miércoles, 6 de agosto de 2008

La Loca y La Loba (continuación)

Ante tanta infelicidad conyugal y aberrante humillación, la reina Isabel hizo lo que toda mujer en esas circunstancias haría: dedicarse a arruinarles la felicidad conyugal a los demás.

Como en Inglaterra no tenía mucho poder, dirigió sus esfuerzos hacia Francia, su patria. Allí, sus tres hermanos varones estaban felizmente casados con las hijas de Borgoña, tanto el ducado como el condado, con lo cual se había logrado la unidad del reino francés, convirtiéndolo en el más poderoso de la época.

Isabel siempre había detestado a Margarita de Borgoña, su cuñada, la cual no era una belleza pero tenía algo especial en sus ojos o en su mirar que hacía que los hombres se voltearan a mirarla. Es decir, tenía una cara de turra bárbara. Y en efecto lo era, tal como Isabel descubrió ayudada por su primo Roberto d’Artois, un grandote pedante e insoportable que también odiaba a las borgoñonas porque le habían robado su condado de Artois.

Roberto e Isabel tramaron un complot para revelar que tanto Margarita de Borgoña, casada con Luis el Turbulento, heredero del trono francés, como su prima Blanca, casada con Carlos el Ganzo, (hermano de Luis), tenían de amantes a Felipe y Gualterio d’Aunay, dos gallardos escuderos de Felipe el Largo (el otro hermano).

Margarita y Blanca de Borgoña, que tenían 19 y 17 años de edad, fueron descubiertas en su perfidia por culpa de unas escarcelas enviadas por Isabel que ellas habían luego regalado a sus amantes. Las dos princesas fueron encerradas en Chateau Gaillard para siempre no sin antes ser obligadas a presenciar el suplicio de sus amantes. Felipe y Gualterio fueron torturados y castrados en plaza pública por los mismos verdugos que se encargaron de torturar a los jefes de la orden de los Caballeros Templarios, quemados vivos unos pocos meses antes.

Una escena también muy dramática fue la que hizo Margarita antes de ser llevada cautiva. Delante de toda la nobleza francesa le gritó a Isabel que al menos ella y Blanca sí habían disfrutado el placer de estar con un hombre mientras que Isabel era una cornuda, una envidiosa y una frígida y que por eso su marido prefería a los hombres.

Obviamente, Eduardo prefería a los hombres porque le gustaba la p*ja, pero Isabel se tomó tan a pecho esos insultos que empalideció de muerte y se volvió a Londres con una buena provisión de libros de caballería.

Margarita murió asesinada en Chateau Gaillard un año después y Blanca vivió unos 10 años más pero totalmente demente.

Esta “pequeña maldad” de Isabel y Roberto no sólo costaría la vida de las dos princesas y desintegraría el reino francés, dejando a sus hermanos como cornudos ante toda Europa, sino que sería el primer paso hacia la guerra de los Cien Años. Pero, por el momento, los primitos sólo querían vengarse.

Isabel se deleitaba pensando en que había castigado a dos pecadoras que infamaban a la corona francesa, además que de paso castigaba quienes se permitían un pecado que ella no podía cometer. O, al menos, eso creía ella hasta que conoció a Roger de Mortimer.

Mortimer era un barón de Wingmore que había estado preso en la Torre de Londres por sublevarse contra Eduardo II y había conseguido escapar a Francia donde vivía como exiliado.

Era el año 1325, y en la barrosa París medieval, se conoció con la reina Isabel, quien había ido a visitar a su hermano. Isabel tenía ya alrededor de 30 años y una calentura tremenda ya que sólo había tenido sexo con un gay que necesitaba franelear con otro para excitarse. Mortimer era un hombre moreno, alto y musculoso, casi tanto como Roberto d’Artois, cuyas descripciones en las crónicas parecen las de un rugbier pesadote y torpe. Además, había jurado vengarse de Eduardo II y eso era lo que Isabel más deseaba, después de una buena cama.

No hacía falta mucho más que eso para que se enredaran entre las sábanas de la habitación que Isabel tenía en el Louvre. Allí decidieron invadir Inglaterra y deponer a la loca de Eduardo y comenzaron a mostrarse en público como amantes.

Isabel y Mortimer se convirtieron en la pareja más envidiada aquel verano en París, ya que ella era la dama en apuros y él, el caballero salvador. Como unos nuevos Ginebra y Lancelot, inspiraban a todos los romanticones y romanticonas de siempre. Las mujeres copiaban las trenzas en asa y el colorete de la reina de Inglaterra y los hombres la vestimenta negra y la actitud sobria del barón de Wingmore.

Por esa época ya reinaba en Francia Carlos el Ganso, quien detestaba a su hermana por haberlo hecho quedar como un cornudo, así que pronto les retiró su apoyo y los enamorados tuvieron que huir hacia Holanda, ayudados por Roberto d’Artois. Allí, el conde Guillermo Hainault decidió darles un ejército a cambio de casar a su hija Felipa (quien no sólo tenía ese horrible nombre sino que era una horrible gorda pelirroja llena de granos y pecas), con el hijo de Isabel, futuro Eduardo III, quien se había enamorado de la gorda apenas la vió (y nadie -ni Felipa- comprendió nunca porqué).

Isabel y Mortimer desembarcaron en Inglaterra en 1326 y no tuvieron necesidad de usar su ejército para deponer a Eduardo ya que la loca se había hecho tan impopular en el reino que todos los nobles lo abandonaron. La reina y su amante tomaron el reino y se nombraron regentes en nombre del hijo de Isabel. Eduardo II tuvo que huir con su amante y ocultarse pero finalmente los hombres de Mortimer lo encontraron y los hicieron prisioneros.

Isabel quiso estar presente en la ejecución de Huguito Despenser, quien fue despellejado, enrodado, castrado, decapitado y, finalmente, despedazado por cuatro caballos. Según dicen, Isabel se rió a carcajadas durante toda la divertida función mostrando sus dientes blancos, los cuales llamaban mucho la atención ya que en la Edad Media la mayoría de la gente tenía los dientes marrones, negros o amarillos (no habían cepillos de dientes, así que masticaban madera porque, por alguna razón, creían que éso los limpiaba). Aquellos dientes y aquella crueldad le valieron el apodo de La Loba de Francia, con el que pasó a la historia.

Tras la muerte de su amante, Eduardo II, prisionero de Mortimer, fue llevado de castillo en castillo para evitar que fuera rescatado. Mortimer quería asesinar al rey pero no quería cargar con la responsabilidad, por lo tanto pidió a los carceleros de Eduardo que idearan un método de asesinato que no dejara marcas de manera que pareciera una muerte natural.

La idea se le ocurrió a uno de los carceleros, un tal Ogle, que era nada menos que peluquero (barbero, para la época). Eduardo fue atado boca abajo y con las piernas abiertas sobre una enorme tabla. Por su recto introdujeron un cuerno de cabra hueco y, por dentro de éste, una espada al rojo vivo.
Algunos historiadores afirman que esto no fue cierto, y que murió sofocado o que incluso se escapó y vivió 14 años en el exilio. La cuestión es que la versión del hierro al rojo vivo siempre fue la más aceptada, quizás por ser tan grotescamente novelera. Además, todos sabemos que el gay por la cola muere.

Así terminó sus días este rey gay, que tenía unos 43 años al morir. Nunca fue muy feliz, al parecer, sobre todo porque no le dejaron tener lo que quiso, aunque eso le pasa a todo el mundo. Se ha dicho de él que no le importaba el protocolo y la majestad real, prefería hacerse el despreocupado y de maneras sueltas. Yo creo que lo que le desagradaba era tener que mandar y dar órdenes, precisamente porque estaba obligado a hacerlo. Sigo pensando que, como peluquero, hubiera sido más feliz.

En cuanto a Isabel, después de un triunfo tan total le ocurrió lo que suele pasar con la gente que nunca tuvo poder y lo obtiene de golpe: se le subió a la cabeza y empezó, junto con Mortimer, a abusar del poder como nadie lo había hecho desde Juan Sin Tierra.

Mortimer y la Loba se apoderaron de extensas propiedades por todo el reino e hicieron asesinar a todos los que se les oponían.

Finalmente, Eduardo III, que tenía 17 años y ya era padre de su primer hijo con la gorda Felipa, se hartó de ser gobernado por su madre y el amante de ésta, convocó a algunos nobles descontentos, agarró un hacha, partió en dos la puerta de las habitaciones de Mortimer y lo hizo apresar.

Mortimer volvió a la Torre de Londres, al mismo calabozo del que se había escapado. Fue condenado sin juicio y colgado como un traidor en Tyburn. Suertes parecidas corrieron los asesinos de Eduardo II, especialmente Ogle, a quien Eduardo III detestaba más que a nadie.

La Loba de Francia fue recluida en un castillo por su propio hijo quien, durante los siguientes 28 años, la visitó únicamente para navidad. Isabel murió en su "cautiverio", totalmente retirada de la vida pública, a los 67 años. Pero incluso retirada, siguió siendo causa de kilombos, ya que su hijo, Eduardo III, reclamó el trono de Francia para él en nombre de ella, la única hija sobreviviente de Felipe IV el Hermoso y este reclamo fue el detonante final de la guerra de los Cien Años.

Por otro lado, el trono de Francia había quedado vacante principalmente gracias a todo el kilombo que se armó con la reclusión de Margarita de Borgoña, hecho del que Isabel fue la principal responsable. Más tarde, su nieto, el famoso Príncipe Negro, se entendería muy bien con el famoso Carlos el Malo, nieto de Margarita de Borgoña durante la guerra de los Cien Años. Paradojas históricas.

Al día de hoy, existen historiadores que buscan y rebuscan las causas más rebuscadas, estructurales y coyunturales, de la guerra de los Cien Años. Desde la influencia de las glaciaciones en las cosechas hasta la crisis general del feudalismo en el siglo XIV, buscan la manera de evitar decir que la guerra fue resultado de un conflicto dinástico.

Sin embargo, nada de eso quita que todo el kilombo entre Francia e Inglaterra durante el siglo XIV y el XV se armó porque una princesa francesa fue casada con un gay y no quiso tolerar esa situación.

Nunca me canso de decirlo, los gays que se casan siempre traen desgracias.

Pero lo más más más paradójico y encantador de esta historia, es que todo el despelote de la guerra de los Cien Años, comenzado por una loca y una mina celosa, fue solucionado por una torta. ¡Los gays tenemos más protagonismo en la historia que el que nos quieren reconocer!

En pleno Siglo XV, Juana de Arco aprovechó la guerra de los Cien Años, se rapó la cabeza, se vistió como hombre y salió a matar ingleses en su caballo hasta que los descendientes de Margarita de Borgoña la condenaron a la hoguera por bruja. Pero la torta ya había puesto todo en orden y la guerra terminó.

Esta guerra fue más terrible de lo que comúnmente se cree ya que se vió agravada por la peste negra y las hambrunas constantes. Inglaterra acabó exhausta y su nobleza dividida en dos y Francia terminó devastada y convertida en un verdadero cementerio.

Y, por supuesto, la torta se quemó toda.

La vida de Eduardo e Isabel ha sido llevada al cine, al teatro y a la literatura varias veces y por diferentes autores. Hay una película que se llama Eduardo II que hace mucho ví hasta la mitad porque me aburrió. Tiene toda la pinta de ser de esas películas europeas pretenciosas, pero quizás la vea de nuevo. En Inglaterra hay un famoso ballet que incluye la escena de la muerte del rey. No sé cómo será, pero el ballet me aburre aún más.

La película que sí me gustó es Corazón Valiente, aunque más no sea por lo bien hecha visualmente y por la actuación de Sophie Marceau en el papel de Isabel.

No tiene rigor histórico ya que involucran a Isabel con William Wallace, un héroe escocés que murió cuando Isabel tenía alrededor de 12 años. Sin embargo, los personajes están muy bien construidos y la escena final entre ella y el Zanquilargo es genial.

Pero nada se compara a Los Reyes Malditos, de Maurice Druon. Siete novelas históricas que, cuentan esta historia y mucho más. Realmente, muy recomendables.

4 comentarios:

  1. Mirá vos...porqué no me enseñaron eso en Historia? lo único que me acuerdo es la pirámide social del sistema feudal.

    BUenísimo lo de Juana de Arco, las tortas siempre terminan poniendo orden jajaja. Tal cual!!!

    ResponderEliminar
  2. Me dieron muchas, muchas ganas de comprarme esos libros!!

    Ya me veo que esto me cuesta una pequeña fortuna!!!!

    Te odio, sabelo!!

    :D

    ResponderEliminar
  3. ¡Muy buena sinopsis! Además siempre me gustó la historia de los reyes europeos. Aprendí muchísimo y lo escribiste con pasión realmente. Se ve que no sos tan rubio tarado, jajaja.

    ResponderEliminar
  4. Prefiero leer estos temas en serio, sos muy fantasioso. No hay que tomar en joda la vida desdichada de otros.

    ResponderEliminar