martes, 18 de agosto de 2009

Una propuesta diferente


En el mundo de los heterosexuales se corren ciertos riesgos al poner determinados negocios. Cada chongo tiene un mecánico en el que confía durante toda su vida y varios otros a los que considera chantas del equipo contrario. Cada mina tiene un peluquero/a al que va como a misa hasta que se raya por alguna razón lunar y lo cambia por otro que se convierte en su nuevo sacerdote del look por los siguientes seis meses (maso).


En el mundo de las locas, todo es más arriesgado, porque si el chongo tiene sus razones lógicas y comprensibles para elegir un mecánico y la mina tiene razones ilógicas e incomprensibles para elegir un peluquero, las locas combinamos ambas. Una loca puede llegar a irse de un local de ropa para no volver jamás porque sus escrutadores ojos descubren que ahí venden cuero sintético como si fuera genuino o porque se le metió en la cabeza que el color témpera en las paredes trae mala suerte.


Así y todo, alguna gente es macha y se arriesga y pone boliches, saunas, cybers, restaurants, etc. exclusivos para gays (o gay friendlys) sabiendo que las locas somos las más detallistas, quejosas e insoportables clientes que se puedan tener.


Por supuesto, esta teoría hace agua en la ciudad de Córdoba, donde los dueños y responsables de las discos y demás “lugares gay” vienen repitiendo hace años los mismos esquemas, las mismas negociaciones baratas, los mismos “artistas” que a veces llevan años con las mismas “performances”, etc. Pero, como si la falta de innovación no fuera suficiente, también hay a veces faltas –o más bien, atentados- contra el buen gusto, como el ponerse una pollera escocesa y toquetear como vieja babosa las abdominales de un presentador en un escenario,colgar banderas de arco iris para tapar humedades, cargar botellas de fernet Branca con Vitone (¡Loco, hay que tener la lengua quemada para no darse cuenta!!), cambiar de lugar las luces y las bolas de espejos en vez de comprar equipo nuevo, etc.


Amo quejarme, como loca que soy. Pero a pesar de todo, me encanta salir al ambiente gay, por más que me tenga que enfrentar con un sinfín de detalles y personas que me ponen los pelos de punta. Al fin y al cabo, es lo mismo en todos lados.


Sin embargo, hace tiempo que se venía hablando en Córdoba de la fiesta Glow. Cada loca que te hablaba de la Glow te decía-palabras más, palabras menos-: “Es una propuesta diferente”.


Si hay una frase que me da mala espina es ésa. Parece ser una moda que no sólo estaría afectando a la política del país: el definir a lo bueno como “lo diferente a lo establecido”.

Y sí, propuestas diferentes faltan, nadie lo puede negar. Pero no por eso hay que ser tan idiota de alabar ciegamente a cualquier estupidez que surja por ahí con el cartel de “diferente”. Ser diferente no significa, necesariamente, ser mejor o superior. Y eso los gays lo sabemos muy bien.


Pero bueno, a pesar de mi mala espina, me dejé contagiar por el entusiasmo de algunos de mis amigos/as que venían preparándose para la Glow desde Julio, más o menos. Esa preparación incluyó todo tipo de cremas, lociones, enjuagues, exfoliantes, escandalosos gastos en Shoppings diversos y hasta incluso cama solar (¡Loca, estamos en Agosto! ¡Calmáte!!). Por supuesto, a ninguno de estos cerebros rubios se les ocurrió la brillante idea de sacar entradas anticipadas por lo que terminamos pagando 30 pesos en la puerta a pesar de la terrible amenaza que le hice a la infeliz vendedora de tickets de no entrar a aquella fiesta donde ya habían casi tres mil personas.


Mientras subíamos la escalera por unos ridículos pedazos de alfombra roja esparcidos a la buena de Dios, los comentarios eran prometedores. “Uy, mirá, tiene dos pisos” dijo una loca que jamás había pisado el Hipódromo (ni barrio Jardín). “Parece que va a haber show” dijo una tortita que se ilusionó al ver una drag en zancos y con una mamadera llena de cerveza. “¡El pete que le haría al guardia, por Dios!” se escuchó a alguna otra desubicada por ahí.


Así fue que entramos al Castillo del Jockey y pronto los comentarios se extinguieron en medio de la música y el atolladero de gente. Tardamos como 20 minutos en caminar 10 metros para llegar a una pista que había al costado. Personalmente, detesto los hacinamientos, pero mis amigos/as estaban chochos/as. “¡Cuánta gente!” decían, sin parar.


Y, por un momento, pensé que era mejor que estuviera lleno a que no hubiera nadie, así que me relajé y me dispuse a disfrutar de los pisotones, codazos, empujones y la falta de aire. Pero, al ratito, noté que había algo extraño en el ambiente. Tal vez fue el ver a un cincuentón piafero con el sweater colgando a sus espaldas empujándose con un mini-flogger doriansero de remera ajustadita lo que me provocó el shock: Esa noche no habíamos ido a Zen, ni a Piaf, ni a Bunker, ni a Dorian, ni a Random, ni a Poseidón ni a ningun otro lugar gay habitualmente frecuentado. Pero Zen, Piaf, Bunker, Dorian, Random, Poseidón y hasta los saunas habían venido a nosotros. ¡Y encima todos juntos!!! ¡Qué miedo!!!


Me esforcé por encontrar una cara nueva entre esas 3.000 personas y juro por Madonna y Britney que no encontré una sola…ni siquiera entre las mujeres…¡ni siquiera entre las tortas!!


Y bueno, era de esperar que si el evento venía teniendo propaganda sólo dentro del ambiente gay, los asistentes fueran, precisamente, los que pululan por el ambiente gay. Eso no es malo ni culpa de nadie. Pero la innovación no fue una de las asitentes.


Calculé que, cuando a mis amigos se les pasara la euforia por estar en el lugar “más top de la noche”, comenzarían a darse cuenta de que estaban rodeados por las locas de siempre y sus ánimos pasarían a un nivel más bajo.


Antes de que eso pasara, comenzamos a movernos con la idea de ir al piso de arriba. Pero una sorpresa increíble, inusitada y hasta surrealista nos esperaba en el descanso de la escalera. Estábamos en un “castillo”, el castillo del Jockey Club, un edificio enorme, con techos altos, columnas, impecable, que hacía pensar en viejas damas con capelinas bebiendo limonada mientras sus maridos apostaban toda la renta para que un caballo corriera más que otros. ¿Y qué nos encontramos ahí, en las gradas, a mitad de la escalera? Baños químicos.


Sí, baños químicos. Esas casillitas de medio metro por medio metro que se ven por los parques y plazas a las cuales nunca entré y espero nunca entrar. Pero ahí estaban, con una multitud impenetrable de locas (igualmente impenetrables) que parecían tener la intención de entrar a aliviar sus tripas en esos sucuchos.


Marisa, una de mis amigas tortas más guarangas y chongas a la cual he visto beber vino toro directamente de una damajuana, se quedó mirando aquello como si fuera un cuadro surrealista. “¿Será parte del show?” dijo la loca de Gonzalo, entre cínica y divertida.


El detalle de los baños me hizo pensar que no íbamos a durar mucho en aquel lugar, ya que habían 3 mujeres con nosotros y no me las imaginaba escabulléndose por detrás de las gradas del hipódromo para despedir el fernet y la cerveza de más, como estaban haciendo ya algunas locas.


Las pistas de arriba estaban igualmente hacinadas y tenían unas telas colgando como invitando a algún pirómano a repetir lo de Cromagnon. La verdad que con los dibujos y estupideces que tenían pintadas, merecían ser quemadas. Bailar, por supuesto, era imposible. Sólo se podía saltar y era lo que todo el mundo hacía, demostrando diferentes grados de alcoholismo y drogadicción.


El golpe de gracia fue en la barra. Diez pesos la medida de fernet que no era una medida sino un culito en un vaso que ya era un culito. Y, por supuesto, no era branca, era 1882 (o, más bien, salía de una botella con esa etiqueta). Diez pesos una lata mugrosa de cerveza Brama.


Y no es que uno no tenga 10 pesos (o más). De hecho, siempre gastás más en alcohol que en la entrada. El problema es que no podés cobrar una lata a 10 pesos cuando en todas partes te venden el vaso de 900 cm cúbicos al mismo precio. No estábamos en la playa de Brasil, estábamos en la Glow, con baños químicos en la escalera y telas que decían I Love N Y colgando de las paredes. Lo mínimo que podés hacer es vender cerveza en vaso de plástico como hace todo el resto de la negrada que al menos tiene instalaciones sanitarias y no se hacen los pretenciosos (o no tanto).


Mientras tanto, en la pista de abajo, una loca con la cara pintada de mimo se colgaba de una tela, quizás la única cosa más o menos estética de la fiesta, que igual se puede ver en tantos lugares con una música e iluminación más adecuadas (y a la gorra). Si hubo más “espectáculos” en la noche, me los perdí mientras trataba de pasar de una pista a otra.


Mis amigos seguían con la idea de hacer valer sus 30 pesos y se plantaron junto a una columna para poder mirar mejor a las locas que viven mirando cada sábado en los demás boliches. Yo comencé a mirar a Marisa, que a la segunda me captó la mirada y dijo “Bueno, Rubio y yo nos vamos” y al ratito empecé a trotar detrás de ella entre toda la muchedumbre que ya empezaba a oler como huele la gente a las 5 de la mañana.


Me perdí cuando llegó la municipalidad a recaudar…digo, clausurar. La municipalidad cordobesa nunca clausura los eventos antes que se armen. Deja que ocurran, deja que la gente corra peligro, deja que los negros estafadores (con perdón de los negros) cobren los 30 pesos ilegales que nos cobraron y después va a ver qué tajada saca.


Por supuesto, tanto la municipalidad como los negros estafadores que organizan estos eventos millonarios saben que las locas somos iguales a los heteros en una cosa: la pasividad. ¿Alguien se quejó? ¿Alguien reclamó que le devolvieran la plata? ¿Alguien va a presentar denuncia a derechos del consumidor?


Claro que no. Nadie hace esas cosas de locos. Eso es ser histérico.


Pero llevo viviendo 30 años en Argentina y ya no me sorprenden para nada las negradas de la municipalidad y los responsables del ambiente gay (aunque bueno, lo de los baños químicos era para sacarle el hipo a cualquiera).


No me molesta en lo más mínimo pensar en que toda la gente que lucró con la Glow, desde el mimo de las telas hasta el intendente de Córdoba, vayan a pasar sus vacaciones en un hotel 5 estrellas en Aruba o, al menos, Jureré Internacional con la guita que sacaron sólo vendiendo latas de cerveza. Hasta cierto punto, los felicitaría, porque prefiero cien veces a un cagador hijo de puta que al pasivo pelotudo que se deja cagar.


Lo que sí me sorprende, me enferma y me da ganas de asesinar gente es la cantidad de locas que van a esos eventos y salen contentas diciendo a los 4 vientos que es la mejor fiesta, que es la más top, que es, al menos, “una propuesta diferente”.


Sí, loca boluda, pagaste un poco más para ir a hacer exactamente lo mismo que hacés cualquier sábado en cualquier boliche gay sólo que mucho más apretujada, con más riesgo de morir quemada o asfixiada porque no hay salida de emergencia (o porque aunque haya no llegás nunca por la cantidad de gente que hay), con las mismas marcas berretas en las barras (sólo que más caras, porque ¡estás en La Glow!), con 10 casillitas de plástico que algunos llaman baños para casi 3.000 personas, la misma música (había una pista igual a Zen, otra igual a Dorian, otra más mezcla, etc), los mismos DJ, las mismas travas, las mismas drags (con los mismos vestidos y zancos de siempre), las mismas locas, las mismas tortas, etc.


Pero “es una propuesta diferente” siguen repitiendo algunas locas, como zombies, incluso hoy martes, cuando ya está claro el negoción que armó la municipalidad con esta gentuza.


Hay que felicitar a la gente que organizó la Glow por hacer un trabajo de marketing tan impecable. Si te la pasás repitiendo La Glow es una propuesta diferente” en el ambiente gay, parece que al menos 8 de cada 10 locas se lo van a creer. Y encima van a salir de ahí transpiradas, emboladas y estafadas diciendo que “es una propuesta diferente”.


Decí que te gusta ver mucha gente apretada, decí que te gusta entrar a una casilla de plástico toda meada, vomitada y cagada, decí que te gusta pagar un trago asqueroso por el cuádruple de su valor.

Decí que sos hueca y sólo te interesa salir, si querés. Todo eso es válido, incontestable e irrefutable.


Pero no digás que es una propuesta diferente cuando de diferente no tenía ni la d.


Ah, hubo una cosa que sí me gustó: nadie cuidaba los autos. Gracias a Dios fue así ya que tener que pagarle a un naranjita después de esa fiesta berreta hubiera sacado lo peor de mí. Claro que si a alguien le robaban el auto no había dónde quejarse. Pero como en los lugares que sí hay naranjitas también te roban el auto y tampoco tenés con quién quejarte, mejor no tener que darle 10 pesos a un gordo insoportable que encima te hace chistes cuando querés estacionar.


Los 10 pesos los usamos con Marisa para el choripán y la 7up, lo mejor de la noche.

Al menos era 7up de verdad y no Suitty limón camuflada.

miércoles, 5 de agosto de 2009

De Duendes, Gremlins, Activos y otros mitos



Hace un par de semanas salí a bailar con uno de mis amigos más jóvenes, ya que la mayoría de los que tienen mi edad dan más vueltas para salir a un boliche que para levantar un tipo en manhunt (palo por si alguno lee).


En un momento que nos cansamos de la pista entramos al resto y nos sentamos en la barra para tomar una sprite y algo de aire. Casi a medio metro nuestro había una mesa donde se sentaban dos tipos cincuentones que hacían lo imposible para parecer cuarentones (buzo deportivo colgado a los hombros, zapatillas new balance, ochenta kilos de crema sólo en la cara, etc.).


“Seguro que se llaman a sí mismos osos” pensé.


En la barra y cerquita de mi amigo se sentaba un tipo de más o menos 30 años, muy bien vestido, de cabello castaño y un lomazo que parecía de esteroides. El único problema es que era algo petiso, pero era obvio que las locas viejas estaban ahí acosándolo, aunque ahora que habíamos llegado nosotros dividían un poco su atención entre él y mi amigo, brillante en sus 22 años.


Yo también tenía mi levante, ojo, había otra mesa cerca con dos floggercitos que parecían menores de 15 años…uno no paraba de mirarme, al menos con el ojo que no le tapaba el flequillo. Supongo que querría preguntarme qué tintura uso.


Como se imaginarán, estando en la posición que estábamos –justo en el medio de la atención- no nos quedó otra que empezar a presumir. Después de todo, para eso se sale.

Hablábamos en voz muy alta y nos reíamos como adolescentes, conscientes de que nos escuchaban de todos lados. Mientras estábamos en esa pose, aparecieron dos amigos/conocidos que se acercaron a saludarnos. Se quedaron parados frente a nosotros haciendo chistes y comentando estupideces y, muy pronto, se habían unido al coqueteo (o histeriqueo) que nos conminaba allí.


En un momento, mi amigo dijo: “Qué suerte que Rubio me convenció de salir porque yo me iba a quedar en casa. Con esto de la gripe A me da una cosa salir…”


Uno de nuestros amigos/conocidos dijo: “Ay, para mí que es todo un verso eso de la gripe A.”


Y yo dije, parrafa-choreando a Homero Simpson: “Claro que es un verso, la gripe A es un mito como los duendes, los gremlins y los activos 100%”.


Todos se rieron, incluso el “chico esteroides” y las señoronas de la mesa de al lado que se hacían las no interesadas en nuestra charla.


Pasó el rato y mi amigo se fue al baño con los dos recién llegados. Yo me quedé sentado en la barra sosteniendo tres camperas y un buzo. De golpe, el chico esteroides me dijo desde su lejanía “¿Así que vos crees que los activos no existen?”.


Lo miré, medio sorprendido, y le dije: “No, yo creo que los activos 100% no existen”.


Entonces, como si nada, me dijo “Cuando quieras te pruebo que sí existen”.


Y, acto seguido, se levantó y se fue hacia la puerta.


Yo me quedé perplejo viendo cómo se iba. No sabía si tenía que levantarme y seguirlo o quedarme esperando a que volviera o si era una joda o qué. Por ahí era una forma de levante a la que nunca me había enfrentado.

El tipo salió del resto y se perdió de mi vista. Supuse que se habría ido al patio o al estacionamiento y capaz me esperaría por ahí, lo cual me pareció medio extraño. Al fin y al cabo, hacerse seguir es una actitud más de mujer que de hombre y se supone que a un activo le gusta ser el hombre…Igual me dije que no podía moverme ya que tenía la ropa de los otros, así que me tranquilicé y me quedé sentadito.


Llegaron mis amigos y fuimos a bailar a la pista pero, por supuesto, yo seguía pensando en el desafío que me habían hecho. El tipo no me gustaba tanto pero había conseguido intrigarme.


Finalmente lo ví parado contra una columna mirándome disimuladamente. Por unos momentos pensé en hacerme el inalcanzable y no darle bola pero como ví a los dos viejos del resto cerca de él mirándolo con hambre no pude resistirme a mostrarles que el juguetito que ellos habían elegido era mío y sólo mío.


Me acerqué al petiso musculón y le dije al oído: “Dale, nene, mostráme que los activos sí existen”


-“¿Tenés lugar?”- fue su contestación.


- “Sí”- le dije, consciente de las miradas alertas de los dos osos.


- “Vamos entonces” – me apuró mi supuesto activo – “Te espero en la puerta”.


Me despedí de mi amigo y pasé triunfante frente a las dos locas vejetas sintiéndome el ganador de la noche. El “activo 100%” me esperaba en la puerta de la disco con unas llaves de auto en la mano y una campera bajo el brazo.


“¡Con auto y todo!” pensé “¡Estos son los activos que me gustan!”.


Salimos y le fui indicando el camino mientras intentaba averiguar algo de la persona que, supuestamente, me iba a coger en breve. Fue poco lo que me contó de él. Lo poco que saqué es que no era de Córdoba pero vivía acá hace mucho tiempo y trabajaba con un amigo pero no me dijo en qué.


Bueno, como no quiero alargar mucho y detesto los relatos eróticos sólo diré que fuimos a mi casa y el chico cumplió con lo prometido. No fue nada del otro mundo y hasta podría decir que fue medio insulso para la excitante previa que hubo. Antes de que acabara yo ya estaba pensando en cómo iba a hacer para decirle sutilmente que se vaya, no fuera que se quisiera quedar a desayunar o, peor, a dormir.


Una vez terminado el trámite le dije si quería pasar al baño y me dijo, muy caballerosamente “Andá vos, primero”. Así lo hice y cuando le tocó el turno a él aproveché para vestirme rápidamente, onda que cuando saliera del baño me viera vestido y se diera cuenta de mi sutil “tomáte el palo”.


Pero se ve que no sabía interpretar sutilezas porque apenas salió del baño se echó en la cama de costado y me preguntó si hacía mucho que vivía acá o alguna otra boludez. Yo me quedé parado contestando con monosílabos y caras de circunstancias, pero el tipo parecía no comprender que tenía que irse. Finalmente, me senté en la punta de la cama y me quedé en silencio, pensando que en algún momento se aburriría.


Y de golpe, entendí porqué no captaba las sutilezas:


“Bueno, loco, son 100 pesos”- me dijo, tranqulito.


Soy de esas personas que, cuando se enfrentan con algo inesperado, sólo atinan a reírse. Y esta vez pegué una carcajada bastante larga. Cuando me pude dominar, le pregunté:

- ¿Cómo que son 100 pesos? ¿Sos taxi?


- Y sí, loco- me dijo en tono de terrateniente que exige renta.


- ¿Y porqué no me dijiste antes? – le pregunté, empezando a enojarme.


- Sí te dije.


- ¿Cuándo?


- En el boliche.


- ¿En el boliche cuándo?


- Y ahí cuando estabas en la pista.


- ¿En qué momento?


- Cuando te acercaste a hablarme.


- Lo único que me dijiste es si tenía lugar yo y que me esperabas en la puerta.


- Bueno, loco, no sé. Yo te lo dije.


- Yo no te escuché.


- Y bueno, pero yo te lo dije.


- Qué lástima –le dije, ya con bronca – En todo caso, deberías haberte asegurado de que yo te había oído.


- Yo te lo dije – se entercó él, con actitud de argentino chanta.


- Y bueno, chavón, no tengo 100 pesos. Lola.


- ¿Y entonces? – dijo él, como enojado.


- ¿Y entonces qué? – me enojé más yo.


- ¿Qué hacemos ahora? – dijo, como preocupado.


- Y nada, que te vestís y te vas – le dije, cortante.


- Me debés 100 lucas…


- ¡Soñá que te las voy a pagar!


- Loco, en serio, me debés 100 pesos y me los tenés que pagar, sino te armo kilombo – me dijo, muy serio.


- ¿Me estás amenazando?


- No, te digo nomás que me debés 100 pesos y me los tenés que pagar.


- Bueno, mirá – le dije, dudando si llamar a la policía o no - No tengo 100 pesos así que te vas a tener que ir sin nada.


- Dame lo que tengas y el resto me lo das otro día.


- ¿Porqué no me pediste la plata antes de coger? – se me ocurrió, de golpe.


- Porque queda feo – dijo tras una pausa en la que se notaba cómo pensaba.


- Mirá, pibe, decí la verdad. Vos nunca me dijiste que eras taxi.


- Sí te dije…


- A mí no me vas a mentir así, boludito – me enojé en serio-. Y si me lo hubieras dicho, me tendrías que haber cobrado de entrada.


- No, loco, no es así. Todo el mundo paga al final.


- Esa no te la creo – le dije, mordaz – porque si fuera así, nadie te pagaría. Sos un queso en la cama…


- Bueno, no sé – dijo, turbándose un poco – La cosa es que vos contrataste un servicio y ahora tenés que pagarlo – dijo, escudándose en el lenguaje económico.


- ¡Yo no contraté nada! Ahí está el problema. Si hubiera sabido que eras taxi boy ni te hablaba – le dije, en un brote de ultraderechismo.


- Vos me viste ahí en la barra y te sentaste al lado mío…-empezó él.


- ¿Y?


- Y viste a los dos tipos que me estaban mirando, no me digás que no te diste cuenta.


- Sí, los ví, ¿y?


- Y que ahí deberías haberte dado cuenta – concluyó- O sea, yo estaba laburando.


- ¡Ahh! ¡Estabas laburando! ¿Y entonces porqué no te fuiste con los tipos esos?


- Porque vos me gustaste más – me dijo, ingenuo.


- Mirá vos – dije, sin que me afectara lo más mínimo la autoestima y manteniendo mi enojo - ¿O sea que vos andás eligiendo por ahí quién te va a pagar?


- Y sí –dijo, en tono complacido – Todos me pagan siempre.


- ¿Incluso cuando no les avisas que cobrás?


- Siempre aviso –volvió a mentir – Si vos no escuchaste no es mi problema. Capaz que como la música estaba muy fuerte…


- Bueno, mirá – le dije, harto – Te voy a dar los 100 pesos y te vas, pero admití que nunca me dijiste que eras taxi boy.


- No, loco, en serio te lo dije – empezó.


- Si seguís mintiendo no te doy nada – dije, mientras sacaba la billetera – Admítame que no me avisaste que eras taxi boy y te doy la plata.


- Bueno, lo admito –dijo, en tono de no admitirlo y estirando la mano.


- Tomá y andáte rápido, por favor – le dije, poniendo el billete en su mano.


Y como buen gato, agarró lo suyo y se fué.


Durante toda la semana mi judío interior torturó a mi consciencia por los 100 pesos que había soltado así nomás. En los momentos de mayor equilibrio, terminaba aceptando que era mejor perder un poco de plata a meterme en un kilombo con una loca que ni conocía y que vaya a saber lo que haría por un billete mugroso de 100. Quizás le hiciera más falta que a mí, quería creer, aunque eso no me consolara.

Después, llegué a la conclusión de que lo que más me dolía es que me habían forzado a pagar por sexo, cuando yo quería llegar a ese momento por mi propia voluntad…


Pero bueno, era un engaño y no contaba.


Mis amigos, como era de esperar, se rieron sin piedad de mí y durante unos días me tuve que bancar que me dijeran sugardaddy y otras boludeces por el estilo.


Finalmente, vuelvo al boliche el sábado pasado y, por supuesto, me lo encuentro a mi taxi boy, sentado en el mismo lugar de la barra pero con una pose mucho más femenina. Rápido como el rayo, le dije a uno de mis amigos más masculinos “Andá y decíle a aquel tipo que sos activo y que cuánto te cobra”. Después de 5 o 6 minutos de convencerlo, mi amigo se atrevió y fue. Volvió diciendo que le cobraba 100 pesos o 70 por sólo sexo oral.


Ahí sí se me subió toda la sangre a la cabeza, fui hasta la barra y empecé a gritarle como si lo estuviera por matar “¡Vos me dijiste que eras activo 100% y me cobraste 100 pesos! ¡Ahora me los devolvés por mentiroso!”


El tipo me miró con los ojos que parecían huevos fritos.


- Qué te pasa…- empezó, poniéndose colorado.


- ¡Dame mis 100 pesos ya! – le grité – ¡Yo te pagué para que me probaras que existían los activos 100% y ahora acabás de probarme que no existen!


- Pero…


- ¡Me das la plata ya, hijo de puta! ¡Con razón no sabés ponerla si sos una pasiva como cualquier otra! ¡Aprendé a coger y después cobrá, pendejo boludo!


Y le dije unas cuántas cosas más, delante de varias personas que se pusieron más coloradas que él. Obviamente, yo ya tenía algo de alcohol encima pero me sentía consumido de furia e indignación. Y no era por la plata, sino por el hecho de que el tipo no fuera realmente activo.


Quiso escaparse pero mis amigos se pusieron en la puerta. Vino un guardia a ver qué pasaba, vino una travesti a querer poner orden. Por fin, el tipo se dio cuenta que iba a ser peor para él y me dió 2 billetes de 20 y 6 de 10, bastante arrugaditos.


Recuperé mi dinero, pero hoy, más que nunca, creo que los activos 100% son un mito.