lunes, 29 de agosto de 2016

Un pibe de 22 años está muerto

Bueno, resulta que un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa no es éso sino qué podemos decir sobre ello los que seguimos “vivos”.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es remarcar que fue a un encuentro casual para hacer un trío (¡Un trío!¡Nada menos!) y que, encima, usó Popper y vaya a saber qué otras sustancias que terminaron dándole un paro cardíaco.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es resaltar que estaba enfermo, que tenía sexo sin protección, que compraba drogas baratas e ilegales, que vivía en riesgo, que no se quería.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es asegurar que la familia no lo contenía ni lo contuvo nunca, que sus amigos eran todos drogones perdidos como él, que no tenía a nadie con quién hablar, con quien compartir, con quién sentirse acompañado.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es entrar a su Facebook, al que nunca entramos antes ni aunque él nos lo pasara, para ver sus fotos, sus publicaciones y los comentarios que le dejan.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es pedir casi como desesperados en el tablero de Manhunt que alguien nos pase su Nick para que podamos chusmear en su perfil, sus fotos, sus palabras, sus preferencias.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es decir que lo conocíamos, que sabíamos en qué andaba, que hasta alguna vez le advertimos que no fuera tan descocado y que no nos hizo caso.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es hacer algún chiste o comentario malicioso sobre las locas que cogen a diestra y siniestra mientras se drogan con la merca más barata que les vende la policía que después los para si los ve con gorra o en moto.
Un pibe de 22 años está muerto, pero lo que importa es decir todo lo otro para poder asegurar que ya estaba muerto en vida.

Un pibe de 22 años está muerto, éso debería ser todo lo que tenemos para decir. Deberíamos hacer silencio, aunque sea un segundo, y sentirnos mal, tristes, angustiados. Y si no podemos, deberíamos intentarlo. Porque si no podemos entristecernos aunque sea un poquito leyendo esas siete palabras, los muertos en vida somos todos los que seguimos vivos.

viernes, 19 de agosto de 2016

What are you looking at?


Hace poco, estuve obligado a quedarme encerrado en casa unos días gracias a unos leves estornudos que por suerte pude hacerlos pasar por una terrible gripe terminal en el laburo, así que me metí a googlear series gays para ver, porque estaba seguro que después de Queer As Folk habrían hecho algo nuevo que valiera la pena ver.
Y encontré, obviamente, a Looking.
Sólo tenía dos temporadas, de 8 y 10 capítulos y una película que hicieron para cerrar los cabos sueltos de la serie. Esto era ideal porque, como ya estaba cancelada, tenía la certeza de que nunca harían una tercera temporada, así que sería como ver dos películas largas y una final conclusiva.
Antes de bajarla leí algunos comentarios hechos por unas cuantas locas entusiasmadas con el realismo de la serie. Decían que por fin teníamos una serie que retrataba la verdadera vida de los gays de alrededor de 30 años, sin estereotipos ni censuras ni tapujos ni moralinas. Los comentarios negativos decían que prometía ser la Sex And The City gay pero que era aburrida, oscura y con historias poco atrapantes (lo cual explicaba el bajo rating y su rápida cancelación). Y contra estos comentarios negativos estaban los que retrucaban diciendo que si una serie gay no tiene brillo, glam, locas plumíferas graciosas y, sobre todo, machos musculosos que pelen el lomo, nadie la mira.
Es decir, los comentarios parecían reflejar la eterna discusión entre locas con pretensiones de intelectuales y locas con pretensiones de superfluas. Por supuesto, no hay nada que me dé más placer que meterme en esa discusión, para poder decirles a las intelectualocas que son unas pelotudas atómicas, pero no podía hacerlo sin ver la serie, así que me lancé nomás a Looking, cruzando los dedos para que fuera un verdadero bodrio pretencioso y de baja calidad. Y, afortunadamente para mí (y lamentablemente para el arte y el entretenimiento gay), no sólo cumplió mis expectativas sino que las superó, las reivindicó y hasta añadió inesperados argumentos para defenestrarla. 

A decir verdad, Looking empieza bien. De normal a bien. Tiene un primer episodio que no dice mucho ni promete mucho. Muestra a tres amigos gays que viven en San Francisco, la ciudad más gay friendly del mundo y de la historia, y –salvando las enoooooooooormes distancias- sólo con ese primer y engañoso capítulo, uno puede llegar a creer que la serie es una especie de Sex And The City gay, un poco más profundo, mil veces menos cínico y filmado de un modo mucho más lento y oscuro.
De las tres locas, el protagonista principal es Patrick, un gay blanco (en EEUU hay que aclararlo siempre) de 29 años, soltero, que se dedica a diseñar video juegos y, al parecer, está buscando (looking) el amor. Digo al parecer porque la verdad no me quedó claro qué busca, pero el personaje tampoco lo tiene claro, así que no importa.

Patrick vive con Agustín, un gay cubano, barbudo (eso lo aclaro yo porque me parece horrible su barba) de 31 que es la típica loca disqueartista/drogona/promiscua que vive del aire, mantenida por los amigos y el novio (al parecer) y que no se sabe si va a estar viva mañana o va a terminar tirada con sobredosis en alguna vereda meada, como efectivamente le pasa dos o tres veces. Más adelante nos enteramos de que fue a San Francisco a los 20 años para ser una especie de Andy Warhol o Keith Haring pero termina dándose cuenta que es un queso para el arte y vivió toda su veintena autoengañandose, por lo cual tiene una crisis existencial que lo llevará a romper con su pareja, a más sobredosis y a terminar reformando su vida con un oso con HIV que trabaja en un centro de ayuda para jóvenes LGBT que no tienen hogar o algo así (está tan mal tratado ese tema tan importante que prefiero olvidarlo).

El otro personaje importante es Dom, amigo de los dos anteriores pero sobre todo de Patrick (con quién cogió hace mucho y quedaron como amigos). Dom es una loca de 40 años que, como iba al gym desde chiquita, se pasó los últimos veinte años de su vida cogiendo a diestra y siniestra y , a pesar de que se mantiene en forma, está medio asustada porque se le viene la vejez y siente que no logró nada (además de que va a coger cada vez menos). 

Supuestamente, trabajó de mozo toda su vida y puede pagar el alquiler porque vive con su exnovia Doris, una rubia cuarentona no tan bien conservada como él que al principio parece ser la voz de la razón de la serie. Pero no, es sólo una rubia cuarentona con poco maquillaje que trabaja de enfermera y que, supongo, la metieron para representar a los/as heteros y quizás también para darle a Dom un pasado de hetero que explique su no amaneramiento (que le dura hasta que se chupa o hasta que tiene a alguien con quién sacar el cuero).

Es decir que, hablando en cristiano gay, la serie trata de una histérica, una artistaza y una musculoca.
Cuando empecé a verla, efectivamente me pareció algo aburrida pero tampoco imposible de ver y, por lo menos, tenía algunas situaciones típicas en la vida de un gay. La primera escena del primer capítulo comienza con la que quizás es la más típica (y la menos aceptada): muestra a Patrick metiéndose entre los yuyos seguido por un viejo barbudo que le quiere chupar la pija y/o coger. Mientras el viejo intenta desabrocharle el pantalón, Patrick dice: “Hola, me llamo Patrick”. El viejo lo besa para que se calle y sigue intentando desabrocharlo pero Patrick sigue con un super original “¿Y venís siempre por acá?”. Ahí el viejo le dice que se calle y empieza a pajearlo pero a la loca charlatana le suena el celular y se va, diciendo que tiene que atender.

Esta primer escena me hizo reir (creo que fue la única vez que me Looking me hizo reir). Pensé que Patrick sería una especie de loca inocentona e insoportable, de esas que van a un cojedero público con la intención de hacer amigos (todavía las hay), o que la serie quería tratar lo que pasaba en esos lugares o quizás simplemente era una situación graciosa para introducir al personaje. Pero a la escena siguiente vemos a los tres amigos charlando y nos enteramos que los protagonistas no son asiduos de ir a coger a los parques sino que habían ido esa vez sólo por diversión. Ahí tuve mi primer desencanto porque, evidentemente, la serie iba a tratar de locas que nunca van al parque (o, al menos, que no lo confiesan) pero tampoco era tan malo. Podía ser de locas que no cogen en el parque e igual atraparme. Además, en algún lado tienen que coger, así que seguí esperanzado.

Más adelante, vemos a Patrick acudir a una cita en un bar con un tipo con el que chatea. Resulta ser una de esas “horribles primeras citas” donde el tipo lo rechaza porque el muy idiota de Patrick no tiene mejor idea que contarle que el día anterior anduvo shirando en el parque. Lo interesante es cómo lo cuenta, le dice algo así como: “Ayer con mis amigos fuimos a shirar al parque porque queríamos ver si todavía la gente hace esas cosas”. Es super común que una loca te cuente sus sucias y pecaminosas aventuras de cruising como si fueran un hecho aislado y divertido. También es super común que una loca te rechace por una pavada enorme como contarle eso. Pero la verdad que, para ser una serie gay, se notaba mucho la posición tomada por el guionista de presentar al shiro en un parque como algo feo, raro, que ya nadie hace o que sólo hacen los locos. Sobre todo por el hecho de que nunca más en ningún capítulo tenemos otra escena que muestre o hable de eso.
Pero bueno, hasta ahí seguía pasando, porque no es necesario que la serie sea pro-crusing y porque todavía estamos en el primer capítulo. La loca con la que Patrick se cita es médico oncólogo (¡para colmo! no es lo mismo que te rechace un doctor que un operador de call center) y, algo que me pareció muy curioso, intercambian tarjetas para presentarse. Creí que eso pasaba sólo en los libros de Sherlock Holmes, pero bueno, parece que en EEUU siguen haciéndolo.

Tras esa “desastrosa” primer cita, la pobre Patrick se va con la cola entre las piernas en vez de rota y se toma un colectivo donde empieza a mirar un mapa o algo que lleva en las manos. Un chavón latino y barbudo (parece que la barba está o estaba de moda en San Francisco) le empieza a hablar y a preguntar si está perdido y, entre otras boludeces, le dice que tiene lindos ojos y le saca una tarjeta del bolsillo y lee el nombre del doctor pensando que es el de él y le dice “ah, sos médico”. Y la muy estúpida de Patrick le dice que sí.

Más adelante, cuenta que lo hizo porque quería sentirse mejor, pero realmente no entiendo porqué algo así haría sentir mejor a alguien. Si el hecho de que un pelotudo al que no conocés te crea médico sirve para repararte la autoestima, loca, no estamos viendo una serie gay sino una serie sobre psicópatas estúpidos que tienen reacciones de psicópatas estúpidos. Para colmo, cuando se está por bajar el mexicanito le grita si puede llamarlo por teléfono y la muy tonta se baja riéndose. Que alguien vea esa escena y me la explique, por favor, quizás me perdí algo. Hacer eso a los 15 o a los 18 te lo entiendo. A los 29, no tiene explicación, salvo que seas paciente de un psiquiátrico.
Hacia el final tenemos otra situación gay, aunque más de este milenio: una despedida de soltero del ex de Patrick que, a pesar de estar en este milenio, la celebra junto a su novio (despotricaría más contra esta situación si no fuera porque hace poco fui a una despedida de soltero gay compartida ¡Qué locura los celos, mamita!).
En medio de la fiesta, Dom, la musculoca cuarentona le cuenta a Patrick que esa misma tarde intentó levantarse a un compañero de laburo y no le dio bola, así que se quiere ir a buscar algún “putito rubio” para reafirmar su autoestima. ¡Aleluya, loca! Ahora sí te creo que estamos viendo una serie que muestra la realidad gay y con un personaje gay con el que me puedo identificar (a mí mismo y a varios). Pero la escena con el putito rubio queda para la próxima semanita, como diría Beatriz Salomón, porque el primer capítulo termina ahí, con una larga escena de Patrick saliendo a buscar al mexicano del bus y, como por arte de magia, lo encuentra en la entrada de un boliche gay para latinos mientras suena una canción pedorra que ni siquiera es de Depeche Mode.

Resumiendo, que el primer capítulo me dejó con la idea de que Dom era una especie de Samantha Jones versión gay, que Agustín iba a ser el personaje más almodovariano y que Patrick iba a ser la loca histérica a la que iban a pasarle todas las cosas que le pasan a un gay sin afectarlo o, al contrario, transformándolo completamente.
Es decir, que la única razón más o menos interesante para seguir viendo a Looking, para mí, era Dom. Y hasta ahí nomás. Pero lo peor de todo es que, en los siguientes capítulos, a Dom le pasa lo que jamás creí que podría pasarle a una cuarentona: ¡se enamora de una loca cincuentona! ¿Dónde se ha visto? Que dos viejos cojan en un sauna o después de chatear o de un boliche o en el mismo parque, vaya y pase. Pero ¿amor a la tercera edad gay? Acá el guionista se quiso hacer el interesante porque, efectivamente, es un tema que raramente se trata. Lo normal hubiera sido que Dom se cogiera a un pendejo por capítulo (con algún que otro viejo por ahí, porqué no) y que cada uno hubiera representado algún estereotipo de gay. Pero acá lo vemos a Dom enamorándose de una loca cincuentona que decide ayudarlo a poner su propio restaurant y convertirse en su mentor. ¡Queriiiida! Si ya te estabas sintiendo fracasada por llegar a los 40 y todavía ser un simple mozo de un resto de cuarta, peor deberías sentirte si a los 40 años estás necesitando alguien que te enseñe cómo moverte en la vida.

Igual es un subplot que dura un par de capítulos y que no hace más que mostrar esa situación, porque no la explora ni superficialmente. De hecho, a los pocos capítulos se convierte en un pasado que nadie sabe por qué ocurrió. Yo hubiera preferido, lo confieso, que Dom fuera Samantha, pero cuando ví que la loca ciencuentona aparecía de nuevo, me dije que tenía que abrir mi cabeza para ver algo jamás visto…¡y después tampoco me dan eso!
Igual para esa altura ya nos damos cuenta que Dom y Agustín no pinchan ni cortan en la serie, están para hacer bulto, porque la trama central es la de Patrick con el mexicanito y con su nuevo jefe, que es una loca semitapada con la que mantiene una aventura en secreto.

Kevin, el jefe de Patrick, es el tipo de loca que yo personalmente detesto (aunque a las locas como Patrick creo que las detesto aún más). Es la loca a medio camino de asumirse, que se hace la hetero y que hasta logra que algunos ilusos le crean exagerando al 1000% sus gestos y formas masculinas. En ésto, le pegaron justo con el actor, Russel Tovey, una loca que declaró alguna vez que quería ser un modelo de gay masculino para los chicos gays de ahora porque cuando él era joven todos los modelos de gays eran femeninos. Patética, pero bueno, no es la única loca que cree que a la homofobia se la combate convenciendo a todas las demás locas de que se comporten como machos en vez de soltar plumas porque los que están mal son los afeminados que viven su vida como les sale y no los homofóbicos que los discriminan, golpean, torturan y matan por no ajustarse a los patrones de comportamiento heteropatriarcales. Pero bueno, locas como Russel Tovey son incapaces de terminar de leer la frase anterior sin dormirse. Y aunque la terminaran, jamás la entenderían porque seguro también creen que si una mujer violada llevaba minifalda, estaba pidiendo que la violen y el o los violadores no tenían por qué contenerse y evitar cometer un delito –por no decir, un acto inhumano y cruel- contra una puta.

¿Qué tiene que ver esto último con Looking? se preguntará algún apolítico. Bueno, mucho. Looking es una serie pro asimilacionismo gay, por decirlo de alguna manera. Es decir, promueve la forma de vida de los gays que se adaptan al sistema heteropatriarcal que, en algunos lugares del mundo, como por ejemplo San Francisco, les hace un hueco para que se metan, a condición de no atentar contra el orden de ese sistema. Si sos masculino (o medianamente masculino, porque siempre es una cuestión de grados), trabajador y deseás para tu vida más o menos las mismas cosas que un hetero, que ahora hasta incluso pueden ser casarse y tener hijos (¡Dior nos libre!), entonces podés pertenecer. Obvio que a pesar de todas las leyes que te protejan, vas a ser un ciudadano de segunda porque, por muy asimilado que estés, seguís siendo puto y la gente lo sabe y, sobre todo, vos lo sabés. Y sos vos el que en el fondo realmente cree que merecés ser de segunda por ser puto, así que está todo bien. Un gay asimilacionista es homofóbico por el simple hecho de que desea pertenecer a un sistema homofóbico.
Ahora, si sos demasiado afeminado, o sos travesti o trans o queer y además de eso no sos trabajador y/o no deseás para tu vida más o menos lo mismo que desea un hetero, bueno, no hay lugar para vos, ni siquiera en San Francisco. Tenés que, sí o sí, ser un gay “separacionista”, que reivindique el modo de vida queer y/o modos de vida que, supuestamente, están fuera del orden heteropatriarcal. Acá, por supuesto, se abriría la enorme discusión de qué sería un modo de vida queer y, sobre todo, si realmente es un modo de vida ajeno al sistema o está incluido a pesar de su aparente exclusión como un lugar de marginales al que seguir persiguiendo y desgranando hasta que se desate una guerra de exterminio total o, más probablemente, hasta que la frontera de exclusión se corra un poco más allá y esos excluídos queden dentro, alimentando al sistema.

Pero eso es otro tema. Y, sobre todo, es otro tema para Looking, que lo esquiva alevosamente. Tan alevosamente que hasta inventan un personaje queer en la segunda temporada para poner en su boca todo lo que los críticos, conscientes de lo anterior, le criticaron a la primera temporada. Pero mirá si serán sucias las locas creadoras de Looking que en vez de plantear la cuestión lo más objetivamente posible directamente hacen que este personaje sea desagradable y antipático por sí mismo y lo ponen de antagonista de Patrick. Es decir, o pensás como ellos o sos como esa loca despreciable. Y bueno, al menos son sinceros en su postura. Pero no deja de ser un truco barato.
Igual, con Looking me dí cuenta de una cosa. Si te convertís en una loca “asimilacionista”, si realmente vas a intentar tener una vida lo más heteronormativa posible ¿Qué sentido tiene que hagan una serie sobre vos? ¿Qué tenés de interesante para aportarle a HBO, a la tele en general, al mundo o, aunque sea, al arte cinematográfico? Es decir, quizás podría hacerse un reality de una o dos horas sobre “locas que tratan de vivir como heteros”. Pero ¿una serie entera? Obvio que va a ser aburrida porque no tenés nada que no nos digan los heteros con las mil ochocientas millones de trillones de series heteros que existen.

Porque el aburrimiento de Looking no viene tanto de un guión o dirección flojos o de que use actores que no sean adonises de abdominales marcadas, viene justamente de su falta de compromiso, no sólo ni tanto con la "política" gay sino con la vida misma, con las relaciones, con los lugares, con las personas, con la humanidad, etc. Los personajes son aburridos no porque lo sean por sí mismos sino porque el guión nunca los saca de sus propias burbujas donde viven pensando en sus vidas, sus familias, lo que piensan los demás de ellos, etc. ni los lleva a escenarios o lugares donde deban enfrentarse realidades complejas o problemáticas. Y si lo hace (como en el caso de la muerte del padre de Doris o la necesidad de tener una pareja monógama de Patrick o el trío que arma Agustín pagándole a un taxi boy) simplemente pasan por ahí como pasaría cualquiera y no reciben ni dan nada. La realidad no los altera ni ellos la alteran, solo les pasa por al lado y ellos siguen en su burbuja de egocentrismo, de autopercepción y de apatía total hacia los demás y hacia al mundo. Una apatía que sólo es posible mantener cuando vivís demasiado enfocado en vos mismo y en tu cuerpo y tus propios sentimientos.
Eso hace que los personajes sean irreales, porque nadie aguanta tanto tiempo viviendo en una burbuja así, ni aunque viva drogándose como hacen ellos (¡qué manera de necesitar drogas para todo que tienen los yanquis!). Y, además, los hace huecos, superfluos, estúpidos, vanos. Es decir, todas las características que supuestamente tienen las locas adonis de abdominales marcadas ¡Y ni siquiera son adonis de abdominales marcadas! Son sólo 3 locas comunes y corrientes con su amiga hetero que es igual de vacía que ellas.

El personaje de Doris, la ex novia y ahora amiga de Dom, realmente revela la esencia de Looking, porque la actriz se la pasa poniendo unas caras antes de hablar que te hacen decir "acá va a decir algo importante sobre la vida, las relaciones, el sexo o los gays” pero termina diciendo oráculos profundos y reveladores del tipo “No sé, es tu vida, hacé lo que quieras”.  Es como si la serie tuviera un momento en que nos crea la expectativa de que vamos a escuchar  algo trascendente, o al menos, una ironía cínica como las de Miranda o un chiste sexual como los de Samantha en Sex And The City, pero de golpe se transforma en el dibujo animado de Los Picapiedras cuando el dinosaurio de turno dice algo estúpido pero no muy inesperado para que los niños se rían o sonrían.

Lo mismo pasa con Dom, que es una loca “vieja” y por lo tanto, se supone que tiene algo interesante o gracioso para decir. Y lo mismo pasa con todos los personajes porque son gays en una serie gay hecha por gays, por lo tanto uno espera mínimamente un chiste o alguna reflexión medianamente interesante sobre los gays. O, aunque sea, sobre algo. Pero no hay nada.
Si alguien me preguntara “¿De qué se trata Looking?” y yo contestara “De tres gays que viven en San Francisco” estaría diciendo la total y completa verdad. Porque más que eso, no hay. Si alguien me preguntara de qué trata Sex And The City, podría decir “son 4 amigas que viven en New York” pero sentiría que me quedo corto. Y ojo, no estoy defendiendo a Sex And The City. Justamente me parece una seria bastante banal, pero al lado del guión de Looking las columnas de Carrie Bradshaw parecen tratados de Sócrates.
La palabra “looking” en inglés puede significar muchas cosas según qué palabra la acompañe (no es lo mismo looking at, que looking for, que looking good, etc) pero, en general (y para esta serie también) su significado se interpreta como “buscando”. Realmente, el nombre está muy bien puesto, porque hay una búsqueda permanente de sentido tanto en el guión como en la vida de los personajes que no acaba nunca porque, a mi entender, el guionista y el director no tienen nada interesante para decir.
Y de hecho, frente a las críticas, ellos y sus defensores contestaron éso mismo: que sólo les interesa mostrar la vida “normal” y real que llevan los gays. En realidad, la peor crítica que recibieron es que la serie es aburrida. Y, efectivamente, lo es, como toda cosa que intente mostrar la realidad.
No es un reality sobre la vida gay en San Francisco, es una serie con personajes y situaciones inventadas pero que podrían verse en un reality. De hecho, el cuarto o quinto capítulo es un seguimiento de Patrick y Richie (la loca mexicana barbuda que hace de chico bueno) en su primera cita, charlando sobre sus vidas mientras se toman un autobús, caminan por un parque y se sientan a mirar el mar. Sí, toooooodo un capítulo es sólo el diálogo entre dos personajes. Este atentado contra la capacidad de atención de los espectadores se explica porque el director de Looking hizo una película llamada Weekend que se trata de dos gays que recién se conocen y pasan todo un fin de semana juntos y, al parecer, llegan incluso hasta a enamorarse en sólo dos días. No la ví a la película pero tiene excelentes críticas, por lo tanto el director parece que quiso repetir el experimento o hacer un guiño para que todos los que comenten Looking se vean obligados, como yo ahora, de hacer referencia a Weekend, el gran logro de su carrera. Otro truco barato, si los hay.

En definitiva, la serie no sólo no me gustó y me pareció aburrida sino que me pareció desagradable en las formas sutiles y no tan sutiles que tiene de querer vender un solo modo de vida y comportamiento gay como el deseable. Y no es que yo crea que esté mal ser asimilacionista ni condeno a la loca que quiera serlo en la vida real, pero sí espero que una serie gay sea un poco más rica y seria en cuanto a los enfoques sobre esos temas y que, sobre todo, no me intente vender nada. El sólo hecho de directamente no incluir personajes queers o que se salgan un poco de la raya de la normalidad admitida para un gay actual en San Francisco ya es tomar una postura bastante fuerte con respecto al tema. Es una “no inclusión” hasta en la ficción.
Hay, además, otro aspecto importantísimo en que la serie demuestra su afán de asimilacionismo y es en su mojigatería. Hay algunas escenas de desnudos (culos, exclusivamente) y algunas escenas de sexo pero son rapidísimas y sólo tienen sentido porque el guión dice “y entonces, cogen”, pero no porque tengan algún interés sensual de por sí. Tengo en la cabeza escenas de Queer As Folk, de The L Word, incluso de Sex And The City o de Game Of Thrones mil veces más excitantes y provocativas que toda Looking entera y algunas son de hace 10 años o más. Realmente, muy mal filmada la parte “porno” y no es que yo esperara excitarme viendo la serie (cosa de todas formas imposible porque ninguno de los actores me parece lindo y algunos hasta me resultan desagradables) pero parece que tuvieran vergüenza de mostrar sexo gay en la pantalla de HBO y eso queda realmente estúpido.

Y como broche de oro, hay que pensar que algunos críticos heterosexuales (bueno, dos por lo menos) calificaron a la serie como un “no es muy entretenida pero se justifica por su misión social”. Claro, un hetero desinformado (y, para el caso, una loca desinformada también) puede creer que Looking cumple algún tipo de misión en la sociedad por ser una serie gay. Es lo mismo que me pasa a mí con los partidos de fútbol del mundial.  Me ha pasado, después de una derrota argentina, pensar “si corrieran más hubiéramos ganado” sólo para escuchar a mi hermano o algún amigo hetero de turno decir “si corrieran menos hubiéramos ganado”. Y, por supuesto, yo acepto sus expertas opiniones heteros y descarto las mías no tanto porque no sepa nada de fútbol sino porque el fútbol no me interesa un sorete.
El mismo desinterés demuestran estos críticos heteros que, en su afán de hacerse los progres, ven una serie gay y ya por el simple hecho de ser gay le ponen un punto. Algún tipo de misión social estará cumpliendo sólo por ser gay, pensarán.
Lo más cómico es que, si Looking tiene algún tipo de misión, es justamente la contraria a la que un progre desearía de una serie gay.


miércoles, 3 de agosto de 2016

¿Porqué no lo besó?


Hacía tiempo que no tenía “citas”, que no conocía gente nueva, que no se encontraba con nadie. Hacía tiempo que se sentía poca cosa, con pocas ganas de salir. Hacía tiempo que se refugiaba en los amigos y conocidos de siempre y en viejos amantes que lo conocían y extrañaban de mejores épocas. 

Hacía tiempo que estaba abatido. Abatido es la palabra que mejor lo describía aquella tarde.

Y aún así, haciendo caso al inconsciente arrojo de su espíritu –que, afortunadamente, siempre lo había caracterizado, incluso en sus peores épocas- se encontró aquella tarde con aquel chico que tanto le insistía y pedía un encuentro.

Y pasó lo que tenía que pasar, cuando no se espera nada de algo. Quedó encantado. Quedó contento. Quedó sonriente. Quedó agradecido.

Mientras escuchaba las palabras de su nuevo amigo en medio de la música, la cerveza y los árboles, sentía renacer esa agradable sensación perdida y olvidada de encontrarse a sí mismo en el otro. Esa satisfacción de saber que se piensan las mismas cosas, que preocupan las mismas cosas, incluso a pesar de todas las grandes y pequeñas diferencias.

Y así volvió a su casa, contento y sorprendido. Sobre todo sorprendido. No sólo por la sorpresa que supone siempre encontrar a una persona especial en medio del ominoso y abúlico océano de mediocridad humana en que nos sumergimos cada día sino, sobre todo, por no habérselo llevado a su cama.

¿Qué costaba? Sólo hubiera hecho falta un beso, en cualquier momento de la noche. Pero no salió ningún beso de sus labios y nunca comprendió porqué.

Igual había resultado ser una linda noche...pero incompleta, quizás. Y no pudo evitar preguntarse si sentía que el encuentro había quedado incompleto porque realmente había existido onda para una cama que fue desaprovechada o porque, peor, ya no concebía un encuentro con otro hombre que no terminara en sexo (o, al menos, en un rechazo al mismo).

Y al otro día, con bronca, pensaba en lo que había ocurrido. Con bronca pensaba en sí mismo “¿Porqué no lo besé?”, se preguntaba a cada rato. Y no había respuesta. Había sido poco hombre, quizás. Había faltado actitud. Había faltado arrojo. Y había sobrado lasitud. Demasiado arropado en las palabras cálidas que escuchó, demasiado divertido por los sarcásticos comentarios sobre las vivencias comunes. Es cierto que hacía tiempo que no disfrutaba una buena charla y una buena química puramente espiritual. Pero su orgullo estaba herido. Se sentía un niño miedoso por no haber besado cuando había que besar y lo último que necesitaba durante esos días de abatimiento era sentirse menos hombre. Así que ahí estaba, de nuevo frente a la computadora, con más enojo que insatisfacción, chateando sin ganas y charlando con desconocidos.

No hacía falta que se lo dijera a sí mismo, necesitaba desquitarse. Tenía el celular a un lado, como desafiándolo a que llamara a aquel chico del día de ayer para encontrarse de nuevo y, esta vez sí, llegar a donde las costumbres que imperan los encuentros gays dicen que hay que llegar.

Pero no, su enojo era tal que se sentía necesitado de ser llamado él. Y como el teléfono seguía mudo, buscó el desquite por otro lado.

Y esa nueva noche estaba sentado en un nuevo bar, con otro chico, de nuevo con música y árboles y cerveza rodeándolos, pero esta vez hecho todo un conquistador. Arrojo y mesura, sencillez y madurez, atención pequeña pero auténtica y un leve toque de romanticismo fueron más que suficientes para tener al nuevo chico enredado en sus sábanas un par de horas después.

Y siete días después, no sabía cómo hacer para sacárselo de encima. ¿Cómo cortar una relación que él mismo había comenzado? ¿Cómo explicar que todo ese encanto provenía de una necesidad de probarse a sí mismo y no de un sentimiento genuino de amor, afecto o, aunque sea, interés por el otro?

Bueno, era muy fácil. Simplemente, no explicando nada y borrándose. No era nada digno, pero no veía otra salida. Y dejó de atender llamados y de contestar mensajes. Y se sintió peor todavía, por no atreverse a explicar lo que le pasaba. Y de nuevo se sintió como un niño tonto, por no dar la cara y decir lo que le pasaba. De nuevo se sintió menos hombre.

Y ahora no sabe qué hacer ¿Dónde ir, dónde escapar para probar su hombría que ya está desacreditada ante su siempre alerta consciencia? ¿Con quién refugiarse si ya está agotado el recurso de sacar un clavo con otro clavo? ¿Llamar a un amigo/a a quien ya le conoce las posibles palabras de reto y/o consuelo de memoria? ¿Llenar el organismo de alguna sustancia pseudo venenosa para  dormir la vocecita interior que no se calla nunca?

Y entonces se acuerda de que tiene un blog y de curioso lo revisa, rememora, se ríe, se sorprende al ver que tiene visitas hasta de tierras homófobas, como Rusia y la India y decide que la mejor descarga es, como siempre, escribir.