lunes, 11 de agosto de 2008

Universo Paralelo

Cuando yo era chico, vivía en un mundo paralelo.

Este mundo se caracterizaba, principalmente, por tener un horario bastante fijo y respetado, que si no era cumplido podía significar obtener cuartos o medias faltas o esperar media hora más en la parada del colectivo.

A pesar de que existían los libros y las revistas, las diversiones eran casi todas provenientes de un mismo medio, el cual contenía desde Pitufos, She-ra, Thundercats y Mazinger a Rock and Pepsi, Juana y sus Hermanas y, para qué negarlo, diversos productos creados por Cris Morena y Tinelli.

También se podía jugar al futbol en la canchita del barrio, visitar a la abuela o a los primos, andar en bici sin preocuparse por la transpiración, ir de campamento los fines de semana, etc.

En cuanto al sexo, existía la masturbación. Y nada más que eso.

Pero lo más importante de todo, es que en este universo no existían los gays. Quizás había algún que otro peluquero afeminado por ahí. Quizás algún personaje de la tercera generación de Robotech presentaba un aspecto andrógino. Quizás algún video de Madonna resultaba un poco inspirador.

Pero gays gays, no había.

Y un día, no sé qué pasó y caí en otro universo donde los horarios eran mucho más laxos y donde las diversiones provenían de una nueva caja boba, pero con CPU. La abuela y el fútbol no existían en este nuevo universo. La bici sí, aunque funcionaba sólo como elemento acumulador de polvo y la sola idea de ir en carpa a algún lado provocaba más rechazo que un blog sobre poesía lírica.

En cuanto al sexo, había de todo. Y mucho más que eso.

Pero lo más importante, es que en este universo todo era gay. Los amigos, las amigas, los novios, los amantes, los programas de TV, los cantantes, los actores, la música, los libros. Todo gay.

Al principio, claro, me sentía en mi salsa. Era como tener puestos unos lentes que te hacían ver todo rosa. Pero todo cansa y, después de un tiempo de vivir en este universo, quise encontrar algo que no fuera gay.

Y no pude.

Todo era gay, no había forma de encontrar un ápice de heterosexualidad.

Incluso algunas cosas que jamás se me hubiera ocurrido que podían ser gays, lo eran. Y lo que no lo era, lo parecía. Hasta mis padres, mis hermanos, mis amigos y amigas del cole, del barrio, de toda la vida, resultaban de pronto sospechosamente plumosos. ¡Hasta el cura que me dió la primera comunión y el profe de Música de 2 año que solfeaba con z de repente parecían unas locas totales!. Y lo más gracioso es que jamás se me hubiera ocurrido antes.

Para colmo, hay hasta un rechazo de lo "hetero", una especio de heterofobia que clama por espacios exclusivos para los gays, como boliches o afters.
Todos los fines de semana es lo mismo con mis amigos "-Che, ¿Vamos a Zen esta noche?", "-Ay no! Sho a ese lugar no voy más, se shena de heteros!!". Después, claro, terminamos yendo, pero la heterofobia está ahí. Incluso entre los gays que van acompañados de sus amigos/as supuestamente heteros.

Buscando heterosexualidad, me dirigí a donde creía que podría encontrarla, es decir, canchas de fútbol con futboleros bien machos, centrales de policías con canas mataputos, juzgados con respetables jueces y abogados, hospitales con médicos confiables y serenos, y, por supuesto, parroquias con santos y castos sacerdotes.

Todavía sigo buscando.

¿Dónde están los heterosexuales? En el otro universo, no había otra cosa que heteros. En este nuevo mundo, no hay un solo macho. Y lo peor es que el que dice serlo resulta más sospechoso todavía.

No digo que no haya homofóbicos. De hecho, quizás hay más aquí en el “universo paralelo gay” que en el hetero.

Pero esos machos machos, esos que no se comían ni la punta, parece que eran propios de aquel otro universo ochentoso-noventoso.

Claro que yo en esas décadas fui un niño y un adolescente. ¿Es el mundo el que se ha vuelto más permisivo con los gays o es uno el que se permite ver ciertas cosas y no otras?

Me cuesta aceptar que pueda ser lo segundo. Quiero creer que es el mundo el que ha cambiado y no uno el que se niega a mirar. Quiero creer que, si ahora todo parece gay, no es porque yo me asumí sino porque los yankees decretaron que la homosexualidad es rentable. Quiero creer que la responsabilidad no es individual y que le puedo echar la culpa de mi falta de visión a Menem, a la globalización, a la Coca Cola o a Cristina.

Sin embargo, tengo que admitir que, aún a mis 28 años, me produce cierta angustia ver a Lion-o metiéndosela a Pantro o al pitufo gruñon haciendo un 69 con pitufo bromista.

miércoles, 6 de agosto de 2008

La Loca y La Loba

Después de haber hablado de Ricardo Corazón de León y Guillermo Rufus, me siento como si tuviera una tarea incompleta, ya que, si de monarcas ingleses gays se trata, Eduardo II es sin duda el más gay de todos.

Y digo más gay porque, si bien tanto al Corazón de León como al rey rojo les gustaba "la carne de chancho", como gustan decir los cordobeses hoy, Ricardo destacaba por su virilidad militar y Rufo por su carácter medievalmente salvaje.

Eduardo II, en cambio, no dejaba lugar a dudas a nadie: era una loca hecha y derecha. Al verlo, uno pensaba que, si no hubiera sido rey, habría sido peluquero.

Y no es que Eduardo II careciera de atractivos. Era todo un Plantagenet, es decir, un rubio alto, de barba dorada y ojos azules, con cuerpo de atleta. Pero este gringote barbudo no pasaba su tiempo ni probando espadas, ni armando ejércitos, ni cazando ciervos, ni atorándose en banquetes de ochenta platos y vinos diferentes; prefería beber agua fresca saborizada levemente con miel y limón, probarse joyas y vestidos de todas clases, diseñar detalles de arquitectura para sus castillos, charlar sobre jardinería y disfrazarse con unos cuantos amigos íntimos para representar obras teatrales en sus habitaciones.

Si es cierto que en los juegos y pasatiempos es en donde los hombres muestran su verdadera personalidad, creo que no hace falta explicar más nada. Pero igual, una lista de reyes gays sin Eduardo II estaría gravemente incompleta. Por lo tanto, siento la urgencia de escribir sobre él.

Su vida transcurrió en una de las épocas más apasionantes de la historia, el siglo XIV, la época en que el feudalismo comenzó a caer a pedazos por toda Europa y en donde vivieron tantos personajes interesantes que no sé por dónde empezar. Así que, para no perderme, mejor empezar por el comienzo.

Eduardo II era hijo de Eduardo I, apodado Piernas Largas. El zancudo fue uno de los reyes más respetados y temidos de la historia inglesa. Participó heroicamente en una cruzada, conquistó de una vez por todas al país de Gales y dedicó casi todo su reinado a intentar hacer lo mismo con Escocia. Además, tuvo muchas hijas que lo adoraban y jamás le metió los cuernos a su primera esposa, Leonor De Castilla, una de las mujeres más virtuosas y aburridas de la historia. Lo más interesante que hizo esta reina en su vida fue acompañar a su esposo a la cruzada y salvarlo de la muerte al chupar el veneno de una herida de flecha que recibió él allí.

Es decir, Eduardo I y Leonor eran la pareja perfecta. Esposos ejemplares -es decir, sexualmente apáticos-, administradores sobrios -es decir, amarretes-, gobernantes justos -es decir, antisemitas- (Eduardo I hizo salir a todos los judíos de Inglaterra para que fueran ahogados en una playa desierta) y, por supuesto, reverendos católicos.

Con semejantes padres, difícil que uno no salga gay.

Eduardo II fue el único hijo varón de la muy feliz y católica pareja real. Nació justamente cuando su padre acababa de conquistar Gales, así que, a los pocos días de nacer, Eduardo II obtuvo el título de príncipe de Gales, que en adelante sería el título de todos los herederos de la corona inglesa. Poco después, su madre murió y Eduardo II tuvo que crecer solito con sus malcriadas hermanas mayores y, por supuesto, su zanquilargo padre.

De niño, Eduardito ya mostraba ciertas inclinaciones que desconcertaban a todos, como colocarse telas sobre la cabeza para simular que tenía el cabello largo "como el de una doncella" o robarse los collares, pendientes y sortijas de sus hermanas, sobre todo de Juana, futura reina de Escocia (y una loca total). A Eduardo, como a toda loca, le gustaba mucho mirarse al espejo, pero en su época sólo existían espejos pequeños, de manera que él y Juana decidieron una vez cubrir las paredes de una habitación con docenas de espejitos para poder verse desde diversos ángulos, provocando la ira del Piernas Largas, que los rompió uno por uno con el palo de una escoba.

Por supuesto, el Zanquilargo no iba a permitir que su hijo y heredero siguiera con esa conducta tan afeminada. Tenía que enderezarlo a como diera lugar, pero como él estaba muy ocupado para prestarle atención a su hijo, tomó la sabia decisión de colocarle un tutor bien rudo, viril y masculino que le quitara esos hábitos de doncella y le enseñara a ser un hombre. Y para asegurarse de que el tutor fuera realmente un machote con todas las letras decidió escogerlo entre los caballeros de menor alcurnia, de esos que sólo entendían de caballos y torneos y despreciaban la poesía, los vestidos y las ligerezas así.

El elegido fue Piers Gaveston, un joven caballero gascón bastante humilde pero con fama de ser un excelente jinete. El rey vió que Gaveston no era muy agraciado: era un morochote de aspecto ceñudo, con cejas muy espesas, músculos gruesos y mucho vello en el pecho. Siempre olía a caballos y cuero y, además, tenía cara de mataputos. Era precisamente el hombre que el Zanquilargo necesitaba para su hijo así que lo llevó a la corte para que fuera compañero de Eduardito que, a la sazón, era un tímido rubiecito de piel rosada atravesando la conflictiva etapa de la adolescencia. El principito tenía necesidad de compañía de algún hombre que se mostrara seguro de sí mismo ante él en esos días de confusión hormonal.



Fue amor a primera vista.


El gascón, apodado Perrot por Eduardito, no sólo era un perfecto modelo de virilidad masculina y una luz en la cama sino que tenía la personalidad más grosera que Eduardo conoció nunca. No cesaba de divertirlo. Usaba palabras que sólo se oían en las cocinas, agarraba el excremento de los caballos con las manos para tirarlo desde las almenas del castillo sobre cualquiera que pasara por ahí y le contaba a Eduardo sobre lo divertida que era la noche londinense en determinados antros cercanos al Támesis.

Pronto el primer príncipe de Gales comenzó a escaparse de la vigilancia de su padre para ir con Gaveston a esos sucuchos oscuros donde los ingleses más sucios y miserables de Londres no paraban de beber, gritar, reir y decir obscenidades de los burgueses, clérigos, nobles y, sobre todo, del temido Zanquilargo, que no parecía tan tremendo allí.

Eduardito comenzó a regalarle a Piersy todo lo que poseía (y lo que no poseía) por los inestimables servicios prestados. El caballero gascón que apenas sabía antes montar a caballo con una lanza se vió de golpe convertido en un hombre riquísimo y vió la perspectiva de ser el hombre más importante de Inglaterra cuando Eduardo subiera al trono, ya que él y Eduardo tenían un pequeño jueguito íntimo en el cual Eduardo se ponía una correa de caballo y hacía todo lo que su amo Piers le ordenaba, fuste (y lanza) en mano. Eduardo incluso se dejaba llamar Aethelnoth, un nombre sajón muy usado en la época para las yeguas, y a veces hasta lo hacían delante de Walter Reynolds, obispo de Worcester, y otros hombres a quienes también les divertía el jueguito.

Las cosas siguieron así hasta que Gaveston, habiendo descubierto su verdadera vocación (un taxi boy en plena edad media), comenzó a pedir más y más regalitos. Eddie, que ya estaba seco, cometió la torpeza de pedirle a su padre un condadito para su fiel amigo Gaveston. El Zanquilargo, que justo estaba en medio del kilombo escocés con William Wallace (el personaje de Mel Gibson en Corazón Valiente) casi explota de rabia y Gaveston fue desterrado de inmediato.

Por suerte para la parejita feliz, el Piernas Largas no vivió mucho más y apenas estiró la pata larga, Gaveston regresó a Inglaterra. Eduardo II no cabía en sí de felicidad y para demostrarlo hizo de su amigo conde Cornwall y lo casó con su sobrina Margarita de Clare, una de las herederas más ricas del reino.

Y acá hay que empezar a hablar de Isabel. No por nada el post se llama "La loca y la loba".

Isabel de Francia, hija de Felipe IV el Hermoso y Juana de Navarra, fue comprometida con Eduardo II cuando era una niña. Como iba a ser reina de Inglaterra, recibió una educación topissima para la época y a la tierna edad de 15 años hablaba 4 o 5 idiomas, conocía la historia de toda Europa (es decir, se sabía los nombres de todos los reyes) y prometía ser una hábil estadista.

Le enseñaron especialmente sobre Inglaterra, ya que sería su reino, y le hablaron de lo rubio y buen mozo que era su futuro esposo. Isabel se enamoró de él antes de verlo y cuando lo vió por primera vez en Boulogne, donde sería la boda, pensó que era la mujer más dichosa del mundo.

Pero apenas desembarcó con su marido en Inglaterra, apareció Gaveston para recibirlos. El gascón vestía más esplendorosamente que nadie y, tras saludar a la reina con apenas un gesto, tomó al rey del brazo y se lo llevó con él a sus habitaciones. Al día siguiente, Gaveston lucía todas las joyas que el padre de Isabel le había regalado a ella para su boda.

A la joven princesa le llevó un tiempo comprender porqué este caballero era tan apreciado por su marido, pero, cuando finalmente entendió, se sintió la mujer más humillada del mundo. Y de hecho, lo era, al menos en las cortes de Europa Occidental donde todos los nobles no hacían más que reirse de ella y su marido.

El tío de Isabel, Louis d' Evreux, sugirió a su sobrina que apelara al Papa y pidiera el divorcio, pero Isabel no estaba dispuesta a renunciar a la corona de Inglaterra, así que puso manos a la obra y obligó a Eduardo a dormir con ella para tener un heredero y asegurar su corona. Sin embargo, como Eduardo mucho no se excitaba con ella (a pesar de que la llamaban La Bella), tenían que llamar a Gaveston para que el rey se acariciara y franeleara un poco con su favorito con el fin de lograr una erección. A Isabel le desagradaba muchísimo esto pero Viagra no había, así que no tenía otra.

Finalmente, la reina de Inglaterra consiguió quedar embarazada y optó por no tocar nunca el tema de la homosexualidad y dedicarse a bordar y leer novelas de caballeros andantes durante algunos años mientras esperaba la caída de Gaveston.

Esta no podía tardar mucho porque los barones ingleses lo odiaban ya que solía burlarse de todos ellos y ponerles apodos que divertían al pueblo. Al conde de Warwick, por ejemplo, le decía Perro Rabioso porque tenía el tic de escupir al hablar mientras que al de Lincoln lo llamaba Barriga Reventada porque no había armadura que le entrara. A los ingleses de la época les parecían muy ingeniosos esos apodos y se desternillaban de risa en las tabernas llamando así a los nobles. El humor inglés nunca cambió.

Pero volviendo al tema, Gaveston sabía que se le venía la noche. Eduardo II fue obligado por sus barones a desterrarlo dos veces y las dos veces el morochote volvió hasta que finalmente fue asediado por el conde de Pembroke en la villa de Scarborough. Gaveston se entregó pacíficamente a Pembroke a cambio de la promesa de ser llevado a un juicio imparcial. Pembroke aceptó y dió su palabra de honor, pero el Perro Rabioso de Warwick le robó a su prisionero y lo hizo asesinar en una colina por sus soldados.

Todo el mundo creyó entonces que Eduardo II regresaría a la normalidad y se dedicaría a ser un rey y esposo ejemplar, como lo había sido su padre. Pero no fue así. Tras la muerte de Gaveston, el rey se transformó en una loca irritante. Maltrataba a Isabel e injuriaba a sus nobles siempre que podía, ya que los consideraba responsables de la muerte de su querido Piers. Al único que trataba bien era a Hugh Despenser el Viejo, porque tenía un simpático hijo llamado Hugh Despenser el Joven, el cual le hacía recordar a Eduardo su propia infancia y adolescencia, ya que Hugh el Joven también solía usar demasiadas joyas y telas caras en su atuendo.

Hugh Despenser el Joven era flaaaaaaco flaco flaco. Tenía la piel blanca y lampiña, rasgos agudos y el cabello castaño (y planchadito). Además, era tan refinado y sutil que hasta las mujeres de la corte parecían camioneros a su lado. No soportaba un solo desaliño en su arreglo personal y vivía sacudiendo sus mangas porque siempre las creía cubiertas de polvo (y seguramente lo estaban).

Es decir, era todo lo contrario a Gaveston, salvo en una cosa: adoraba que le hicieran regalos costosos. Pronto Huguito empezó a recibir de su rey todo tipo de presentes y mucho más extravagantes que los que recibiera Gaveston, ya que ahora el rey estaba un poco más viejo y Huguito parecía un bebé. Además, tenía mucho mejor ojo que Gaveston para las telas de calidad y las buenas joyas, así que había que tener mucho cuidado con lo que se elegía para él.

Algunos de sus presentes fueron tapices, telas, joyas y libros pertenecientes a Isabel, quien ahora hasta extrañaba a Gaveston ya que, si al gascón le eran indiferentes las mujeres, el Despenser las odiaba con toda su alma, sobre todo si eran princesas. Para colmo, la esposa de Huguito Despenser estaba tan contenta con la encumbrada posición de su marido ante el rey que se daba aires de ser la verdadera reina, lo cual exasperaba aún más a la humillada princesa francesa.

Las cosas tenían que cambiar…

La Loca y La Loba (continuación)

Ante tanta infelicidad conyugal y aberrante humillación, la reina Isabel hizo lo que toda mujer en esas circunstancias haría: dedicarse a arruinarles la felicidad conyugal a los demás.

Como en Inglaterra no tenía mucho poder, dirigió sus esfuerzos hacia Francia, su patria. Allí, sus tres hermanos varones estaban felizmente casados con las hijas de Borgoña, tanto el ducado como el condado, con lo cual se había logrado la unidad del reino francés, convirtiéndolo en el más poderoso de la época.

Isabel siempre había detestado a Margarita de Borgoña, su cuñada, la cual no era una belleza pero tenía algo especial en sus ojos o en su mirar que hacía que los hombres se voltearan a mirarla. Es decir, tenía una cara de turra bárbara. Y en efecto lo era, tal como Isabel descubrió ayudada por su primo Roberto d’Artois, un grandote pedante e insoportable que también odiaba a las borgoñonas porque le habían robado su condado de Artois.

Roberto e Isabel tramaron un complot para revelar que tanto Margarita de Borgoña, casada con Luis el Turbulento, heredero del trono francés, como su prima Blanca, casada con Carlos el Ganzo, (hermano de Luis), tenían de amantes a Felipe y Gualterio d’Aunay, dos gallardos escuderos de Felipe el Largo (el otro hermano).

Margarita y Blanca de Borgoña, que tenían 19 y 17 años de edad, fueron descubiertas en su perfidia por culpa de unas escarcelas enviadas por Isabel que ellas habían luego regalado a sus amantes. Las dos princesas fueron encerradas en Chateau Gaillard para siempre no sin antes ser obligadas a presenciar el suplicio de sus amantes. Felipe y Gualterio fueron torturados y castrados en plaza pública por los mismos verdugos que se encargaron de torturar a los jefes de la orden de los Caballeros Templarios, quemados vivos unos pocos meses antes.

Una escena también muy dramática fue la que hizo Margarita antes de ser llevada cautiva. Delante de toda la nobleza francesa le gritó a Isabel que al menos ella y Blanca sí habían disfrutado el placer de estar con un hombre mientras que Isabel era una cornuda, una envidiosa y una frígida y que por eso su marido prefería a los hombres.

Obviamente, Eduardo prefería a los hombres porque le gustaba la p*ja, pero Isabel se tomó tan a pecho esos insultos que empalideció de muerte y se volvió a Londres con una buena provisión de libros de caballería.

Margarita murió asesinada en Chateau Gaillard un año después y Blanca vivió unos 10 años más pero totalmente demente.

Esta “pequeña maldad” de Isabel y Roberto no sólo costaría la vida de las dos princesas y desintegraría el reino francés, dejando a sus hermanos como cornudos ante toda Europa, sino que sería el primer paso hacia la guerra de los Cien Años. Pero, por el momento, los primitos sólo querían vengarse.

Isabel se deleitaba pensando en que había castigado a dos pecadoras que infamaban a la corona francesa, además que de paso castigaba quienes se permitían un pecado que ella no podía cometer. O, al menos, eso creía ella hasta que conoció a Roger de Mortimer.

Mortimer era un barón de Wingmore que había estado preso en la Torre de Londres por sublevarse contra Eduardo II y había conseguido escapar a Francia donde vivía como exiliado.

Era el año 1325, y en la barrosa París medieval, se conoció con la reina Isabel, quien había ido a visitar a su hermano. Isabel tenía ya alrededor de 30 años y una calentura tremenda ya que sólo había tenido sexo con un gay que necesitaba franelear con otro para excitarse. Mortimer era un hombre moreno, alto y musculoso, casi tanto como Roberto d’Artois, cuyas descripciones en las crónicas parecen las de un rugbier pesadote y torpe. Además, había jurado vengarse de Eduardo II y eso era lo que Isabel más deseaba, después de una buena cama.

No hacía falta mucho más que eso para que se enredaran entre las sábanas de la habitación que Isabel tenía en el Louvre. Allí decidieron invadir Inglaterra y deponer a la loca de Eduardo y comenzaron a mostrarse en público como amantes.

Isabel y Mortimer se convirtieron en la pareja más envidiada aquel verano en París, ya que ella era la dama en apuros y él, el caballero salvador. Como unos nuevos Ginebra y Lancelot, inspiraban a todos los romanticones y romanticonas de siempre. Las mujeres copiaban las trenzas en asa y el colorete de la reina de Inglaterra y los hombres la vestimenta negra y la actitud sobria del barón de Wingmore.

Por esa época ya reinaba en Francia Carlos el Ganso, quien detestaba a su hermana por haberlo hecho quedar como un cornudo, así que pronto les retiró su apoyo y los enamorados tuvieron que huir hacia Holanda, ayudados por Roberto d’Artois. Allí, el conde Guillermo Hainault decidió darles un ejército a cambio de casar a su hija Felipa (quien no sólo tenía ese horrible nombre sino que era una horrible gorda pelirroja llena de granos y pecas), con el hijo de Isabel, futuro Eduardo III, quien se había enamorado de la gorda apenas la vió (y nadie -ni Felipa- comprendió nunca porqué).

Isabel y Mortimer desembarcaron en Inglaterra en 1326 y no tuvieron necesidad de usar su ejército para deponer a Eduardo ya que la loca se había hecho tan impopular en el reino que todos los nobles lo abandonaron. La reina y su amante tomaron el reino y se nombraron regentes en nombre del hijo de Isabel. Eduardo II tuvo que huir con su amante y ocultarse pero finalmente los hombres de Mortimer lo encontraron y los hicieron prisioneros.

Isabel quiso estar presente en la ejecución de Huguito Despenser, quien fue despellejado, enrodado, castrado, decapitado y, finalmente, despedazado por cuatro caballos. Según dicen, Isabel se rió a carcajadas durante toda la divertida función mostrando sus dientes blancos, los cuales llamaban mucho la atención ya que en la Edad Media la mayoría de la gente tenía los dientes marrones, negros o amarillos (no habían cepillos de dientes, así que masticaban madera porque, por alguna razón, creían que éso los limpiaba). Aquellos dientes y aquella crueldad le valieron el apodo de La Loba de Francia, con el que pasó a la historia.

Tras la muerte de su amante, Eduardo II, prisionero de Mortimer, fue llevado de castillo en castillo para evitar que fuera rescatado. Mortimer quería asesinar al rey pero no quería cargar con la responsabilidad, por lo tanto pidió a los carceleros de Eduardo que idearan un método de asesinato que no dejara marcas de manera que pareciera una muerte natural.

La idea se le ocurrió a uno de los carceleros, un tal Ogle, que era nada menos que peluquero (barbero, para la época). Eduardo fue atado boca abajo y con las piernas abiertas sobre una enorme tabla. Por su recto introdujeron un cuerno de cabra hueco y, por dentro de éste, una espada al rojo vivo.
Algunos historiadores afirman que esto no fue cierto, y que murió sofocado o que incluso se escapó y vivió 14 años en el exilio. La cuestión es que la versión del hierro al rojo vivo siempre fue la más aceptada, quizás por ser tan grotescamente novelera. Además, todos sabemos que el gay por la cola muere.

Así terminó sus días este rey gay, que tenía unos 43 años al morir. Nunca fue muy feliz, al parecer, sobre todo porque no le dejaron tener lo que quiso, aunque eso le pasa a todo el mundo. Se ha dicho de él que no le importaba el protocolo y la majestad real, prefería hacerse el despreocupado y de maneras sueltas. Yo creo que lo que le desagradaba era tener que mandar y dar órdenes, precisamente porque estaba obligado a hacerlo. Sigo pensando que, como peluquero, hubiera sido más feliz.

En cuanto a Isabel, después de un triunfo tan total le ocurrió lo que suele pasar con la gente que nunca tuvo poder y lo obtiene de golpe: se le subió a la cabeza y empezó, junto con Mortimer, a abusar del poder como nadie lo había hecho desde Juan Sin Tierra.

Mortimer y la Loba se apoderaron de extensas propiedades por todo el reino e hicieron asesinar a todos los que se les oponían.

Finalmente, Eduardo III, que tenía 17 años y ya era padre de su primer hijo con la gorda Felipa, se hartó de ser gobernado por su madre y el amante de ésta, convocó a algunos nobles descontentos, agarró un hacha, partió en dos la puerta de las habitaciones de Mortimer y lo hizo apresar.

Mortimer volvió a la Torre de Londres, al mismo calabozo del que se había escapado. Fue condenado sin juicio y colgado como un traidor en Tyburn. Suertes parecidas corrieron los asesinos de Eduardo II, especialmente Ogle, a quien Eduardo III detestaba más que a nadie.

La Loba de Francia fue recluida en un castillo por su propio hijo quien, durante los siguientes 28 años, la visitó únicamente para navidad. Isabel murió en su "cautiverio", totalmente retirada de la vida pública, a los 67 años. Pero incluso retirada, siguió siendo causa de kilombos, ya que su hijo, Eduardo III, reclamó el trono de Francia para él en nombre de ella, la única hija sobreviviente de Felipe IV el Hermoso y este reclamo fue el detonante final de la guerra de los Cien Años.

Por otro lado, el trono de Francia había quedado vacante principalmente gracias a todo el kilombo que se armó con la reclusión de Margarita de Borgoña, hecho del que Isabel fue la principal responsable. Más tarde, su nieto, el famoso Príncipe Negro, se entendería muy bien con el famoso Carlos el Malo, nieto de Margarita de Borgoña durante la guerra de los Cien Años. Paradojas históricas.

Al día de hoy, existen historiadores que buscan y rebuscan las causas más rebuscadas, estructurales y coyunturales, de la guerra de los Cien Años. Desde la influencia de las glaciaciones en las cosechas hasta la crisis general del feudalismo en el siglo XIV, buscan la manera de evitar decir que la guerra fue resultado de un conflicto dinástico.

Sin embargo, nada de eso quita que todo el kilombo entre Francia e Inglaterra durante el siglo XIV y el XV se armó porque una princesa francesa fue casada con un gay y no quiso tolerar esa situación.

Nunca me canso de decirlo, los gays que se casan siempre traen desgracias.

Pero lo más más más paradójico y encantador de esta historia, es que todo el despelote de la guerra de los Cien Años, comenzado por una loca y una mina celosa, fue solucionado por una torta. ¡Los gays tenemos más protagonismo en la historia que el que nos quieren reconocer!

En pleno Siglo XV, Juana de Arco aprovechó la guerra de los Cien Años, se rapó la cabeza, se vistió como hombre y salió a matar ingleses en su caballo hasta que los descendientes de Margarita de Borgoña la condenaron a la hoguera por bruja. Pero la torta ya había puesto todo en orden y la guerra terminó.

Esta guerra fue más terrible de lo que comúnmente se cree ya que se vió agravada por la peste negra y las hambrunas constantes. Inglaterra acabó exhausta y su nobleza dividida en dos y Francia terminó devastada y convertida en un verdadero cementerio.

Y, por supuesto, la torta se quemó toda.

La vida de Eduardo e Isabel ha sido llevada al cine, al teatro y a la literatura varias veces y por diferentes autores. Hay una película que se llama Eduardo II que hace mucho ví hasta la mitad porque me aburrió. Tiene toda la pinta de ser de esas películas europeas pretenciosas, pero quizás la vea de nuevo. En Inglaterra hay un famoso ballet que incluye la escena de la muerte del rey. No sé cómo será, pero el ballet me aburre aún más.

La película que sí me gustó es Corazón Valiente, aunque más no sea por lo bien hecha visualmente y por la actuación de Sophie Marceau en el papel de Isabel.

No tiene rigor histórico ya que involucran a Isabel con William Wallace, un héroe escocés que murió cuando Isabel tenía alrededor de 12 años. Sin embargo, los personajes están muy bien construidos y la escena final entre ella y el Zanquilargo es genial.

Pero nada se compara a Los Reyes Malditos, de Maurice Druon. Siete novelas históricas que, cuentan esta historia y mucho más. Realmente, muy recomendables.

domingo, 3 de agosto de 2008

Charla de Lokas (via msn)

Yo: Hola, pedazo de perra ¿qué hacés?

Él: Ay, hola Rubio ¿qué hacés?

Yo: Eso te pregunté sho, pelotuda.

Él: Ay, bueno, estás mala hoy...¿La tintura subió de precio de nuevo?.

Yo: No estoy mala, vos estás boluda, como siempre.

Él: Ay, jajaja, no me jodás ke estoy mal...

Yo: ¿Por? ¿Qué te pasó?

Él: Nada, boludeces.

Yo: Contáme...igual me voy a enterar...sino por vos, por otra.

Él: Mirá, te cuento, pero no me hagás un solo chiste...anoche estuve en Zen y lo ví a Joaquín. Estaba con sus amigos. No me saludó.

Yo: ¿Te vió? Mirá que la luz negra no resalta ciertas pieles...

Él: Wacha askerosa, no te cuento nada. Chau.

Yo: Ok, dame un seg, apago a la loca mala y prendo mi Luisa Delfino interior...

Él: Jajaj, ok, ok.

Yo: Ok, te escucho....En serio te lo pregunto ¿Te vió o no?

Él: ¡Obvio que me vió! Si me re miró y yo lo iba a saludar y me volteó la cara.

Yo: ¿Y qué tiene?

Él: Que me revienta.

Yo: Y capaz que no tenía ganas de saludarte...a mí también me pasa no tener ganas de saludar.

Él: Ay, calláte, pelotuda....te estoy hablando en serio.

Yo: ¡Y yo también!

Él: No, lo que pasa es que estaba con sus amigos del trabajo y si me saluda delante de ellos se van a dar cuenta de que es gay.

Yo: ¿Es gay?

Él: ¡Y sí, boluda! Estuvo conmigo. Él dice que no es gay, pero sí lo es.

Yo: Y bueno, entonces, según él, no es gay.

Él: Pero sí lo es.

Yo: ¿Porqué?

Él: Porque cogió conmigo.

Yo: Pero eso no lo hace gay...

Él: Ay, ¿cómo que no? O sea, Rubio, yo soy hombre y él es hombre. Tuvimos sexo. Eso es una relación homosexual. Por ende, es gay...y yo también.

Yo: Tener una relación sexual con otro hombre no te hace gay.

Él: Ay, te vas a a poner de su parte para joderme a mí.

Yo: No, sólo trato de pensar cómo ve la cosa él.

Él: ¡Y vos lo sabés mejor que yo, seguro!

Yo: No sé. Vos estuviste con él. Yo, no. Vos habrás notado cosas que yo no puedo ver. Pero, para mí, no es gay sólo por haberte cogido a vos.

Él: Ay, cómo podés ser tan imbécil, Rubio. Si un hombre coge con otro hombre, es HO-MO-SEX-XUAL. ¡Entendélo! HOMOSESSSUAL!!! A BIG HOMO!!!

Yo: Entonces, ¿si yo cojo con una mina soy hetero?

Él: ¡Y claro!

Yo: Buéh! Mejor probemos otra: Si un tipo viola a otro tipo, ¿lo vuelve gay?

Él: ¡Y claro, boludo!

Yo: Pero a un tipo que le gustan las minas lo pueden violar y después le pueden seguir gustando las mujeres ¿O no?

Él: ¿Qué tiene que ver? Yo te estoy diciendo que si dos tipos cogen, son homosexuales.

Yo: Y yo te digo que no es así...que si un tipo se coge a otro no por eso se convierte en gay. Y el otro tampoco.

Él: Bueno, para mí sí. Porque si un tipo se coge a otro es por algo.
Ok, tenés razón en que un tipo hetero al que lo violan no se convierte en homosexual porque lo violen...quizás lo puede traumar, no sé...Pero el violador sí es homosexual. ¿O porqué te creés que se lo cogió sino?

Yo: Para sacarse la leche, quizás.

Él: ¡Y bueno! ¿Porqué con un tipo y no con una mina? Porque es gay!!!

Yo: O porque era más accesible un tipo que una mina justo en ese momento.

Él: Ay, perra tonta!!me volvés loca!! Si un tipo elige coger a otro tipo, es homosexual. No hay vuelta en eso. Yo te acepté que un tipo violado puede no ser gay. Vos aceptáme que el violador sí lo es.

Yo: No, porque el violador quizás piensa como Joaquín.

Él: ¿Cómo?

Yo: Quizás un violador, al igual que Joaquín en Zen, lo único que quiere es sacarse la leche y lo único que encuentra es otro tipo.
Es más o menos lo mismo que pasa en las cárceles, o en los monasterios, ejércitos, etc. Sólo que no hay luces rítmicas ni Britney a todo volumen.

Él: O sea que vos decís que Joaquín está conmigo sólo porque no puede estar con una mina.

Yo: No, yo digo que Joaquín cogió con vos una vez porque justo esa vez no encontró nada mejor ni más fácil.

Él: O sea, me estás diciendo que soy un regalado.

Yo: Con Joaquín, sí. Lo sos.

Él: Pero él podría haber elegido no coger conmigo.

Yo: Pero eligió coger con vos.

Él: Ahh!!!! ves??? Entonces, es homosexual. Porque eligió coger conmigo. Vos mismo lo dijiste.

Yo: Porque él sabía que vos estabas detrás de él. Entonces no le costaba nada sacarse la leche con vos.

Él: ¿Y qué? Podría elegir no coger conmigo y hacerse una paja. Si eligió coger conmigo es porque le gustan los hombres, si no, ni consideraría la posibilidad.

Yo: Quizás él cree que cogerte a vos es lo mismo que hacerse una paja, nada más que con más saliva.

Él: Primero: Sos un atrevido, no podés decirme eso.
Segundo: No es lo mismo coger conmigo que hacerse una paja, que te quede claro.
Tercero: Joaquín es GAYYYY!!!

Yo: No quiero decir que vos seas malo en la cama, tarado. Quiero decir que PARA ÉL es mejor coger con vos que hacerse una paja.

Él: Sos un imbécil. Te contradecís todo el tiempo. Joaquín es gay y punto. Que no lo quiera asumir es otro tema. Y basta, me hartaste con este tema.

Yo: Ok, mirá, vayamos al grano. Vos a él sólo se la chupás y dejás que te la meta. Él a vos no te la chupa ni se deja penetrar.

Él: ¿Qué tiene que ver?

Yo: Eso, para él, debe ser más cómodo y lindo que hacerse una paja. Y además, no implica hacer nada que no hace con una mina.

Él: ¿Y?...sigue siendo gay. Elige estar conmigo, que soy un HOMBRE y no una mujer en vez de hacerse una paja. Por algo será.

Yo: Lo que te estoy tratando de decir, no te ofendás, es que te está usando de agujero para sacarse la leche. Para él, vos no sos un HOMBRE, sos algo así como un muñeco inflable de carne que también la chupa.

Él: ¿O sea que, según vos, los activos no son gays?

Yo: Yo diría que sí lo son, pero Joaquín quizás cree que no.

Él: Y bueno, entonces, él está confundido. Es gay pero no se acepta. ¡Pero es gay!!!

Yo: Según vos, sí; pero según él, no.

Él: Porque es un traumado.

Yo: ¿Lo que a vos te molesta es que no te haya saludado o que no se asuma como gay?

Él: Las dos cosas. Pero tienen que ver una con otra.

Yo: Seguro, pero antes, cuando te daba bola, no te molestaba que no se asumiera como gay. Ahora que no te saludó, te empezó a molestar.

Él: Y sí, porque como no se asume, no me saluda. No quiere que lo vean conmigo.

Yo: Para mí, no te saluda porque ya está pensando en el siguiente agujero donde la va a poner y jamás se detiene a preguntarse o reflexionar sobre su sexualidad. Quizás en el momento en que está con sus amigos se le ocurre "que no me vean con esta loca". Pero no creo que pase de eso.

Él: Pero entonces, vos también pensás que Joaquín es gay, sólo que no reflexiona sobre eso.

Yo: Te digo la verdad, nunca me puse a pensar si Joaquín es gay o no, no me interesa su sexualidad ni su nivel de reflexión personal. Más me interesás vos, que sos mi amigo y veo que te estás enamorando de un tipo que no te valora y te usa.

Él: Ay, nada que ver, Rubio, nada que ver. No me estoy enamorando. Simplemente me revienta la histeria de no saludar a alguien cuando lo ves en el boliche. Y en eso, Joaquín es tan gay como todas las locas que hacen lo mismo.

Yo: Entonces te estás quejando de una cuestión protocolar: Saludar o no saludar, esa es la cuestión. Si me saluda, todo bien, si no, es una loca histérica. Mientras te daba bola, jamás te escuché decir que Joaquín era gay o una loca histérica. Ahora que no te da bola, es un gay traumado, no asumido e histérico como cualquier otra loca.

Él: Siempre me molestó que no se asumiera. Ahora me jode más porque eso lleva a que no me salude.

Yo: Para mí no te saluda porque quiere coger con otro y punto.

Él: Bueno, eso también me molesta.

Yo: Además no digás que siempre te molestó que no se asumiera porque precisamente lo que te gustaba de él es que era "hetero". Vos mismo lo decías.

Él: Ay, no seas pavo. Vos sabés bien cómo es. Yo sabía que él no era hetero, decía que era hetero refiriéndome a que no parecía gay, que no era una loca que soltaba plumas.

Yo: Sí, y eso era lo que te gustaba de él. Por lo tanto, no digás que te molestaba.

Él: Me gustaba y me molestaba a la vez. Me gustaba que fuera machito pero no que no se asumiera.

Yo: Y bueno, nadie es perfecto. La próxima vez buscáte un machito lo suficientemente machito para asumirse como gay.

Él: De ésos no hay..............Además, quiero a mi Joaquín!!!

Yo: Ves que estás enamorada...parecés Andrea del Boca, pero más oscurita.

Él: ¿Se apagó la Luisa Delfino?

Yo: No, la loca mala quería aportar un leve comentario.

Él: Me cae mejor la loca mala.

Yo: La tendrás forever.

Él: Lo sé, es más fuerte que vos.

Yo: ¿Y la Luisa porqué te cae mal? ¿Te dice cosas feas? ¿Te hace pensar lo que no querés?

Él: Me dice cosas re feas. Me dice regalada...agujero...

Yo: Luisa piensa que lo sos...con Joaquín. Yo pienso que valés mucho y no te merecés estar mal por un tipo que sólo le interesa ponerla.

Él: No estoy mal.

Yo: Revisá la conversación, empezaste diciendo "estoy mal".

Él: Bueeeeeno!! Pero tampoco estoy taaaan mal. Te digo que me revienta que no me saluden. Nada más.

Yo: ¿Saluden con n? O sea, ¿que no te salude Joaquín es lo mismo a que no te salude Pablo o Esteban?

Él: Ok, no es lo mismo. ¿Qué querés que diga?

Yo: Nada, nomás me pregunto hasta qué punto estás enganchado con Joaquín.

Él: No sé...¿qué te importa a vos? Si quiero engancharme con él, me engancho.

Yo: Me importa saber si estás enamorado de alguien, sea Joaquín o no (la loca chismosa interior siempre quiere saberlo) y me importa entender porqué elegís estar con un tipo que no te valora y te usa. Me intriga saber si sos un masoquista emocional.

Él: Jajajaja, calláte tarado. No soy masoquista.

Yo: Pero un tipo que no te da bola y mantiene la distancia te engancha y los que te dan bola y son accesibles te provocan rechazo.

Él: Y sí, siempre es así. ¿O a vos no te pasa?

Yo: Casi siempre. Pero yo soy un masoquista emocional consciente de serlo y vos lo negás.

Él: Quizás me una a tu club pronto. Todos los tipos que me gustan son así. El que me da bola lo mando a la mierda, el que no, me engancha.

Yo: Es porque sos una escaladora. Te gusta la lucha y lo difícil. Sos una burguesa total. Querés vencer los obstáculos por tu propio esfuerzo.

Él: Jajaja, no, Rubio, tu análisis falla. Le falta un toque humanista.

Yo: ¿En qué?

Él: En que los tipos que me enganchan son los que la ponen bien. Más que burguesa soy prostituta, jajaja.

Yo: Mmmm ¿Alguna vez hubo alguno que te la pusiera bien y no te enganchara?

Él: Mmm, sí. Puede ser...hubo.

Yo: Entonces, sos más burguesa que prostituta. Tu papá estaría orgulloso. Su hijito llegará lejos.

Él: Lo está, querida. No lo dudes. Más lejos que yo no ha llegado nadie...pero no te voy a aclarar si me refiero al rubro burgués o al otro.

Yo: No necesito que me lo aclares, kerida. Se cae de maduro.

Él: Perra.

Yo: ¿Eso significa que no estoy invitado a tu boda con Joaquín?

Él: Mirá, si algún día me quiero casar con Joaquín, te autorizo a que me destruyas las cutículas.

Yo: Más de lo que ya están??...Pero te tomo la palabra.

Él: Publicálo en tu blog.

Yo: Quedará publicado, la blogosfera será testigo de que tu boda con Joaquín implicaría perder tu capacidad de arañar.

Él: Yo no araño.

Yo: ...

Él: Eso no estás autorizado a publicarlo. Lo de Joaquín, sí. No me importa.

Yo: Ahora te hacés la superada. Bien, bien, no te preocupes. Ya volverá a ser Domingo a la madrugada en Zen o en el Beep y aparecerá otro chongo perdedor con aliento a cerveza y ganas de eyacular.

Él: Sos un asco.

Yo: Yo no soy el que se los come, kerida.

Él: Y Joaquín no es ningún perdedor.

Yo: Pero a esa hora tiene aliento a cerveza y está desesperado por un hoyo, sea cual sea.

Él: Eso no lo hace perdedor.

Yo: Quizás éso no, pero convengamos que no es un ganador tampoco...me pregunto cómo hará cuando sea tan gordo y feo que ni los gays le den bola. Supongo que tendrá que pelar la billetera.

Él: Ahí estaré yo, jajaaj.

Yo: Pero a vos no te va a pagar, más bien te va a pedir plata.

Él: Yo voy a estar divino y él va a estar gordo y feo.

Yo: Y no vas a querer estar con él.

Él: Exacto, y tendré mi sabrosamente dulce venganza.

Yo: Qué pavote sos, él no te hizo nada, no tenés porqué vengarte. Está viviendo su vida, cogiendo todo lo que puede como haría cualquier ser humano madianamente normal. ¿Porqué guardarle rencor? Vos en cierta forma hacés lo mismo, sólo que con la cola y la boca.

Él: Pero él no se fija en lo que causa en los demás. No se fija que puede herir a alguien.

Yo: Vos tampoco lo hacés. Nadie lo hace.

Él: Que nadie lo haga no significa que esté bien.

Yo: No, significa que es lo normal. Que esté bien o mal es otra cosa.

Él: Bueno, vos estás de su lado, obviamente. Todo por joderme a mí, mala amiga.

Yo: Estoy del tuyo, por eso quiero hacerte entender que él no piensa en vos como en una persona sino como en un levante más. ¿Entendés? Y mientras él imagina qué otro tipo/mina/trava se va a coger vos te estás imaginando casada con él en un depto de alta cba con patio, perro y autito en la cochera de en frente.

Él: Vos no sabés lo que piensa Joaquín, Rubio. No sos Dios.

Yo: Hasta ahora, me parece que sus actos confirman todo lo que digo sobre él...No importa si es gay o no. Lo que importa es que a él no le importa. No le importa lastimarte.

Él: Sí, eso lo sé bien.

Yo: Entonces no esperés nada de él. No esperés que se asuma ni que te salude en el boliche.

Él: Ok, listo, entonces la culpa la tengo yo. Él es inocente. Me puede basurear lo que quiera.

Yo: No te basureó. Date cuenta que no es con vos la cosa. Te repito: él está buscando otro agujero, el tuyo ya lo probó.

Él: Si eso es verdad, tendría que sentirme peor.

Yo: ¿Por?

Él: Porque entonces sería que me usó y me tiró. Me convirtió en una pieza descartable. No me gusta que me rechacen. ¿Entendés? Me hace sentir poca cosa.

Yo: ¿Te convirtió o vos te dejaste convertir? Éso es lo que para mí deberías cuestionarte. Además, no te rechazó. Te probó y sigue buscando. Si no te hubiera probado te hubiera rechazado. Si te probó es porque algo en vos le gustó pero él está más interesado en conocer más gente que en quedarse a conocer a una sola persona.

Él: ¿Y hasta cuándo va a seguir así?

Yo: Eso es asunto de él, no tuyo.

Él: Va a llegar el día, como vos decís, que no le van a dar más bola y entonces se va a dar cuenta que está solo.

Yo: ¿Y?

Él: Y nada. Que es un boludo.

Yo: Peor sería que llegara un día en que pensara "no cogí todo lo que pude". Porque el pasado (y la juventud) no vuelve.

Él: Seguí justificándolo. Se va a quedar solo. Yo sé como piensa él. Va a sufrir muchísimo cuando sea viejo y vea que no construyó nada con nadie.

Yo: ¿Y eso te consuela? Mal de muchos, consuelo de tontos.

Él: No, sólo me parece justo que sea así. Yo sé que va a sufrir cuando llegue a eso. Yo lo conozco, vos no.

Yo: Entonces es un tarado. ¿Cómo te puede gustar un tipo así?

Él: Coge bien.

Yo: No será el único en el mundo que coge bien.

Él: Ojalá que no.

Yo: Coge bien porque te la pone y no piensa en vos sino en su propia necesidad. Te calienta eso. Te calienta que un tipo esté caliente y quiera sacarse la leche. Te usa de agujero. Conclusión: Sos masoquista y no sólo emocional sino sexual.

Él: Andáte a la reconchadelalora con tu masoquismo.

Yo: Ok, me voy. Ya me diste ganas de ir a Zen el próximo finde. Besitos. Y cuando te cases con Joaquín ya sabés qué regalarle cuando te duela la cabeza: un muñeco inflable.

Él: Perra bastarda, hija de la re mil p*etc etc etc.

Yo: Aunque no sé cómo harán para casarse porque seguro que no querrá que ni el juez ni el curita lo vean al lado de una loca como vos.

Él: Perra, zorra, sucia, x*&7·4%)·!!!

Yo: Bye, amor. Ya se te saltó la india puteadora. Te veo por ahí.

Él: (siguió puteando)