de los policías y -lo más más importante- No usar medias de referí de fútbol, short de rugby blanco y musculosa negra (menos cuando tu cuerpo delata más tiempo pasado en panaderías que en canchas)”.

A lo que iba, chistar es la cosa más estúpida que podés hacer. Al menos para mí, aunque se lo he oído decir a varias locas también. La cosa es que de golpe los chistidos cesaron y pensé que aquella loca chist-tonta había entrado en razón por fin. Pero de golpe sentí como un suave silbido en el aire y un golpazo tremendo en mi omóplato derecho. Me dí vuelta y ví una piedra que pesaba por lo menos medio kilo caída en el suelo y unos metros más atrás, la loca de la remera camuflada saludándome  tímidamente con la mano.

Por un momento, que no entendía lo que pasaba, pensé que me estaban atacando y me iban a robar y -con suerte- violar. Pero no, era sólo que como los chistidos no le habían funcionado, aquella loca pelotuda me tiró una piedra para llamarme la atención.

A veces, cuando estás en el chat, alguien te abre una ventana o te manda un mensaje diciendo “hola” y vos les contestás “hola” y al ratito te dicen “bueno, no me vas a decir nada?” o algo así. Yo antes pensaba que estas personas tenían un simple problema de vanidad exagerada, onda “te hablo yo para darte permiso de hablarme a mí, que soy tan divina”. Pero últimamente me estoy convenciendo que el problema es, en realidad, neuro-conductual. Y éso no es ningún término científico: o sea, o carecen de neuronas (muy probable) o no saben cómo conducirse en sociedad. Cuando uno inicia una conversación con un “hola”, lo normal, natural, esperable y –sobre todo- aconsejable, es proseguirla. Pero existen locas que no aprendieron éso, al parecer.

Y existe ésta loca (porque quiero creer que es la única en el mundo) que te shira y te shira al punto de chistarte para llamarte la atención y, si no te le acercás a hablarle después de su tremendo esfuerzo de sociabilización, te caga a pedradas.

Pequeño grito que le pegué, por supuesto. Más bien pequeños gritos. Y, tal como esperaba, la loca con toda su timidez y carencia de normas sociales civilizadas (ponéle), se levantó y salió disparada para otro lado al  apenas escuchar mi inicial “¿Pero vos estás loco, pedazo de enfermo...?”.

¡Dior mío! ¡Lo que hay que vivir en esos lugares de shiro! Antes te tenías que cuidar si venían 4 o 5 pendejos en patota a robarte las zapatillas o dos canas a darte un discurso moral sobre la sexualidad con tonada de barrio Ituzaingó Segunda Sección (si es que no te hacían el verso de que eran bisexuales, pero éso lo dejaré para otro post) o un colgado a preguntarte qué vendías o a venderte algo. Pero ahora te tenés que cuidar de las mismas locas shiradoras que recurren a métodos cuasi neandhertales para hacer que te les acerques.

Digo yo ¿Dónde quedó el “¿che, loco, tenés hora?” o el “¿che, loco, tenés fuego?”  ¡Ya no hay temor a Dior!

Ahora entiendo porqué esas locas que te hablan en el chat sólo para que las hables vos me caen como una pedrada en la espalda, aunque claro, no duelen tanto.