
En el mundo de los heterosexuales se corren ciertos riesgos al poner determinados negocios. Cada chongo tiene un mecánico en el que confía durante toda su vida y varios otros a los que considera chantas del equipo contrario. Cada mina tiene un peluquero/a al que va como a misa hasta que se raya por alguna razón lunar y lo cambia por otro que se convierte en su nuevo sacerdote del look por los siguientes seis meses (maso).
En el mundo de las locas, todo es más arriesgado, porque si el chongo tiene sus razones lógicas y comprensibles para elegir un mecánico y la mina tiene razones ilógicas e incomprensibles para elegir un peluquero, las locas combinamos ambas. Una loca puede llegar a irse de un local de ropa para no volver jamás porque sus escrutadores ojos descubren que ahí venden cuero sintético como si fuera genuino o porque se le metió en la cabeza que el color témpera en las paredes trae mala suerte.
Así y todo, alguna gente es macha y se arriesga y pone boliches, saunas, cybers, restaurants, etc. exclusivos para gays (o gay friendlys) sabiendo que las locas somos las más detallistas, quejosas e insoportables clientes que se puedan tener.
Por supuesto, esta teoría hace agua en la ciudad de Córdoba, donde los dueños y responsables de las discos y demás “lugares gay” vienen repitiendo hace años los mismos esquemas, las mismas negociaciones baratas, los mismos “artistas” que a veces llevan años con las mismas “performances”, etc. Pero, como si la falta de innovación no fuera suficiente, también hay a veces faltas –o más bien, atentados- contra el buen gusto, como el ponerse una pollera escocesa y toquetear como vieja babosa las abdominales de un presentador en un escenario,colgar banderas de arco iris para tapar humedades, cargar botellas de fernet Branca con Vitone (¡Loco, hay que tener la lengua quemada para no darse cuenta!!), cambiar de lugar las luces y las bolas de espejos en vez de comprar equipo nuevo, etc.
Amo quejarme, como loca que soy. Pero a pesar de todo, me encanta salir al ambiente gay, por más que me tenga que enfrentar con un sinfín de detalles y personas que me ponen los pelos de punta. Al fin y al cabo, es lo mismo en todos lados.
Sin embargo, hace tiempo que se venía hablando en Córdoba de la fiesta Glow. Cada loca que te hablaba de
Si hay una frase que me da mala espina es ésa. Parece ser una moda que no sólo estaría afectando a la política del país: el definir a lo bueno como “lo diferente a lo establecido”.
Y sí, propuestas diferentes faltan, nadie lo puede negar. Pero no por eso hay que ser tan idiota de alabar ciegamente a cualquier estupidez que surja por ahí con el cartel de “diferente”. Ser diferente no significa, necesariamente, ser mejor o superior. Y eso los gays lo sabemos muy bien.
Pero bueno, a pesar de mi mala espina, me dejé contagiar por el entusiasmo de algunos de mis amigos/as que venían preparándose para
Mientras subíamos la escalera por unos ridículos pedazos de alfombra roja esparcidos a la buena de Dios, los comentarios eran prometedores. “Uy, mirá, tiene dos pisos” dijo una loca que jamás había pisado el Hipódromo (ni barrio Jardín). “Parece que va a haber show” dijo una tortita que se ilusionó al ver una drag en zancos y con una mamadera llena de cerveza. “¡El pete que le haría al guardia, por Dios!” se escuchó a alguna otra desubicada por ahí.
Así fue que entramos al Castillo del Jockey y pronto los comentarios se extinguieron en medio de la música y el atolladero de gente. Tardamos como 20 minutos en caminar
Y, por un momento, pensé que era mejor que estuviera lleno a que no hubiera nadie, así que me relajé y me dispuse a disfrutar de los pisotones, codazos, empujones y la falta de aire. Pero, al ratito, noté que había algo extraño en el ambiente. Tal vez fue el ver a un cincuentón piafero con el sweater colgando a sus espaldas empujándose con un mini-flogger doriansero de remera ajustadita lo que me provocó el shock: Esa noche no habíamos ido a Zen, ni a Piaf, ni a Bunker, ni a Dorian, ni a Random, ni a Poseidón ni a ningun otro lugar gay habitualmente frecuentado. Pero Zen, Piaf, Bunker, Dorian, Random, Poseidón y hasta los saunas habían venido a nosotros. ¡Y encima todos juntos!!! ¡Qué miedo!!!
Me esforcé por encontrar una cara nueva entre esas 3.000 personas y juro por Madonna y Britney que no encontré una sola…ni siquiera entre las mujeres…¡ni siquiera entre las tortas!!
Y bueno, era de esperar que si el evento venía teniendo propaganda sólo dentro del ambiente gay, los asistentes fueran, precisamente, los que pululan por el ambiente gay. Eso no es malo ni culpa de nadie. Pero la innovación no fue una de las asitentes.
Calculé que, cuando a mis amigos se les pasara la euforia por estar en el lugar “más top de la noche”, comenzarían a darse cuenta de que estaban rodeados por las locas de siempre y sus ánimos pasarían a un nivel más bajo.
Antes de que eso pasara, comenzamos a movernos con la idea de ir al piso de arriba. Pero una sorpresa increíble, inusitada y hasta surrealista nos esperaba en el descanso de la escalera. Estábamos en un “castillo”, el castillo del Jockey Club, un edificio enorme, con techos altos, columnas, impecable, que hacía pensar en viejas damas con capelinas bebiendo limonada mientras sus maridos apostaban toda la renta para que un caballo corriera más que otros. ¿Y qué nos encontramos ahí, en las gradas, a mitad de la escalera? Baños químicos.
Sí, baños químicos. Esas casillitas de medio metro por medio metro que se ven por los parques y plazas a las cuales nunca entré y espero nunca entrar. Pero ahí estaban, con una multitud impenetrable de locas (igualmente impenetrables) que parecían tener la intención de entrar a aliviar sus tripas en esos sucuchos.
Marisa, una de mis amigas tortas más guarangas y chongas a la cual he visto beber vino toro directamente de una damajuana, se quedó mirando aquello como si fuera un cuadro surrealista. “¿Será parte del show?” dijo la loca de Gonzalo, entre cínica y divertida.
El detalle de los baños me hizo pensar que no íbamos a durar mucho en aquel lugar, ya que habían 3 mujeres con nosotros y no me las imaginaba escabulléndose por detrás de las gradas del hipódromo para despedir el fernet y la cerveza de más, como estaban haciendo ya algunas locas.
Las pistas de arriba estaban igualmente hacinadas y tenían unas telas colgando como invitando a algún pirómano a repetir lo de Cromagnon. La verdad que con los dibujos y estupideces que tenían pintadas, merecían ser quemadas. Bailar, por supuesto, era imposible. Sólo se podía saltar y era lo que todo el mundo hacía, demostrando diferentes grados de alcoholismo y drogadicción.
El golpe de gracia fue en la barra. Diez pesos la medida de fernet que no era una medida sino un culito en un vaso que ya era un culito. Y, por supuesto, no era branca, era 1882 (o, más bien, salía de una botella con esa etiqueta). Diez pesos una lata mugrosa de cerveza Brama.
Y no es que uno no tenga 10 pesos (o más). De hecho, siempre gastás más en alcohol que en la entrada. El problema es que no podés cobrar una lata a 10 pesos cuando en todas partes te venden el vaso de
Mientras tanto, en la pista de abajo, una loca con la cara pintada de mimo se colgaba de una tela, quizás la única cosa más o menos estética de la fiesta, que igual se puede ver en tantos lugares con una música e iluminación más adecuadas (y a la gorra). Si hubo más “espectáculos” en la noche, me los perdí mientras trataba de pasar de una pista a otra.
Mis amigos seguían con la idea de hacer valer sus 30 pesos y se plantaron junto a una columna para poder mirar mejor a las locas que viven mirando cada sábado en los demás boliches. Yo comencé a mirar a Marisa, que a la segunda me captó la mirada y dijo “Bueno, Rubio y yo nos vamos” y al ratito empecé a trotar detrás de ella entre toda la muchedumbre que ya empezaba a oler como huele la gente a las 5 de la mañana.
Me perdí cuando llegó la municipalidad a recaudar…digo, clausurar. La municipalidad cordobesa nunca clausura los eventos antes que se armen. Deja que ocurran, deja que la gente corra peligro, deja que los negros estafadores (con perdón de los negros) cobren los 30 pesos ilegales que nos cobraron y después va a ver qué tajada saca.
Por supuesto, tanto la municipalidad como los negros estafadores que organizan estos eventos millonarios saben que las locas somos iguales a los heteros en una cosa: la pasividad. ¿Alguien se quejó? ¿Alguien reclamó que le devolvieran la plata? ¿Alguien va a presentar denuncia a derechos del consumidor?
Claro que no. Nadie hace esas cosas de locos. Eso es ser histérico.
Pero llevo viviendo 30 años en Argentina y ya no me sorprenden para nada las negradas de la municipalidad y los responsables del ambiente gay (aunque bueno, lo de los baños químicos era para sacarle el hipo a cualquiera).
No me molesta en lo más mínimo pensar en que toda la gente que lucró con la Glow, desde el mimo de las telas hasta el intendente de Córdoba, vayan a pasar sus vacaciones en un hotel 5 estrellas en Aruba o, al menos, Jureré Internacional con la guita que sacaron sólo vendiendo latas de cerveza. Hasta cierto punto, los felicitaría, porque prefiero cien veces a un cagador hijo de puta que al pasivo pelotudo que se deja cagar.
Lo que sí me sorprende, me enferma y me da ganas de asesinar gente es la cantidad de locas que van a esos eventos y salen contentas diciendo a los 4 vientos que es la mejor fiesta, que es la más top, que es, al menos, “una propuesta diferente”.
Sí, loca boluda, pagaste un poco más para ir a hacer exactamente lo mismo que hacés cualquier sábado en cualquier boliche gay sólo que mucho más apretujada, con más riesgo de morir quemada o asfixiada porque no hay salida de emergencia (o porque aunque haya no llegás nunca por la cantidad de gente que hay), con las mismas marcas berretas en las barras (sólo que más caras, porque ¡estás en
Pero “es una propuesta diferente” siguen repitiendo algunas locas, como zombies, incluso hoy martes, cuando ya está claro el negoción que armó la municipalidad con esta gentuza.
Hay que felicitar a la gente que organizó
Decí que te gusta ver mucha gente apretada, decí que te gusta entrar a una casilla de plástico toda meada, vomitada y cagada, decí que te gusta pagar un trago asqueroso por el cuádruple de su valor.
Decí que sos hueca y sólo te interesa salir, si querés. Todo eso es válido, incontestable e irrefutable.
Pero no digás que es una propuesta diferente cuando de diferente no tenía ni la d.
Ah, hubo una cosa que sí me gustó: nadie cuidaba los autos. Gracias a Dios fue así ya que tener que pagarle a un naranjita después de esa fiesta berreta hubiera sacado lo peor de mí. Claro que si a alguien le robaban el auto no había dónde quejarse. Pero como en los lugares que sí hay naranjitas también te roban el auto y tampoco tenés con quién quejarte, mejor no tener que darle 10 pesos a un gordo insoportable que encima te hace chistes cuando querés estacionar.
Los 10 pesos los usamos con Marisa para el choripán y la 7up, lo mejor de la noche.
Al menos era 7up de verdad y no Suitty limón camuflada.