lunes, 9 de febrero de 2009

La loca más grande de todos los tiempos




Dicen que las locas sufrimos todas de delirios de grandeza. Y todas queremos ser la mejor, la número uno, la más admirada, la más envidiada. La más top.
Todas queremos ser divas. Queremos ser reinas.

O más bien LA reina.

Pero es inútil, por más que nos esforcemos ninguna podrá nunca llegarle a los talones a la loca más grande de todos los tiempos. Porque hubo una vez una loca tan pero tan grande que hasta los heterosexuales más grandes de la historia quisieron ser como ella o parecérsele (incluso el día de hoy).

Tan grande era esta loca que le decían El Grande.

Por supuesto, estoy hablando de Alejandro Magno, quien 2.300 años después de haber muerto sigue siendo el hombre más grande entre los grandes hombres de la Historia, el conquistador más importante de todos los tiempos, el general más exitoso de todos, el rey más top. Nadie pudo nunca conquistar tanto en tan poco tiempo y con menos recursos que los que usó Alejandro III de Macedonia.

Acercarse a la figura histórica de Alejandro es enfrentarse no sólo con un personaje impresionante de por sí sino con cientos de historiadores, literatos, cinematógrafos, etc que, durante 2.300 años, buscaron contar la historia del más grande de los reyes.

Y es por eso que existen tantas historias sobre Alejandro Magno y tantos Alejandros Magnos construidos a través del tiempo que, al menos yo, siento una antipatía irreprimible hacia él. Las personas que me cautivan no son las que suelen estar en el centro de la atención (exceptuando a Madonna). Pero igual, de chico querían que me gustara Alejandro así que solía recibir libros, historietas y hasta videos sobre él de regalo por lo que me salió bastante gratis conocerlo. Y creo que lo mejor que he leído sobre él son las 8 páginas que le dedicó Will Cuppy en The Decline And Fall Of Practically Everybody.


Alejandro Magno tiene sus fans y sus detractores, pero son más sus fans. De hecho, sus verdaderos detractores murieron hace mucho; hoy en día nadie sale a quejarse por la gente que mató, torturó, violó, masacró y traumó Alejandro ya que nadie se acuerda de ellos. Quién sabe, quizás dentro de 2.300 años algún historiador rescate la figura de Hitler y ningún judío sepa de quién están hablando.

Como sea, Alejandro tiene, incluso 2.300 años después de su muerte, miles y miles de fans en todo el mundo. Me atrevería a decir que todos y cada uno de ellos son nerds que se la pasan leyendo lo que a nadie le interesa. Pero lo más divertido del club de nerdfans de Alejandro Magno no es que se sepan de memoria el número de espadas con empuñadura de cuero que usó en la batalla de Issos o cuántas vueltitas le dio desnudo con Hefestión a las estatuas de Aquiles y Patroclo; lo más divertido es que arman debates casi sanguinarios sobre la sexualidad de un griego del siglo III a.C.

Porque existen dos grandes grupos de fans de Alejandro: el grupo que niega la homosexualidad de este personaje y el grupo que la acepta. Pero, paradójicamente, el grupo más plagado de homofóbicos es el de los que aceptan la homosexualidad de su príncipe preferido. De este grupo de amantes de Alejandro surgen luminosas y esperanzadoras frases como “No todos los gays son maricones, sino mirá a Alejandro Magno”.

Y es que nadie creería que un hombre que mandó sobre tantos soldados, mató tanta gente, conquistó tantas tierras y se hizo respetar y temer por todo el mundo conocido en su tiempo pudiera ser maricón. Algunos se sorprenden al enterarse que a este terrible general que domó a su caballo a los 12 años de edad y amputaba lenguas, testículos, pezones, ojos, uñas, etc., a sus cautivos, le gustaba ponerse un vestido plateado y jugar con sus amigos a que era la diosa Atenea o que, después de morir Hefestión, (su “logístico”, según la correcta y ATP wikipedia) lloró durante días recostado sobre su cadáver y pasó el resto del año contruyendo templos y estatuas en su memoria hasta morir enfermo de tristeza, alcoholismo y fiebre.

Esta mezcla de testosterona milica con estrógeno romanticoide que conforman la personalidad de Alejandro parece inexplicable -casi alienígena- y es comprensible que las locas no plumíferas se sientan cautivadas por este personaje y lo usen para esgrimir sus argumentos antipluma. Y sin embargo es un simple problema de extrapolación de conceptos, como suele ocurrir siempre en la Historia.

Porque en la época de Alejandro no existían los “gays” tal como se los conoce hoy. Existían, por supuesto, hombres que se la comían con tantas ganas como se la come una loca actual, pero a nadie se le ocurría pensar que eso lo hacía menos hombre. Al contrario, el hombre que tenía poco sexo con otros hombres y prefería a las mujeres era el que más se veía acosado por las dudas sobre su hombría. Pero no era por que a la mayoría les pareciera lindo o mejor el sexo con varones si no porque la mujer estaba considerada como un ser tan pero tan inferior que no valía la pena pasar tiempo con ella, salvo el necesario para procrear. Ser bisexual y machista era lo top en la Grecia (y otras partes) de Alejandro. Con la mujer había que tener hijos, con los hombres había que amarse y pasarla bien.

Claro que siempre había algún enfermo, desviado, anormal y seguro drogadicto (sidótico no, porque no había HIV) que prefería amar a las mujeres y pasarla bien con ellas, pero seguramente eran minoría, como seguramente son minoría los enfermos de hoy ¿vió?.

Pero volviendo al tema, a nadie se le ocurría pensar que por comerte una pija ibas a ser maricón. Eso fue algo que se les ocurrió muchos siglos después a los filósofos y pensadores judeocristianos, tan machistas como los griegos pero con muchas menos ganas de disfrutar la vida. Para los griegos, en general, coger poco y rezar mucho era insano. Y Alejandro era de lo más griego que uno pueda imaginarse. Uno de sus maestros fue el propio Aristóteles.

Así, Alejandro pudo vestirse de mina (o, más bien ¡de diosa!) y hacer que sus soldados se quedaran firmes con sólo gritar “firmes” una sola vez sin preocuparse mucho por lo que fueran a pensar los vecinos sobre sus costumbres sexuales. Pero eso era sólo porque en aquella época la gente no iba a catecismo ni a misa a escuchar las ocurrencias misóginas de alguna loca traumada que cada noche mira fotos de pornografía infantil con una linterna en su cama sino que se la pasaban escuchando a poetas y cantores bronceados y atléticos con la cabeza abierta de tanto viajar por el mundo que contaban cómo los dioses vivían metiéndose los cuernos unos a otros sin importar género, estado civil, edad, parentesco, etc.

En fin, el debate sobre la sexualidad de Alejandro seguramente continuará hasta que la gente empiece a pensar que la mujer no es un ser inferior y que un hombre que hace lo que ella en la cama no se “inferioriza” por ello. Pero como el debate hoy es absurdo (aunque vigente), mejor sigo, o más bien empiezo, con la historia de esta loca a la que no está bien llamar loca pero, para no complicar tanto, la llamaré loca.

La historia de Alejandro Magno empieza, como la historia de cualquiera, cuando su madre lo dió a luz. Si la señora Olimpia de Epiro, la mamá de Ale, se hubiera limitado sólo a éso, quizás Alejandro Magno no hubiera sido Alejandro Magno. Pero Olimpia, como toda madre, además de darle la vida a su hijo, quiso controlársela, y Alejandrito salió como salió.

Olimpia era una princesa muy importante por ser la única hija y heredera del rey Neoptómelo. Fue casada con Filipo II de Macedonia a los 19 años y tuvo dos hijos con él, Alejandro y Cleopatra (no, no es ésa Cleopatra, ya estaba de moda el nombre, nomás). Olimpia odió a su esposo desde el comienzo porque éste le era infiel y ella no toleraba quedar ante la gente como una pobre cornuda (la razón de siempre de las reinas en toda novela histórica). Por ello (y quizás también porque quería ser una rica reina viuda regente) decidió hacerle la vida imposible a su marido hasta hacerlo asesinar.

En resumen, Olimpia era una mujer normal como cualquier otra. Sólo tenía una pequeñísima rareza en el terreno mascotas: era “ofidiofílica”. Tenía la casa llena de serpientes de todas las clases, cosa que a Filipo le ponía los pelos de punta. Olimpia dormía con ellas, les daba de comer, las sacaba a pasear y las acostaba en la cuna de Alejandro todas las noches para tener a todos sus amores cerca. ¡Rarezas de la época, supongo!

Filipo, por su parte, era también un tipo bastante común. Tuvo 7 esposas además de Olimpia (y al mismo tiempo) y quizás 7 mil amantes de ambos sexos y variadas razas y edades. Poco para los reyes de su época. Con todo, era lo bastante vivo como para aprovechar que los griegos se habían hecho pomada en la guerra del Peloponeso y subyugarlos bajo la corona macedónica, ya que las principales poleis del momento estaban debilitadísimas militar y económicamente.

Filipo comenzó a odiar a Olimpia ya desde los primeros días. Algunos dicen que fue porque al pobre rey macedónico le molestaba llegar medio borracho a su casa y no poder tirarse en su cama ya que a una de las pitones de Olimpia le gustaba dormir del lado derecho. Pero, un poco más creíble es la idea de que subyugar a toda Grecia se le subió a la cabeza y lo llevó a pensar que ya no necesitaba tanto la alianza con Epiro, de donde venía Olimpia.

Como sea, Filipo amaba a Alejandro, su heredero legítimo. Pero el niño parecía no querer a su padre ya que se escondía de él cuando éste lo buscaba para jugar a los soldados con una espada de madera o se envolvía el cuello con alguna víbora para que Filipo saliera corriendo y lo dejara en paz. O quizás era que el pequeño Ale ya disfrutaba usando una boa en el cuello, aunque no fuera de plumas, pero al pobre Filipo las boas de verdad en el cuello de su hijo lo asustaban tanto como a un padre hetero actual lo asusta un hijo bailando Vogue frente al espejo con una bufanda rosada a los 6 años .

Y, como todo padre -actual o antiguo, Filipo culpaba a su esposa de su propia incapacidad para acercarse a su hijo. El rey de Macedonia estaba convencido de que Alejandro no lo quería por culpa de Olimpia.
Y muy equivocado no estaba.

Quizás porque Olimpia era muy absorbente o porque Alejandro era muy mamero, madre e hijo pasaban todo el tiempo juntos. Olimpia le llenaba la cabeza al nene con toda clase de historias horribles sobre Filipo que Alejandro creía al pie de la letra.

Un día, Olimpia llevó a Alejandro al templo de Zeus-Amón (un dios greco-egipcio con forma de serpiente) y allí, entre serpientes sagradas, le reveló la verdad: él no era hijo de Filipo sino de Zeus-Amón, que se había presentado a ella en forma de una enorme serpiente negra y la había fecundado sin que Filipo supiera.

Alejandro salió muy contento del templo de Zeus-Amón y creyó hasta el último día de su vida que él era hijo de una serpiente. Se la pasaba diciendo por todas partes que su padre era una serpiente y podía estar horas jactándose de ello.

Incluso una vez, cuando Alejandro tenía sólo 6 años, sus compañeritos de juegos se hartaron y le dijeron que él no era hijo de una serpiente. Alejandro los hizo ejecutar en el acto y ya nadie se atrevió  por mucho tiempo a decir que no era hijo de una serpiente, al menos delante de él.

Más tarde, a los 12 años de edad, asesinó a Nectanebo, su maestro de astronomía, pero esta vez por el puro placer de aniquilar a su profesor. A Alejandro no le gustaba estudiar los astros, pero al menos Nectanebo le ayudó a encontrar su verdadera vocación que resultó ser no la astronomía sino el asesinato. Con todo, no hay que negar que Alejandro era un asesino simpático y juguetón ya que para matar al astrónomo lo empujó a un pozo mientras éste miraba las estrellas en vez de ver dónde pisaba  (sospecho que esta es una historia inventada después por alguien que querría burlarse de los astrólogos, pero lo cierto es que Nectanebo y Alejandro estaban parados al lado de un pozo y de repente, Nectanebo ya no lo estaba).

A Filipo también le preocupaba mucho la educación de su heredero, que tan poco respeto mostraba por sus profes. Por lo tanto, decidió llamar al profe más top de la época para ver si así funcionaba la cosa. Así fue como Alejandro conoció a Aristóteles, quien fue su maestro en los difíciles días de la adolescencia.

Pero, como les suele ocurrir con los grandes pensadores, Aristóteles tenía problemas para ser un buen profe. Era muy volado y divagaba demasiado: se ponía a hablar de una cosa y terminaba hablando de cualquier otra y después no sabía cómo volver. Así y todo, era lo bastante inteligente para no acercarse a ningún pozo, precipicio ni nada parecido mientras estuvo con Alejandro.

Me gustaría decir, como loca malpensada y morbosa que soy, que Aristóteles se lo cogió a Alejandro durante los 3 años que fue su profe, como solían hacer con sus discípulos todos los profes griegos. Pero lamentablemente no hay pruebas porque no hay nada tan poco documentado como la vida sexual de Aristóteles. Supongo que pasarse todo el tiempo filosofando hace que uno no tenga una vida lo bastante interesante como para que algún cronista se moleste en registrarla.

Lo que sí sabemos es que Aristóteles ya era un cuarentón jugoso cuando lo tuvo de alumno a Ale y que el plato preferido de todo griego madurito eran los adolescentes menores o rondando los 16 años. También sabemos las cosas que hizo después Alejandro con Hefestión, Bagoas, Clito y otros muchachotes, así que me parece que podríamos sumar dos más dos sin mucho miedo a equivocarnos.

Puede que la posteridad haya exagerado la influencia de Aristóteles en Alejandro Magno sólo porque ambos son personajes importantísimos que convivieron un tiempito.
Era costumbre griega que el tutor de un efebo (adolescente) tuviera relaciones sexuales con él y le enseñara todo lo que hay que saber. Aristóteles sabía mucho sobre homosexualidad, aunque también en este tema tenía algunas ideas medio voladas. Por ejemplo, creía que la causa del goce anal tenía que ver con un nervio que bajaba por la columna vertebral hasta el recto y no con el roce prostático. Todo el sistema nervioso baja por la columna vertebral y se irradia hacia todo el cuerpo, pero Aristóteles estaba feliz porque creía haber descubierto la causa de la homosexualidad y no aceptaba ninguna refutación.

Igual munca sabremos si fue Aristóteles u algún otro lindo tutor velludito y barbudo quien inició a Alejandro en el “más bello de los amores” según los griegos. Pero me parece que para esa época Alejandrito ya había probado bastantes cositas -fuera con Aristóteles o con otros-, no sólo porque era la costumbre sino porque ya conocía a Hefestión.

Hefestión era uno de los tantos hijos de aristócratas que compartían educación con Alejandro. Su padre lo había mandado a la corte de Filipo con la esperanza de que se hiciera amigos importantes, cosa que efectivamente ocurrió y con creces. No se sabe bien desde cuando se conocían con Alejandro pero sí que Aristóteles conoció a Hefestión en ésa época ya que tiempo después le dedicó muchas de sus cartas: al parecer, Hefestión era el preferido de todas las locas, fueran príncipes o filósofos.

No hay descripciones físicas de Hefestión ni tampoco de Alejandro. Mejor dicho, hay cientos de descripciones sobre ellos, pero ninguna puede realmente comprobarse como cierta. Algunos dicen que Alejandro era rubio y Hefestión morocho, otros al revés. Otros creen que uno de ellos era más alto, o que el otro era más gordo, o que el primero era más pasivo, etc.
Lo que sí se repite mucho es la idea de que Alejandro era petiso y eso seguramente es cierto. La mayoría de los grandes conquistadores no pasaban del metro setenta.

Sobre Hefestión, no cabe duda alguna: haya sido alto, petiso, rubio, morocho o lo que fuera, sin duda era un potrazo con mayúsculas. Alejandro, heredero del rey más importante del momento, podría haber elegido a quien quisiera para que fuera su amante. Y lo eligió a Hefestión.

Aristóteles, el filósofo más importante de su tiempo (y seguramente el mejor pago) también lo eligió a Hefe cuando pensó a quién podía hacerle el honor de dedicarle una obra suya. 

Creo que son datos suficientes para que pensemos que Hefestión era el Brad Pitt de la antigüedad.
Incluso cuentan que cuando Alejandro y Hefestión se presentaron ante la reina Sisigambis tras derrotar a su hijo, Darío III, la tipa se arrodilló frente a Hefestión pensando que era él el rey, seguramente por la impresión que le causó su belleza.

Pero esto también puede ser una exageración. Quizás, como suele suceder con los favoritos de la gente con plata, lo que tenía Hefestión era simplemente una buena herramienta.

Es obvio que Alejandro estuvo perdidamente enamorado de Hefe toda su vida desde que lo conoció. Cuando la reina Sisigambis se puso colorada por confundir a Hefestión con Alejandro, éste le dijo, emulando a galán de telenovela: “No se preocupe, Doña Sisi, Hefestión y yo somos uno solo”.

También hay que pensar en el culto a Hefestión que inauguró Alejandro tras la muerte de su amante o en la visita que hicieron ambos a la supuesta tumba de Aquiles, el héroe de la Ilíada -con quien Alejandro gustaba de compararse- que también tuvo un “favorito” en su primito Patroclo.

Un amor así como el de Alejandro por Hefestión, tan inmenso, tan espectacular, sólo puede ser el resultado de dos cosas: o Alejandro vivía borracho (cosa verídica) o Hefestión no le daba suficiente bola y Alejandro vivía temiendo que lo abandonara a pesar de que Hefe dependía de él, ya que compartía toda su fortuna y su gloria militar.

Quizás eran las dos cosas juntas. Alejandro nació un 21 de Julio, por lo que era un canceriano casi leonino. En todos sus actos se notan la inseguridad del cangrejo y el arrojo del león. Pero dejando de lado la Astrología (ya que tampoco se sabe muy bien si nació ese día o no) hay que pensar que un hombre que llegó al extremo de conquistar el mundo entero no tendría porqué quedarse a medias tintas en el amor.

Y no es que Alejandro haya querido solamente a Hefestión. Tuvo varios amigos “muy queridos”, aunque nunca se haya dejado con Hefe ni un solo día (y bueno, che, la monogamia entre gays también es un invento posterior, si es que alguna vez se inventó). Uno de los renombrados amiguitos de Ale fue el hermoso eunuco Bagoas, ex-esclavo personal de Darío III, lo cual me desconcierta un poco en mi creencia personal de que Alejandro era pasivo.

Quizás Hefestión, a fin de cuentas, era sólo una linda pasiva. Quizás es cierto eso que dicen algunos historiadores mojigatos de que Alejandro sólo fue derrotado por “los muslos de Hefestión” (¡¿qué clase de mente enferma de castidad puede llegar a escribir una frase así??!! Bueno, claro, la de un historiador.)

Pero me cuesta creer la teoría de Alejandro Activo y Hefestión Pasivo. Lo natural sería que Alejandro haya sido el pasivo ya que él fue quien eligió a Hefestión entre muchos otros gatos que pululaban en su corte y sólo los gatos activos consiguen príncipes con plata. Pero quién sabe, los hombres que están en pareja no suelen contar quién es el activo y quién el pasivo y a ningún cronista se le ocurrió averiguarlo y dejarnos el chisme. ¡Esos, justamente, son los detalles que siglos después cobran importancia, malditos imbéciles contadores sólo de aburridas proezas militares!.

Quizás Alejandro era amplio, cosa que explicaría todo. Y si a eso le sumamos que tomaba vino todo el día, podemos entender mejor aún las cosas, ya que quizás ni él mismo era capaz de recordar lo que hacía en la cama. Pero para mí, con Hefestión al menos, era una pasiva 100%. Nadie le hace un templo a un pasivo ni obliga a un imperio entero a dedicarle funerales durante un año. 

Volviendo al tema Bagoas, tampoco puedo meterme mucho con él ya que nunca probé estar con un eunuco. Qué sentía Alejandro por él es algo que escapa un poco a mi entendimiento. Quizás cogerse a Bagoas lo hacía sentir más macho después de hacerse romper la cola por Hefestión (esa sería la teoría de cualquier loca cínica de la actualidad). O quizás Bagoas también se lo cogía usando una lanza o la funda de una espada (podríamos llamar a ésta explicación teoría del juguete). O quizás sólo tomaban vino y tijereteaban mientras le sacaban el cuero a Hefe y a otros chongos del ejército (es la teoría a la que personalmente más adscribo)

Pero bueno, ante tanto desconcierto lo mejor es tratar de meterse en la época para comprender lo que pasaba. Bagoas había sido gato y bailarín erótico desde chico y si había llegado tan alto en el harén de Darío, seguramente bailaba muy bien. Capaz que en una época donde no había radio, tele, Internet, etc., y lo más divertido del mundo era ir al teatro o a ver un show de danza exótica fuera ésta una cualidad muy apreciable.

Alejandro se sentaría a morfar cómodamente en una desorganizada ronda con sus amigos favoritos y frente a ellos bailarían cientos de esclavos para deleitar la vista. Bagoas siempre se destacaría (seguramente al ser eunuco le era muy fácil caer en el suelo con las piernas abiertas en 180°) y ganaría todos los premios, por lo que era obvio que Alejandro lo elegiría como favorito, al menos para que lo envidiaran todos los demás.

También parece ser que Ale tuvo una relación de amor-odio con Clito el Negro, uno de sus generales. Clito era bastante mayor que Alejandro y le había salvado la vida en la batalla de Granico. Tiempo después, un día que Alejandro estaba tirado borracho en medio de sus esclavos persas contándoles una y otra vez que él era hijo de una serpiente, Clito, todavía más borracho que él, se le acercó y le dijo “No sos el hijo de una serpiente sino un nene de mamá que se cree no sé qué”. Y Clito iba a seguir diciéndole de todo, como buena loca amiga sincera e imbancable que era (todos tenemos alguna), cuando Alejandro saltó sobre él y lo atravesó con una lanza.
Después de hacerlo lloró durante dos días, aunque no sé si por haber matado a Clito o porque éste nunca se creyó el cuento de la víbora. Pero, por supuesto, no dejó de beber.

Los pormenores de su campaña militar en Asia, que algunos dicen que emprendió por incitación de Aristóteles (cuyo sueño fue siempre helenizar a los bárbaros), me resultan bastante aburridos porque soy loca y la historia militar obviamente me aburre. Pero hay dos detalles que son interesantes, desde el punto de vista loqueril.

El primero es que su ejército parecía inspirado por la moral de su jefe ya que, imitando la tradición hoplita espartana (o, según otros, la del batallón sagrado tebano, que al fin y al cabo es lo mismo) , todos los soldados tenían un compañero (pero seguro más de uno) con el que compartían las armas, la comida y el sexo. Esto apuntaba a generar un fuerte amor entre los hoplitas ya que se pensaba que cada hombre defendería con la vida a su amado. (pensemos que las parejas gay de la época no tenían shoppings, ni discos, ni museos, ni túneles, ni teteras, ni Grindr, ni un mísero McDonald´s, es decir, no había realmente lugar más interesante que el campo de batalla para ir con - o sin- tu pareja).

Para muchos historiadores bastante serios, incluso para los más mojigatos, este era el secreto de la infalible fuerza del ejército de Alejandro Magno: que todos sus soldados estaban dispuestos a dar su vida por su compañero . Y la verdad que en aquellos tiempos en que las grandes guerras se decidían por las batallas cuerpo a cuerpo, conseguir soldados que se quedaran a pelear por sus ciudades arriesgando sus vidas heroicamente debía ser un tema. 

Es decir, la lógica militar espartana/tebana (que paradójicamente tanto alabaron Platón, Jenofonte y otros rancios conservadores de la época) indica que cualquier hetero habría salido corriendo como nena si veía que a su mejor amigo le habían clavado una docena de lanzas pero una loca se habría quedado peleando hasta el final para defenderlo. Y sí, recordemos que, a diferencia de nuestros días, la población de las ciudades de la época era bastante reducida y no había Grindr, por lo tanto si te mataban a tus amantes en una batalla capaz después pasabas meses sin pegar una buena cogida. Mejor quedarse y pelear para salvarlos costara lo que costara. Además, los hoplitas seguro tenían mejor lomo que los gordos y viejos que se quedaban con las mujeres en las ciudades.

También hay que decir sobre el tema de la invencibilidad de Alejandro que Darío III, el rey de Persia derrotado por Alejandro en Issos y Gaugamela, no se distinguía por ser muy buen general. Usaba carros de guerra con guadañas a los costados pero Alejandro y sus soldados nunca querían pararse delante de las guadañas así que el truco no funcionaba (eran locas, Darío, no pelotudas). Además, Darío tenía muchos elefantes de guerra que no siempre corrían para el mismo lado y casi siempre terminaban pisoteando al ejército persa en vez de al griego.

El otro detalle es que Alejandro nunca hacía avanzar a su ejército sin cubrir su retaguardia y esto me parece un punto fuerte para mi teoría de que era pasivo. Vivía pensando que alguien iba a venir por atrás y había que estar listo para recibirlo. Y así fue como nunca nadie pudo sorprenderlo  por detrás (hablo de su vida militar, claro, si aplicaba esa misma lógica a su vida personal probablemente era una pasiva higiénica y depilada con el lubricante siempre a mano).

Después de conquistar Persia, Alejandro siguió penetrando -valga la expresión- en Asia y también en África. Diecisiete ciudades pasaron a llamarse Alejandría sólo porque a él se le cantó. También hubo una Alejandría Bucéfala, en honor a su caballo y una Alejandría Peritas, por su pichicho. Alejandro amaba a su perro casi tanto como a su caballo, que venía a ser una especie de auto para él. La teoría de que era pasivo cobra más fuerza aún. O sea, si Alejandro reencarnara hoy, quizás sería una de esas locas que se sacan fotos con su caniche o montadas en su Audi mientras sonríen como capitalistas bobaliconas y publican fotos de perros y gatos abandonados en grupos rescatistas de Face. Para pensarlo...

Volviendo al siglo IV AC, cuando  Alejandro ya andaba cerca de China, decidió volverse ya que sus tropas extrañaban pasarla bien en Persia y estaban hartos de andar cabalgando todo el día, saqueando ciudades y masacrando gente en aquellos extraños países que no conocían cuando podían hacer lo mismo un poco más cerca de su casa. El pobre Bucéfalo murió en la India, agotado por su incansable amo y, como si hubiera sido un aviso, todo empezó a salirle mal a la pobre Ale.

De vuelta en Persia, Alejandro tuvo que casarse con Estatira, hija de Darío, para asegurar mejor su posición política, cosa que no gustó nada a Roxana, una turca divina con la que también había tenido que casarse para obtener apoyo de su familia.


¿Era entonces la Alejandro una bisexuala? No sé si le gustarían las mujeres también, pero son las únicas féminas que parecen haber estado a menos de un metro de él, además de su madre. Además los nobles de ésa época (como los de todas las épocas) estaban obligados a procrear les gustara la pija o la concha, así que realmente no se pueden contar sus matrimonios como aventuras con el sexo opuesto, sobre todo teniendo en cuenta el poco tiempo que Ale les dedicó a sus esposas.

La turca Roxana tuvo un hijo de él -o al menos ella decía que era de él (yo habría hecho lo mismo)- meses después de la muerte de Alejandro pero fue asesinada junto con su hijo cuando éste tenía sólo 14 años. Antes de eso, Roxy había hecho matar a Estatira y quizás también a Bagoas, tan bonito que era, pobre. Pero no se quedó contenta con eso sino que hizo arrancarle los ojos al cadáver de Estatira cuando ya estaba bastante podridito. Olimpia, por su parte, había hecho hervir en aceite a varias de las amantes de Filipo tras la muerte de éste.

Como corolario, las mujeres de la vida de Alejandro no eran muy mansitas. Esa es otra cosa que quizás hay que tener en cuenta si alguien pregunta por las causas de su gusto por los varones.

Volviendo a su arreglado matrimonio con Estatira, Alejandro hizo que Hefestión se casara con Dripetis, otra hija de Darío III. Alejandro quería que sus hijos y los de Hefestión fueran primos como Aquiles y Patroclo (¡Por Dior y Afrodita, sí que le gustaba la Hefestión a la pobre loca).

Pero no pudo ser, ya que el hermoso y solicitado Hefestión murió unos meses después, sin dejar hijos. Algunos dicen que fue la fiebre tifoidea lo que acabó con el gran amor de Alejandro pero lo más probable es que alguien lo envenenara porque quería ocupar su lugar.

Eso tampoco funcionó ya que Alejandro se pasó el resto de su vida llorando y recordando a Hefestión sin preocuparse más por su imperio hasta morir él también un año después. (A esta altura me siento capaz de aventurar la conclusión definitiva de este pequeño ensayo: Hefestión tenía una pija de, por lo menos, 25cm)

De qué murió Alejandro tampoco se sabe bien. Se supone que fue por paludismo, enfermedad que ya lo había postrado años antes. Otros piensan que lo envenenaron sus parientes macedónicos para quedarse con su imperio. También se sabe que unos días antes de su muerte los sacerdotes de Zeus Amón le habían negado su petición de que convirtieran a Hefestión en el dios supremo de todo su imperio. La negativa de estos celosos sacerdotes le habría bajado las defensas.

Pero no hay que olvidar que nadie puede vivir mucho tiempo llevando la vida que él llevaba. Pasársela de guerra en guerra y de orgía en orgía rociando todo con vino y comida árabe es fatal para el hígado. Recuerdo también la interesantísima teoría que leí en catecismo (sí, sho era no sólo parte del rebaño obligado a ir a catecismo en los 80 sino que también era de las imbécilas que  realmente prestaba atención al catequista) de que Alejandro Magno estaba maldito y los malditos no pueden superar la edad de Jesús. Efectivamente, Alejandro murió a los 33 años. Pero no sé si se aplica, ya que Alejandro nació unos 300 y pico de años antes de Jesucristo.

Fuera lo que fuese, lo cierto es que pasó su último año rapándose la cabeza, pegándose con un látigo y celebrando funerales para Hefestión. Quizás, si hubiera vivido, con el tiempo se le hubiera pasado la pena, sobre todo teniendo en cuenta que en su harén personal había, al menos, 100.000 esclavos traídos de todos los confines de su imperio, ¡y eso sin contar los eunucos!

Pero la cosa es que no se le pasó y demostró tener un costado tierno, aunque un poquito exagerado. Claro que todo en él era así.

lunes, 2 de febrero de 2009

El chico nuevo


Si hay algo que me gusta de mis amigos es que son todos muy diferentes entre sí. Es algo de lo que estar orgulloso porque significa que, a pesar de que me estoy acercando al temido cumpleaños número 30, la humanidad todavía no me ha cansado y sigo con ganas de relacionarme con todo tipo de gente. Tengo amigos que salen a tirarle huevos a la catedral cada vez que surge la oportunidad y otros que no pierden oportunidad para quejarse de los negros y soñar con un nuevo Videla.


Pero hay cosas que ponen a prueba mi amor a la humanidad. Algunas son lejanas (aunque igualmente odiosas) como el Papa, Bush, los judíos que se están haciendo un festín de sangre en Gaza, etc. Otras, son terriblemente cercanas, como el nuevo novio de mi amigo Luis.


Luisito (Lois Lane, para los amigos) es un chico que podríamos definirlo como “mediano”. Es decir, es medianamente joven, medianamente lindo, medianamente inteligente, medianamente masculino, medianamente divertido, etc.

Diríase, una loca normal. Debe haber un Luisito en cada uno de los grupitos de locas que salen a bailar los sábados (viernes, jueves, domingos, etc).


Pero el problema de tanta medianez es la indefinición. Y no estoy hablando de indefinición sexual sino de algo más amplio. Luisito, por no ser ni muy muy ni tan tan, a veces es muy muy muy y a veces es tan tan tan. Es decir, como no está de ningún lado, le es fácil caer en los extremos de golpe. Y en extremos contrarios.


A veces, y como era de esperarse, tiene actitudes esquizofrénicas. Cuando está entre amigos tan gays como él le encanta charlar, divertirse y hablar de los temas preferidos por las locas (desde Britney a Madonna) pero entre gente que no sabe de su homosexualidad –o que sabe pero que no lo conocen mucho- es un señorito inglés que comenta la sección deportes del diario.


Por suerte, Luisito tiene 25 años, así que no le importa mucho nada. Mantiene las formas hetero donde le parece mejor mantenerlas y sale a lugares gays con un poco de miedo pero amparado en la idea (que tardé un par de meses de meterle en la cabeza) de que hoy en día “todo el mundo va a un boliche gay, hasta tu jefe”.


Y ahora que conocen a Luisito, les voy a contar de su novio.


La primera vez que tuve noticias de él fue una soleada siesta dominguera en que estábamos algunos de la pandilla de siempre refrescándonos en la pileta de Claudio, el más afortunado miembro de nuestro grupo (tener pileta en el verano cordobés es vivir en el primer mundo).


Fue Claudio quien nos lo anunció, con una ligereza imperdonable, diciendo:

“Che, llamó Luisito, Dice que está viniendo con su novio”.


“Whaaat???!!!”-se escuchó.


Carla quedó paralizada sirviendo mate. El peke casi se ahoga.

Eran pocos los que sabían que Luisito estaba de novio. Los que lo ignorábamos comenzamos la interrogación. Dónde lo conoció, hace cuánto que están, qué hace de su vida, edad, apellido materno, etc.


Tras unas cortas averiguaciones, resultó obvio que Claudio había exagerado con la palabra novio. Se trataba sólo de un chico que conoció por chat, que habían salido juntos ya unas cuantas veces, que tenía más o menos su edad. En cuanto a su ocupación, apellido materno y otros detalles que hacen a la vida, nadie sabía nada, pero la perspectiva de que pronto conoceríamos en persona al intrigante mozo operó un cambio en nuestro grupo. De repente, ya no era un aburrido y plácido Domingo veraniego con amigos sino un excitante Viernes a la noche, donde todo puede pasar y aparece gente nueva en nuestra vida.


Iván, el único que tiene abdominales marcadas, se sentó en el borde la pileta en una postura que ni Praxíteles hubiera soñado, de forma tal que cualquier ángulo lo favoreciera. Gabriel, que no deja pasar un sólo Domingo sin ir a Caseratto, se metió en el agua dejando fuera de ella su pecho velludo y bien sumergida su panza de ex rugbier.Carla dejó de cebar mate y sacó la pinzita de depilar. Rocío se sentó a fumar a la sombra y se puso unos lentes de sol demasiado floggers para su onda tortesca.


Alguien (juro que no fui yo), hizo dos preguntas que nos dejaron a todos callados y atentos a la respuesta: “¿Y qué onda el pibe? ¿Ta lindo?”

Tampoco había respuesta. Nadie lo había visto en persona todavía. Sólo Claudio sabía, gracias a un apurado y confuso chat en el msn, que habían ido a bailar a Carreras.


“¿A Carreras???!!!”- se escuchó.


Comenzaron las especulaciones y aparecieron opiniones cruzadas. “Debe ser un forro”, “Noo, Carreras ya no es para forros, ahora los forros van a Cruz”, “Ay, no por ir a Carreras sos forro, che”, “Chee, pero andá a saber si va siempre o fue esa vez nomás”.


Alguien (juro que no fui yo) hizo el comentario viboresco: “Si va a Carreras debe ser una loca tapada”.


La discusión se desvió hacia el tema boliches hasta que, por fin, sonó el timbre y segundos después, llegaba Luisito seguido de un chico de más o menos 23 años, más o menos 1 80, más o menos buen cuerpo y cara de asustado. Vestía una remera, bermuda y zapatillas a las que que sólo podría calificar de “heteros”.


Después de los holas y qué hacés? mezclados, Carla, la líder natural del grupo, le ofreció una silla y un mate al desconocido y el despistado de Luisito dijo, “Ahh, chicos, este es Sebastián”. Hubo más holas y comenzó una charla cuyo único fin era tratar de integrar al recién llegado. Pero Sebastián parecía empeñado en hacerse el tímido, así que todo se orientó hacia los últimos acontecimientos relevantes en la vida de Luisito, contados por él mismo.


Tras soportar unos cuantos pormenores sobre su trabajo, su fin de semana en Cosquín, su sobrina que está re grandota y otras cosas que a nadie interesaban mucho, Carla, de nuevo no pudo con su temperamento de hembra alfa y le dijo de una: “Che, ¿y qué onda este muchachito con el que andás?”


-Yyy…Se llama Sebastián, y es un amigo, nada más- dijo, Luisito, con fingida despreocupación.


-¡Ahh, boludo! acá pensábamos todos que era tu novio- dije yo, desde la pileta con mi natural aplomo, para que

Rocío se riera y para que el nuevo chico me vaya conociendo.


-Nooo!!!- repuso Luisito, entre escandalizado y agradecido (de nuevo en el medio!)- Estamos saliendo, nomás.-Y agregó, como aclarando- Recién nos conocemos.


-Ahh, claro, recién se conocen - Aprovechó, Carla- ¿Y vos qué hacés de tu vida, che?- le tiró al recién llegado.


La respuesta tuvo que ser repetida porque Seba estaba ronco de timidez.

Al final, se supo que había dicho el verbo “estudio”.


Tras una pausa en la que todo el mundo habló de cualquier boludez, yo volví a la carga.


-Che, ¿Y qué estudiás vos?- pregunté, aprovechando que le pasaba un mate.


-Ingeniería- fue la respuesta.


Ahí me cagó mal. Si me decía medicina, abogacía, cs. económicas, teatro, etc., podría haberme formado una prejuiciosa opinión sobre él. Pero con ingeniería es imposible. Hay tantas que uno ni sabe lo que son y hay cada tipo de ingeniero que es imposible clasificarlos (salvo que uno sea arquitecto y los odie por principio).


No supe qué responder a su desconcertante contestación, así que la charla siguió por otros caminos. Más tarde, comenzó a irse alguna gente y quedó un grupo más reducido y más íntimo. Aproveché que ya había salido de la pileta y me había vestido para sentarme entre Lusito y su novio.


-Che, contáme todo de este chico- le dije a Luisito, como si fuera yo su madre.


-¡Sí, contá que lo queremos conocer! – dijo Carla, con entusiasmo, moviendo su silla para quedar enfrentada con nosotros.


-Uh, che, paren que lo van a poder incómodo- Intervino Iván, siempre a favor de los supuestos inocentes.


-Pobre Seba- dijo Luisito, riendo- Le dije que lo iban a torturar así. Él no conoce gente gay.


-¿Ah, no?- dije yo, casi enojado- ¿No tenés amigos gays, Seba?


-No, ninguno.-Contestó, rapidísimo. Y después agregó, como si hiciera falta- Y en mi casa tampoco saben nada.


-Los padres de Sebastián son muy religiosos- explicó Luisito.


-¡Qué problema!.-Comentó Iván, conmiserándose.


-Sí -Se animó a decir Sebastián- Si llegaran a enterarse se mueren.


“Entonces qué esperás para enterarlos” pensé (y sé que Rocío pensó lo mismo). Pero dije, casi como una afirmación:


-¿Son católicos?


-No, judíos- repuso Sebastián.


-“Ahhhh!!!”- Se escuchó.


Y, casi mágicamente, se produjo un cambio. Ahora sólo Sebastián hablaba. Nos contaba, bastante entusiasmado, cómo había sido su iniciación, cómo era la religión judía, cómo era la comunidad judía de Córdoba, etc.


Por un lado, yo quería cambiar de tema, porque con lo que está pasando en Gaza no era el mejor momento para hablar de los judíos. Por el otro, prefería dejar que siguiera hablando para que perdiera la timidez y se integrara un poco.


Pero, finalmente, llegamos al punto sin retorno de la charla.


-Lo que pasa es que ninguna religión en el mundo acepta la homosexualidad- Dijo Sebastián, con aires de antropólogo- Y es que la homosexualidad es algo innatural.


Mientras Rocío lo miraba con cuchillos en los ojos, yo le dije.


-No creas, hay religiones que sí aceptan la homosexualidad. Incluso hubieron algunas que los consideran superiores.


Carla me miró con cara de “no empecemos”. Luisito se puso tenso.


-Bueno, no sé, capaz que sí- dijo, Seba, conciliando- Pero las grandes religiones no la aceptan. Por ejemplo…


- ¿A qué te referís con innatural?- lo interrumpió Rocío, cuando por fin la vena la dejó hablar.


-Y…a que no es natural- explicó Seba, etimológico.- Lo natural es que un hombre esté con una mujer.


-¿Quién dice eso?- dijo Rocío, mientras le crecía la zurda interior.


-Y…todo el mundo- contestó Seba, aplastante.- No digo que esté mal o bien, digo que no es natural. Lo natural es que un hombre esté con una mujer porque tienen que procrear otros seres. Eso es natural. Lo demás es innatural.


-Bueno, entonces estamos de acuerdo- dije yo- Lo innatural no es bueno ni malo. Sólo innatural.


-Claro- me dio la razón Seba, contento de tener apoyo.


-Por lo tanto- continué- la religión que condena a la homosexualidad por innatural está cometiendo un error, ya que la homosexualidad, por muy innatural que sea, no es buena ni mala.


-Ah, es que eso es justamente lo que las religiones pretenden- exclamó Seba – Las religiones buscan el orden natural de las cosas para que todos vivamos felices.


-Eso no es cierto- dije yo- Si así fuera, los templos no deberían tener luz eléctrica ni instalaciones de sonido.


-Y los curas no deberían usar lentes de contacto ni arreglarse los dientes- completó Rocío.


-Bueno, eso es otra cosa- repuso Seba- Una cosa es el progreso de la humanidad que puede ser beneficioso. No está mal que el hombre aproveche de eso.


-No está mal que el hombre laico lo aproveche pero si vos decís que las religiones buscan el orden natural, entonces los hombres religiosos no deberían aprovechar esas cosas y vivir como los nehandertales-le dije, ya impaciente.


-Algunos lo hacen- bromeó (creo) Iván.


-No, porque las religiones justamente tienen que ir viendo qué es bueno para el hombre y qué no lo es- argumentó Seba.


- ¿Y la homosexualidad no es buena para el hombre?-le pregunté.


-Y no, porque fijáte que los homosexuales no pueden tener hijos…-comenzó Seba.


-¿Y quién quiere más hijos hoy día si el mundo está superpoblado?- exclamé yo- Además, como poder tener hijos, pueden.


- Bueno, pero no los pueden criar juntos- le metió él.


-Poder, pueden- volví yo.


-Y sí, poder pueden, pero no los criarían bien- predijo Seba- Un chico no puede crecer bien sin un modelo masculino y un modelo femenino en su hogar.


-No – dije yo, antes que Iván o Rocío saltaran- Eso no lo podés saber. Pueden crecer muy bien sin un padre o sin una madre o incluso sin los dos. Hay todo tipo de casos. Hay hijos de puta con padres perfectos e hijos de puta con padres que son un desastre. Y hay gente huérfana hija de puta y gente huérfana divina.


-Además, modelos se encuentran en todas partes y no sólo en el hogar- intervino Carla.


- Bueno, eso sí- aceptó Seba- Pero imagináte ser un chico criado por una pareja gay. Tendrías problemas en todas partes, te discriminarían y se burlarían de vos.


-Ese es otro tema- dije yo- En nuestro país ni siquiera es posible para una pareja homosexual adoptar chicos. En otros países se puede y con el tiempo quizás logren la aceptación de eso. En algunos lugares, como Holanda o Escandinavia, está bastante aceptado y esas son sociedades que trabajan hace mucho por una mayor justicia social. Lo mismo podría llegar a pasar acá en el futuro si se comenzara ahora.


-Eso no va a pasar nunca acá- dijo Seba, de golpe orgulloso de ser argentino- La gente no se adaptaría nunca.


-No sé- dudé yo- En el último siglo la humanidad se adaptó rapidísimo a los autos, a las computadoras, al crecimiento de las ciudades, a la mayor esperanza de vida, etc. Los cambios siguen ritmos que tienen que ver con la economía más que con los valores retrógrados de las religiones- me cebé.- Si fuera rentable, y todo está indicando que lo es, el matrimonio gay sería institucionalizado.


-Che, Luis, ¿Cómo anda el Jorge? ¿Lo has visto?- Interrumpió Carla, siempre a favor de la paz mundial.


-Para mí, la gente no se adaptaría nunca- repitió Seba, tajante y copado con el tema- Por ejemplo, nadie querría que su hijo se junte con el hijo de una pareja gay.


-Y mirá-le dije yo, un tanto harto- Hoy está de moda tener un amigo gay, mañana puede estar de moda que tu hijo se junte con un hijo de gays.


-No creo- dijo Seba- No es lo mismo los amigos que los hijos. Los padres pueden tener amigos gays pero no querrían que sus hijos lo fueran o se junten con gays.


-Mirá- intervino Rocío- Es raro encontrar hoy un padre que controle las amistades de sus hijos. La mayoría de los padres tira a sus hijos a la guardería o a la escuela y los deja ahí sin preocuparse por lo que hacen o con quiénes se juntan.


-Además- seguí yo- no es lo mismo que se junten con un gay a que se junten con el hijo de una pareja gay. Son dos cosas diferentes.


-No, porque una pareja gay siempre tendría un hijo homosexual- graznó Seba.


-¡Claaaro!!!- me enojé yo- ¡Igual que una pareja heterosexual sólo tiene hijos heterosexuales!¿O vos, que sos gay, me vas a decir que tu viejo o tu vieja es gay?


-No…pero una pareja gay criaría a sus hijos como gays- volvió a graznar Seba.


-La crianza es una cosa diferente- dije yo- Si adoptan un chico que es heterosexual no van a poder volverlo gay, por más que le compren una mantita rosada para la cuna o le hagan escuchar Madonna las 24 horas del día.


-De la misma manera que un padre heterosexual no puede hacer que un chico gay deje se serlo con llevarlo a la cancha o pagarle una puta- razonó Iván.


-No sé- se rindió Seba- Pero igual, no estaría bien que se acepte el matrimonio homosexual porque eso le haría daño a la sociedad.


-¿Daño cómo?- quise saber yo.


-Y no sé, daría mal ejemplo- improvisó Seba.


-¿Es mal ejemplo que dos hombres o dos mujeres que se aman quieran unir sus vidas para siempre?- pregunté yo, más para mí que para él.


-No, eso no. Pero la gente podría ver parejas gays y…y hacerse gays por imitar- rebuznó Seba.


-Problema del que imita, entonces- se encogió de hombros Iván, siempre tan independiente.


-¡Mirá si la gente se va a volver gay por imitar a una pareja gay!- Dijo Rocío, en tono de “qué pedazo de boludo que sos”.


-Bueno, bueno- dijo Carla, de nuevo buscando el premio nobel de la paz- Basta de esto. Hablen de otra cosa, che, que soy hetero yo. Me están discriminando de la charla- dijo, chistosa.


-No –le dijo Seba, sabio por primera vez- Porque este tema incluye a los heteros también.


-Bueno, no sé. A mí me gustaría tener un hijo gay- declaró Carla, todavía intentando alejarnos de terreno escabroso- Una hija torta, no sé. Sería medio complicado. Pero un hijo gay varón me encantaría.


-Tendrías peluquero gratis de por vida- bromeó Luisito, en la misma onda.


-¿Sabés qué?- dijo Seba, dirigiéndose a mí- Si hubiera matrimonio gay, el matrimonio heterosexual perdería sentido.


-¿Porqué?- pregunté yo- Los heteros seguirían casándose con heteros mientras los gays se casarían con gays.


- Sí, pero entonces sería cualquiera- dijo Seba, que se ve que estuvo pensando mientras Carla y Luis trataban de salvarlo- Se desvalorizaría el matrimonio. Cualquiera podría casarse con cualquiera.


-¿Y eso no te parece más justo?- le pregunté.


-Pero es una institución creada para los heterosexuales, no para los gays- siguió Seba.


-¿Y porqué no puede ser para los homosexuales si ellos la quieren?- seguí yo- Yo no me casaría ni que me paguen, pero me parece que si un gay quiere casarse, debería tener el derecho a hacerlo. Civilmente, por lo menos.


- Pero sería demasiado libertinaje- arguyó vagamente Seba- Si le das ese derecho a los gays, después vas a tener que darle derechos a todo el mundo.


-Todo el mundo tiene derecho a casarse excepto los gays- dije yo, sin entender qué me decía.


-Pero si decís “los gays pueden casarse”, entonces después va a salir gente a decir, “me quiero casar con dos personas a la vez” o “me quiero casar con mi perro” y cosas así- volvió a rebuznar Seba.


-En muchos lugares y muchas religiones la gente se casa con más de una persona a la vez- dije yo, admirado de lo idiota que era este chico- Y en cuanto a los pichichos, no pueden decir “sí, acepto” ni firmar un libro civil.


Esto último provocó risas generales y ahí quedó todo.


La pregunta es ¿Podré tolerar a este chico? Porque Luisito parece empeñado en seguir viéndolo y trayéndolo a nuestras juntadas, así que me lo estoy cruzando seguido.

Algunos de mis amigos ya quieren verlo cocinarse lentamente en un caldero hirviendo, pero yo pienso darle más oportunidades antes de planear su asesinato. Después de todo, amo discutir.

Aunque este tipo de personas en particular me sacan y más cuando son gays: porque una cosa es ser hetero y pensar retrógrada e irracionalmente contra los gays y otra es ser gay y pensar retrógrada e irracionalmente en contra de uno mismo. Me parece realmente tonto.


Por lo pronto, hay pileta este finde de nuevo.