miércoles, 30 de marzo de 2011

Dá la cara, puto!!


Hace mucho, cuando todavía no usaba cubreojeras y los cybers salían un peso la hora, solía salir a chatear al centro y me juntaba con, promediando, 3 a 6 personas por noche.


Por supuesto, no con todas tenía sexo. Pero en aquella época se chateaba sin foto ni celular ni perfil ni nada. Lo que se hacía era entrar al chat, describirse, leer la descripción del otro y si había onda se arreglaba un encuentro en 10 minutos en alguna esquina cercana del Centro o Nueva Córdoba. Así de rápido era.


Claro que ya habían algunos super hackers adelantados que subían fotos a gaydar o algún que otro dandy que pasaba su celular, pero eran poquísimos.


La mayoría éramos pobres e ignorantes. Apenas sabíamos apretar el enter y el mouse se nos vivía trabando así que menos idea teníamos de subir fotos o de conectar una cam.


Por eso se pasaba muy poco tiempo en el cyber. De hecho, la idea era entrar al chat y levantar rápido para que te fraccionaran la hora y pagaras menos de un peso. Nada de youtube, facebook, blogs, videos porno ni mercado libre. Como mucho se revisaba rápidamente la página oficial de Madonna mientras esperabas que te contesten si tenían lugar o cómo iban vestidos.


Y así uno terminaba encontrándose en la puerta del Patio Olmos o, si querías más discreción, en el escasamente iluminado monumento a los caídos de Malvinas, con todo tipo de locas que -al igual que hoy- por chat tenían una edad, un peso, un cabello, unos ojos y una dotación que difícilmente coincidían con la realidad.


Se intercambiaban unas palabras y, si había onda, se iba hasta el depto de alguno y si no, se volvía al cyber y se seguía chateando hasta dar con el príncipe azul de la noche o volverse a casa con la colita entre las piernas, aunque sana.


Así fue que conocí personalmente decenas de sapos y bagartos de todas las clases, etnias y edades. Y así aprendí que los términos “fachero”, “potro”, “macho”, “masculino”, “lomazo”, “delgado”, “discreto” y “cero ambiente” están sujetos a tantas interpretaciones como tantas locas existen. Y si bien era un perno decir “disculpá, pero no tengo onda” cuando en lugar del “flaco veintidos años lomo de gym facherito” se me presentaba un “gordo treinta-y-todos los años lomo de gil zaparrastroso”, nunca me desanimaba y volvía a meterme a un cyber con la esperanza intacta.


Pero después las cosas fueron cambiando y todo el mundo empezó a subir fotos y usar cam. Bueno, no todo el mundo, claro. Aún hoy hay gente a la que sólo pensar en publicar una foto suya en Internet les produce un principio de síncope. Pero el tema es que, de golpe, si no subías fotos o no tenías cam, no eras nadie. Es decir, nadie te hablaba. Y, mucho menos, consentía en juntarse con vos sin antes verte “un toque”.


Al principio, el chat permitía y hasta fomentaba el anonimato. Ahora lo permite, pero a condición de quedar marginado. Antes el desafío estaba en escribir algo interesante en el perfil o decir algo que atrapara, aunque fuera simplemente la medida del pene. Ahora la cosa era subir una foto en la que salieras lindo.


Y claro, en el perfil uno nunca escribe que tiene estrías o se está quedando pelado pero, si ésa es la realidad, la foto la revela implacablemente. Claro que hay trucos para disimular defectos en la fotografía y ni hablemos de las maravillas del photoshop.


Pero más allá de todo éso, el problema principal que nos planteó a los gays la era del subir fotos fue el tema de la privacidad. Porque hay muchos (vaya uno a saber cuántos) gays que no están fuera del closet y poner una foto suya en una página gay o mostrarse por cam sin saber quién está del otro lado plantea todo un peligro si la loca está casada o tiene hijos o juega al futbol con los amigos los domingos o en su laburo nadie lo sabe o, simplemente –y en la mayoría de los casos- se considera “gay tapado” aunque tenga más plumas que la Isla de los Patos y el parque Sarmiento juntos.


Así, la loca que quería mantener su sexualidad oculta se vió inmersa en un mar cibernético de fotos y filmaciones llenas de desprendimiento y orgullo (a veces bastante injustificado) y siguió recitando su adorada pero ya ineficaz fórmula “1 75m 70kg (o las medidas que fueran) buena pija buena cola buenas patas buena jeta bien masculino con (o sin) lugar” sin que nadie le diera bola. Como los curas que recitaban el Ave María en medio de la revolución francesa mientras el resto del pueblo escupía en los crucifijos, cogía en los altares y bailaba La Caramagnole, soñaban con un retorno a las buenas costumbres (léase: chatear sin foto) que no se produjo –ni se producirá- nunca.


Pero nadie contaba con la astucia de las locas closeteras quienes, frente a esta escalada de la visibilidad y la ventilación de intimidades, idearon un método de supervivencia que las salvaba de ser condenadas a los espacios más marginales de un chat: las fotos sin cara. Tal vez el invento no era nuevo, ya que muchos heteros de trampa (y muchos heteros con cara de sapo) lo habrán usado, pero prístino o no, fue el recurso preferido.


Utilizando el difuminador o la tijera del paint, modificaron y recortaron sus fotos -tal como difuminan o recortan sus vidas- a fin de mostrar su cuerpo o partes de su cuerpo, vestidos o desnudos, total nadie los va a reconocer por la forma de una panza o de un pie o por lo abierto de una cola o el color de una pija.


Pero esta solución, si bien salva la intimidad, no resuelve el otro problema esencial de subir una foto porque hay que tener una linda panza o un lindo pie o una linda cola o una linda pija para mostrar. Y en este tipo de fotos cualquiera se cuida menos que en las fotos de cara. A una cara con un buen ángulo o con un buen fotoshop se la retoca, se le tapan los granos, se le blanquean los dientes, se la pone más bronceada, se la pone más blanca, se difuminan las arrugas, se le ponen ojos azules, etc. Pero a una panza no se le pueden marcar los abdominales, ni a un pecho los pectorales ni a un brazo sumarle tríceps ni a una cola hacerla más parada ni a una pija añadirle unos centímetros sin que se note demasiado. Por lo tanto, las partes del cuerpo que no son la cara se muestran, casi siempre, tal como son -quizás con algún retoque en la luz o el color- pero más o menos reflejan la realidad fielmente.


El tema es que, cuando la realidad es que la panza es un cúmulo de grasa, la cola es un papel chato, las piernas son frágiles palillos o morcillas explotadas y los pectorales parecen mamas colgantes, por ahí es preferible mostrar la cara. O directamente no mostrar nada.


Sin embargo, si uno entra a un chat o alguna página de contactos que permita subir fotos, se va a encontrar con decenas de imágenes que rayan lo grotesco. Panzas y tetas colgantes, anos colorados y abiertos como los de un simio, penes parados o dormidos sacados desde el peor ángulo, axilas con pelusa, horribles pieses y/o piernas vistos desde arriba, etc.


Uno se pregunta, ingenuamente quizás, para qué ponen la foto de un brazo fofo o de una cintura inexistente…en teoría está muy bien mostrarse tal cual uno es, pero si se trata de usar la foto como una especie de imán o anzuelo, no tiene mucho sentido mostrar un cuerpo feo (o una fea parte de él).


Claro que algunos hombres piensan que mostrar la pija escapa a la parametrización estética. Es decir, un pene puede ser largo, ancho, gordo, flaco, chico, grande etc. Pero no puede ser lindo o feo. Es fácil escuchar la frase “me gustan pijudos”, pero nunca escuché “me gustan de pija linda”, salvo que “linda” esté reemplazando a “grande”. De todas formas, entre los gays, lo importante en este caso no es mostrar una pija “linda” o “grande” sino, simplemente, mostrarla.


Siempre tuve la teoría del que sube una foto de su pija o de su cola lo hace porque no tiene nada mejor para mostrar. Es decir, a una loca closetera o a una loca fea no le quedaría otra que mostrar sus partes para ver si así logra levantar algo.


Alguien diría que mostrar el pene puede ser un fin en sí mismo. Y sí, existe éso que podríamos llamar “orgullo peneano”. Hay hombres que parecen vivir buscando momentos adecuados para exhibir su pene, erecto o no. Sea en medio de un partido de fútbol, en un baño público, en un vestuario, en un gimnasio, en un taller mecánico, en fin, en cualquier lugar que sea “sólo para varones”, siempre hay algún tipo que pela lo que tiene y lo muestra con todo orgullo…como si los homosexuales no pudiéramos entrar a esos lugares. O, peor, como si fuéramos de piedra.


Pero, como sea, ese gusto por exhibir el pene es mucho más propio de un heterosexual que de un homosexual. Los que mean juntos y se miran y se comparan son los chongos (aunque siempre hay alguna loca haciéndose la tonta por ahí). Las locas, por lo general, prefieren hacer sus cositas solas sin que nadie las vea (aunque no sin ver a nadie).


Y sea ésto una generalización o no, lo cierto es que las locas que muestran su pija por Internet me parece que no lo hacen porque les guste mostrar su pene, sino por otras razones. Además, el “orgullo peneano” no se puede aplicar a los que muestran la cola. Y ni hablar de los que muestran manicitos. Tiene que haber alguna otra razón.


Quizás es una forma de construir la propia imagen. Si yo muestro mi pija (o mi cola) estoy construyendo la imagen de un hombre “sexual”, “calentón” y “desprejuiciado”. Eso no quita que mucha gente interprete esa imagen como la de un hombre “superficial”, “ardido” y “promiscuo”, pero puede que exhibir el cuerpo produzca una cierta sensación de lujuria o erotismo. O al menos, sirva para liberar alguna que otra vergüenza.


De todas formas, como tampoco esta razón me convencía, decidí investigar el asunto realizando una sencilla encuesta en uno de los chats que frecuento. La pregunta era “¿Porqué ponés fotos de tu pija?” (o de tu cola, según el caso). De las variadas respuestas que recibí, se podrían crear 3 categorías aglutinadoras:


1)“porque busco sexo”

2)“porque sino nadie te da bola”

3)“porque todos ponen”


(Y ésto dejando de lado algunas respuestas que no ayudan mucho al tema como: “que te importa, puto de mierda”, “y vos quien sos, loca tarada”, “morite, trolo”, “si no te gusta no mires”, “como se nota que estas al pedo”, “pasáme tu msn y te muestro mas”, etc.)


Bueno, de todas las razones, la primera confirma mi idea. Poner una foto xxx es una manera de decir que uno busca sexo de una, que no quiere perder mucho tiempo en conocerse y todo eso. Que busca un encuentro, un polvo, y chau, hasta nunca o hasta la próxima calentura.


De todas formas, a veces resulta que uno chatea con alguien cuya foto es un pene erecto o una cola abierta y a la hora de concretar para tener sexo empieza a dar vueltas como calesita histérica. O, peor, empiezan a charlar de música, arte, política, vida cotidiana o cualquier tema de charla de café y terminan diciéndote que les encantaría conocerte y charlar en persona con vos en el tono de quien te propone matrimonio.


Es decir, que por muy zafada que sea la foto, no se puede confiar que su dueño sea un promiscuo reventado. Hasta una pija parada o una cola abierta o una boca llena de leche pueden, de golpe, mostrarte que tienen un costado romántico. O, al menos, humano.


Por lo tanto, esa primera razón es bastante circunstancial.


La segunda es un poco más cierta, ya que poner una foto xxx te garantiza que al menos las locas más calentonas del chat te van a hablar. Pero muchos otros quizás no te hablen precisamente porque tenés fotos en bolas, así que, en realidad, lo que conseguís al final es que te den bola los más fáciles y los más desesperados por sexo, cosa que también se conseguiría seguramente sin poner foto.


Así que, tristemente, llegamos a la razón de siempre: “porque todos ponen”. La fuerza de la moda, basada en la inercia de la falta de personalidad, resulta ser mayor que la fuerza de la emoción, la ideología, la moralidad y hasta la calentura. Hacer lo que hacen todos justifica cualquier cosa, total, la normalidad nos ampara.


¿Eso quiere decir que, de golpe, los que suben fotos de cara, o de cuerpo sin borrar la cara, se van a transformar en el nuevo grupo marginal del chat? Supongo que no, ya que siempre va a valer más mostrarse entero que decapitado o descuartizado. Lo que sí se puede observar es que, gracias a los fotologs, blogs, spaces, facebooks, etc. y a la invariable vanidad de la naturaleza human, hay una tendencia irrefrenable a andar mostrando fotos en la web. Es una tendencia fuerte pero choca al menos con las locas viejas, para quienes la vergüenza de ser gay (o, mejor dicho, la vergüenza de que los demás sepan que uno es gay) todavía es más fuerte que la moda de subir fotos. Es raro encontrar un pendejo que tenga pudor en subir fotos, por muy feo que sea, pero viejos (más o menos de 25 para arriba) que se muestren así nomás en un chat gay hay uno por cada 20.


Supongo que habrá que esperar un par de recambios generacionales más para que las fotos de culos abiertos y pitos parados desaparezcan de las salas de chat y sean reemplazadas por fotos carnets. Aunque, la verdad, no sé si éso ocurrirá.


Las locas tapadas probablemente desaparezcan, pero locas feas habrá siempre.

martes, 8 de marzo de 2011

¿Luchar por la igualdad o sólo luchar?


Hace años que estoy hasta acá de los pretendidos y autoproclamados defensores de los gays y sus derechos (y –más ampliamente- de la igualdad y sus derechos), pero lo del cura Alessio ya es como mucho.


Como este sacerdote salió el año pasado a apoyar y defender la ley del matrimonio igualitario, la Iglesia Católica -por una vez coherente a sus principios- decidió expulsarlo y prohibirle ejercer el sacerdocio a menos que se retracte.


Y el ahora ex-cura dice que la Iglesia es autoritaria y que el arzobispo Ñañez ha actuado como un “soldado obediente”.

Digo yo, señor Alessio, con todo el respeto que se merece ¿hacía falta que te echen para darte cuenta de lo obvio? ¿Qué esperabas? ¿Una carta de felicitación de Benedicto XVI?


La Iglesia tiene clara su postura hacia el matrimonio igualitario: NO ESTÁ DE ACUERDO, NO CONSIDERA A LOS HOMOSEXUALES COMO SERES HUMANOS IGUALES A LOS HETEROSEXUALES, NO APOYA LA IGUALDAD DE DERECHOS CIVILES PARA TODOS LOS CIUDADANOS DE UN ESTADO LAICO SIN IMPORTAR SU ORIENTACION SEXUAL.


Entonces, si vos realmente estás a favor del matrimonio igualitario, de la igualdad, si realmente creés que tanto heterosexuales como homosexuales deberían ser protegidos por la ley de un estado laico y realmente creés en todos los demás hermosos argumentos e ideales democráticos, no te queda otra que NO SER CATOLICO.


No se puede pelear contra una institución perteneciendo a ella, salvo que seas un espía o que realmente estés preparando una revolución total y radical. Si querés ser católico, no podés elegir entre las diferentes creencias y doctrinas que tiene esa institución, tenés que acatar todas sus reglas. Capaz que alguna regla sea menos importante que otra, pero el hecho de no acatarla te expone a que te tachen de no-católico y tengan todo el derecho a expulsarte.


Ese es el problema de todos los supuestos católicos. Creen que no importa bautizarse o bautizar a sus hijos, o comulgar, o ir a misa o –incluso- ser sacerdote, monja o lo que sea, total se puede seguir pensando o sintiendo como uno quiere.


Es la inercia de la tradición lo que nos hace ser católicos, porque si nos pusiéramos a pensar seriamente sobre qué ideas y posturas defiende y ha defendido siempre la Iglesia Católica, qué ganancias financieras saca de su posición y sus arreglos con los demás poderes, qué negocios, guerras, dictaduras y leyes financia y ha financiado, sólo un ultraderechista demasiado obtuso podría seguir perteneciendo a esa institución.


No se puede conciliar el progresismo con el conservadurismo, al menos en el caso de la ley del matrimonio igualitario. O estás de un lado o del otro. O sos pro-igualdad o sos anti-igualdad. O sos no-católico o sos católico.


Y si elegís llamarte católico y trabajar para esa institución que denigra, humilla y discrimina seres humanos por su orientación sexual, género, etnia, posición social, etc., hacéme el favor de no hacerte el progre y el defensor de los gays porque como gay me produce mucha bronca que personas como vos, que no terminan de definir en qué vereda están parados, se coloquen (o sean colocados y/o aplaudidos por las organizaciones “LGBTT”) como los representantes o defensores de todos los gays o –peor- de la igualdad de derechos.


No niego que toda esta controversia puede ser útil porque le causa daño a la Iglesia y puede ayudar a concientizar a más gente, etc. Pero me parece estúpido decir o sentir que uno es progre cuando toda su vida formó parte de una organización no-progre.


Y más estúpido me parece condenar a la Iglesia Católica por expulsar a los que no están de acuerdo con su doctrina. Es lo mínimo que debería uno esperar de una institución que -todos sabemos y no hace falta que Alessio o Mariani salgan a decirlo- protege y hasta justifica el abuso sexual, la pedofilia, la exclusión de la mujer, etc.


Si querés pelear por la igualdad, empezá haciendo la apostasía o salíte de la Iglesia Católica o, no sé, andá y quemá una parroquia de barrio o escupí en una cruz. Pero éso de pretender seguir siendo católico y querer apoyar leyes pro-igualdad es totalmente incoherente.

lunes, 7 de febrero de 2011

Los Católicos putos


Cuando éramos chicos, el mundo era la misma mierda que ahora.


Habían choros, asesinos, drogadictos y seguro que homosexuales por doquier (aunque a éstos me los perdí por boludo). En el cole te pegaban los más grandes y la señorita de cuarto grado prefería a los alumnitos rubios. Las calles estaban llenas de basura y de depravados que podían raptarte, violarte y, aún peor, robarte sin violarte.


Todos los días, una señora cargando un bebé o un nenito que apenas sabía hablar golpeaba la puerta para pedirte algo de comer o unas moneditas. Por la calle pasaban carros llenos de bolsas de basura tirados por caballos que daban tanta pena como los que los cagaban a fustazos mientras que los Mercedes y los Audis los esquivaban a veces con paciencia, a veces con bocinazos. Las señoras del barrio malcogidas y/o menopáusicas se reunían en las verdulerías o peluquerías a comentar los últimos escándalos de conocidas con embarazos adolescentes o de esposas golpeadas y/o abandonadas. Mientras tanto, sus maridos gastaban lo poco que podían ahorrar a escondidas para pagarle a la puta o a la travesti por el pete de siempre.


La plata apenas alcanzaba, el gobierno era corrupto. Y, para colmo, sólo habían 3 canales de televisión cuya mejor oferta era Telemanías o Atrévase a Soñar.


Pero los domingos íbamos a misa.


Ahí todos éramos buenos. Incluso el gordito del curso que nos pegaba a todos y nos robaba la plata para comprarse un Tubby 3 o un juguito de durazno te daba el beso de la paz. La señorita de cuarto grado tenía el pelo sujetado con un moño enorme y sonreía a todos los padres de sus alumnos, aunque estuvieran mal vestidos o no fueran rubios. El verdulero del barrio, que debía más alquiler que Don Ramón, estaba ahí bañadito y perfumado, con cara de respetuoso empresario.


Habían vecinos que se odiaban hacía años, cuñadas que vivían cuereándose mutuamente, hermanos que pensaban cagarse la herencia, pero ahí estaban, haciendo filita en el confesionario o sentados con cara de humildes mientras escuchaban (reprimiendo bostezos) que Jebús nos amaba a todos.


Era un momento en la semana para sentirse bueno. No para serlo, porque tampoco lo éramos durante la semana. Pero los domingos a las 8 de la noche (o a las 9 de la mañana, para los que madrugaban) nos sentíamos todos buenos.


En la Iglesia, aprendíamos a fingir que éramos buenos. Aprendíamos que podíamos hacer cualquier cosa, total después nos confesábamos o, simplemente, íbamos a misa con cara de humildes y el cura nos decía que estaba todo bien. Aprendíamos que podíamos estafar, denigrar, despreciar, humillar, defenestrar, odiar y hasta exterminar a todo aquello que no fuera normal, o sea, católico. Y hasta incluso podíamos hacerlo con algunos católicos, porque hay católicos blancos y católicos negros, católicos con Mercedes y católicos con sulqui, católicos heteros y católicos putos.


Sí, hay católicos putos.


Tienen hasta páginas web así que pueden googlearlos si no me creen.


Así es, existe una especie de línea o corriente de pensamiento (ejem!) dentro de la gran corriente de pensamiento católico (ejem! ejem!) cuyo principal postulado es que se puede ser católico y homosexual. Acá hay que distinguir entre los cristianos gays y los católicos gays. Los cristianos gays rechazan a Roma pero no a la Biblia, por lo cual serían una especie de secta protestante más, con toda la validez o invalidez que eso supone.


Pero los católicos gays son personas que dicen ser católicas y homosexuales a la vez a pesar de que la institución de la iglesia católica considera a la homosexualidad como un pecado y rechaza al homosexual.


¿Cómo concilian ese problemita? En primer lugar, usan la hermosa y gastada frase de “Dios ama al pecador y odia al pecado”. Es decir, está mal ser homosexual pero no hay que enojarse con los homosexuales ni despreciarlos sino ayudarlos a que se deshagan de esa horrible mácula. Por lo tanto, un católico (o, también en este caso, cristiano) puto no es más que un pecador que debe luchar contra su perversa bestia interior y arrepentirse de su pecado, igual que un católico (o cristiano) ladrón o un católico (o cristiano) asesino.


Un pecador puede salvarse y convertirse en cristiano con todas las letras si se arrepiente de su pecado y no vuelve a cometerlo nunca. Por lo tanto, un católico puto es una especie de “proyecto de católico” o un puto “en vías de ser católico”.


Por supuesto, todo parte de la base de que la homosexualidad es un pecado. Para alguien que disfruta a pleno su sexualidad (homosexual o no), todo lo anterior no tiene sentido y parece un argumento típico al que se aferraría un amargado, un enfermo o un fracasado. Pero, para aquellos que viven con pesar su sexualidad, todo lo anterior tiene sentido y la homosexualidad se vive como un pecado ya que es una práctica sexual sin fines procreadores.


Pero ¿cómo sabemos que algo es un pecado? Teóricamente, un católico verdadero, para saber qué es un pecado y qué no lo es, debería consultar la Biblia. Y resulta que en el Antiguo Testamento hay un par de frases de mal presagio sobre los hombres que se acuestan con hombres. Quizás parezca poco, pero ahí está. La Biblia considera pecado a la homosexualidad. O, al menos, promete el infierno para los hombres que se acuestan con hombres. Por lo tanto, para alguien que cree que la Biblia es la palabra de Dios, (es decir, para un católico) no deberían haber dudas: si te la comés, te vas al infierno.


A menos que tengas tiempo de arrepentirte, claro.


Pero, para algunas personas (por no decir el 85% de la población mundial, si tenemos en cuenta los datos del Anuario Pontificio del 2010) lo que diga o no diga la Biblia importa tanto como lo que diga el horóscopo de un diario chubutense. Claro que ésto, a un católico verdadero debería tenerlo sin cuidado. Los católicos verdaderos deberían dejar de lado todas las estadísticas y centrarse en lo que diga la Biblia (así y todo, hacen estadísticas y razonamientos lógicos para explicar la fe). Pero a los católicos putos, obviamente, la sóla lectura de la Biblia no les alcanza, entonces, además de reinterpretar de mil formas diversas los pasajes homofóbicos del Antiguo Testamento y de resaltar toda frase bonita que haya dicho Jesús en favor de los miserables y los desvalidos, se dedican a crear una nueva forma de clasificación de pecados. Es decir, crean una nueva religión, aunque proclamen seguir perteneciendo a la Iglesia Católica.


Teniendo en cuenta que cientos de ladrones, estafadores, asesinos, violadores, secuestradores, abusadores de menores, terroristas, etc., van a misa cada domingo y se cuelgan un crucifijo del cuello con todo orgullo, nadie debería sorprenderse de que un puto, tan pecador como todos esos, haga lo mismo.


Pero a mí sí que me sorprende.


La Iglesia Católica ha luchado contra los homosexuales con todos sus recursos desde, aproximadamente –y con toda seguridad-, el siglo XI. Ha sido la principal responsable e instigadora de torturas, asesinatos y privaciones de derechos para los homosexuales en Occidente. Y lo sigue siendo, como quedó clarito hace unos meses en Argentina con el debate previo a la promulgación de la ley del matrimonio igualitario.


Y así y todo, existen decenas de locas pelotudas que ponen “católico” cuando en un perfil le preguntan la religión.


Claro que si te ponés a hablar con algún católico puto y le preguntás cómo puede ser católico si la Iglesia Católica lo rechaza, te sale con que “no, porque una cosa son mis creencias y otra cosa son las de la Iglesia”.


¡Y claro que sí, loca boluda! Tus creencias son una cosa y las de la Iglesia Católica son otra. Vos creés que te la podés comer y Dios te sigue amando, la Iglesia Católica cree que si te la comés merecés el infierno. Por lo tanto, no digás que sos católica. No les des tu nombre para que te cuenten dentro de los 1.166 millones de bautizados que –de nuevo, según el Anuario Pontificio de 2010- existen en el mundo.


Ya es un escándalo que en un mundo 6 billones de personas exista una institución que quiera imponer su doctrina al mundo entero cuando esa institución sólo está conformada por 1 billón de personas (si es que querés creer en el Anuario Pontificio, aunque si creés en la Biblia no te va a costar mucho). Pero sería aún más escandaloso si todos los putos pelotudos que se bautizan y dicen ser católicos dejaran de prestar su nombre y su apoyo, moral o económico, a la institución que los persigue y les coharta sus derechos como ninguna otra.


Hace casi medio siglo que la Iglesia Católica está inmersa en la peor crisis de su historia. No sólo han perdido fieles sino que cada vez menos gente quiere ser cura o monja o hacer un seminario. Y lo peor, cada vez pierden más plata y hasta peligran las subvenciones estatales que tienen en el tercer mundo (que supongo les durarán lo que les duren las escuelas que tienen en barrios marginales). Nadie, salvo alguna vieja boluda de algún pueblo perdido, se siente identificado con los valores e ideas que pregonan. Políticos, artistas, filósofos, científicos de todas las líneas y nacionalidades consideran al catolicismo –en el mejor de los casos- como un resabio medieval o un estorbo social.


Pero ahí están todas esas locas que, a pesar de todo ello, siguen repitiendo como zombies carcomidos que son católicas.


Y estoy convencido que la explicación está en que, cuando éramos chicos, putos y heteros íbamos a la Iglesia a jugar que éramos buenos.


El cristianismo pegó en el Imperio Romano y se impuso sobre cualquier otra doctrina porque apeló a los miserables, a los rechazados, a los últimos. Les dijo a los pobres que no estaba mal ser pobre y que algún día tendrían todo lo que tenían los ricos. Les dijo a los últimos que los últimos serían los primeros. Llevó unos cuantos siglos convencer a suficiente gente (y a algunos no terminaron de convencerlos nunca) como para crear una institución y empezar a cobrar impuestos a cambio de promesas y currar en serio. Pero, finalmente lo lograron y estos santos preocupados por la miseria humana acumularon suficiente oro como para alimentar a toda Africa durante un año o más.


Ahora es cierto que lo están perdiendo todo. Pero en estos tiempos de crisis es cuando más se nota la verdadera fuerza que tienen: apelan a la miseria, a la humildad, al deseo de sentirse bueno. Y con eso consiguen que un montón de locas necesitadas de afecto, de contención y llenas de ganas de sentirse buenas se proclamen católicas, sólo porque cuando eran chicas, los papis las llevaban a misa y se sentían buenas.


Y, como siempre, lo que importa no es ser bueno, sino sentirse bueno. No importa que realmente te preocupe lo mal que anda el mundo, lo importante es que los vecinos te vean preocupándote.


Así y todo, cuando se sienten un poco dudosas de su postura, las locas católicas saltan con su último manotazo de ahogado “Bueno, pero la Iglesia hace cosas buenas también. Mirá la Madre Teresa sino”.


Y sí. Seguramente, la Madre Teresa era muy buena. También habían, seguramente, nazis muy buenos que dejaron escapar a algún nenito de la cámara de gas o que le dieron de comer a alguna judía o gitana vieja que se estaba muriendo en las ruinas de su casa. Pero el nazismo siguió siendo el mismo: una doctrina que predicaba la intolerancia, la opresión del débil y la aniquilación de lo diferente. Es decir, una doctrina del mal. Y por muchas Madres Teresas que hayan, el catolicismo seguirá siendo la misma doctrina intolerante, maléfica, hipócrita y homofóbica que fue desde siempre.


Que el cura de la parroquia a la que ibas de chico o la monja que atendía la cantina de tu colegio hayan sido excelentes personas no justifica en absoluto que la Iglesia Católica predique la intolerancia y utilice sobornos y amenazas para influir en la legislación de tu país de modo tal que tengas que vivir humillado y perseguido y, por si fuera poco, sientiéndote pecador.


Por suerte, hoy nadie va a misa, sólo los viejos y algún que otro boludo de mi generación. Pero las nuevas generaciones van a crecer más libres que la nuestra, van a estar menos impregnadas de ese veneno que nos metieron a nosotros desde chicos que nos hace repetir casi con inercia “católico” cuando alguien nos pregunta de qué religión somos.


Probablemente el mundo siga siendo la misma mierda que es y fue siempre, pero al menos, para los que hoy tenemos alrededor de 30 años, es y será un placer ver a la Iglesia Católica decaer y arder como la Babilonia del Apocalipsis.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Eat My Ass


Hace unos cuántos años, explorando las infinitas posibilidades sexuales que ofrece Internet, entré a una sala de chat para Amos y Esclavos. Era un chat norteamericano y, por lo tanto, estaba lleno de yanquis, uno más gordo que el otro. Si algún zurdo o algún amante de los vegetales quisiera hacer una buena propaganda contra McDonald’s, le recomendaría mostrar un par de fotos de aquellos tipos. Eran el efecto de la comida chatarra expresado en carne y grasa viva.


Pero bueno, como me interesaba descubrir de qué se trataba aquello de la disciplina y los esclavos sexuales, me puse a chatear.


Por supuesto, me hice un perfil falso, diciendo que vivía en Detroit o algo así y hasta puse la foto de algún modelo, para recibir más privados. También con la idea de que me hablaran muchos, decidí poner que mi rol era el de “amo” porque sospechaba que éso atraería más que declararme “esclavo”. Y no me equivoqué, casi toda la sala me mandó un privado con las típicas frases de “what’s up” o “hot”. Para iniciar una conversación, las locas de allá son igual de originales que las de acá.


La cuestión es que la mayoría de los esclavos que me hablaban querían saber todo lo que yo les haría para saber si elegirme o no como amo. Aquello me pareció bastante ridículo ya que, siguiendo cualquier criterio medianamente lógico, es el amo el que debería elegir al esclavo ¡Cómo se reirían los mercaderes de esclavos del imperio romano si supieran que ahora hay un mercado de amos! Aunque quién sabe, quizás los esclavos de aquella época también elegían a su modo. Hoy en día la moda en Historia es desmitificarlo todo y seguramente hay o habrá algún estudio del poderoso y decisivo habitus de los esclavos en la antigüedad (aunque dudo que un galo capturado por Julio César tuviera muchas opciones).


De todas formas, las cosas eran así en este chat. Los esclavos eran los que exigían a los amos demostrar su capacidad de amos. Es decir que, a fin de cuentas, estaba en una sala llena de pasivas calentonas buscando un activo masculino, como son todas las salas de chat gay, sólo que pintadas con el colorcito pseudo-sadomasoquista de amo/esclavo.


Y por fin, entre todas las gordas y viejas, me habló un pibe medianamente lindo. Quizás era otro con perfil falso como yo, pero no importaba. Ya que estamos mintiendo, mintamos con alguien que mienta lindo. Después de contarme varias cosas que le gustaban (de las cuales, una de las más light sería oler medias sucias) me preguntó qué le haría. Y ahí dejé volar mi imaginación, convirtiéndome en un proyecto de nazi durante unos minutos. Sí, lo iba a encerrar en una jaula diminuta, lo iba a tener sin comida durante días, le iba a pegar con un látigo en la cola, etc.


El tipo estaba entusiasmado con lo que le decía y me preguntó si tendría sexo con él y qué haría exactamente.


Yo, en mi papel, comencé a decirle todas las cosas que, típicamente hace un activo. Y guiado también por la lógica (mi lógica) supuse que un activo “amo” tenía que ser el colmo de la masculinidad y lo viril. Por eso, una de las cosas que le haría sería chuparle la cola. Ahí, de golpe, me paró la charla y me dijo “rimming?”, Y yo, iluso, le contesté, “yes, of course”. “I’m sorry”- me contestó – “but I think that rimming is not a master’s practice”. Y acto seguido, me cerró la ventana.


Por supuesto, durante unos segundos, me enojé y lo puteé mentalmente. “Pero ¿quién se cree esta loca para cerrarme a una ventana de chat???” pensé, embroncado. Y después me consolé pensando “Qué cerrado de la cabeza, pobre tipo. Así no va a disfrutar nunca de nada”. Luego le deseé una muerte lenta por leucemia y, ya más contento y tranquilo, seguí con mi vida.


Pero más allá de mi bronca espontánea, así fué como supe algo que después comprobé más fehacientemente: chupar la cola no tiene el mismo significado en la tradición nórdica que en la tradición latina. Si bien estoy seguro que tanto en Islandia como en Italia hay locas que chupan o se dejan chupar la cola sin ningún problema, la idea de sumisión que existe en la práctica del sexo oral se extiende, a veces, al rimming.


Es decir, cuando se trata de chupar una pija, está bastante claro en casi todas las culturas (por no decir todas) quién es el sumiso y quién es el sometedor. Un hombre que le chupa la pija a otro hombre, se está sometiendo. Habrá quizás algún fetichista que le guste atar a otro para chupársela, pero lo que sería la práctica “normal” del sexo oral, dentro de una sociedad patriarcal, implicaría un dominador y un dominado. En la misma Roma estaba penalizado practicar sexo oral a un esclavo o a un ciudadano de menor jerarquía aunque no había ningún problema si un esclavo realizaba sexo oral a un amo. Y esta legislación depende de una lógica mental que aún hoy está presente en la cultura occidental (y quizás también en la oriental): el hombre (o mujer) que la chupa, se inferioriza, se somete, es decir, se esclaviza.


Por éso es que acá en Argentina decimos “chupámela” o “chupáme un huevo”. Esos términos no sólo implican desprecio hacia el otro que, supuestamente, nos la va a chupar, sino que exaltan la propia masculinidad o virilidad que, en este caso (como en muchos otros) significa superioridad. Significa ser amo.


Pero, curiosamente, acá nadie dice “chupáme el culo”. En cambio, en Estados Unidos existe el “eat my ass” que tiene prácticamente la misma significación del “chupáme la pija” argentino. Es decir, allá chupar el culo es inferiorizarse, es someterse. Es una práctica propia de un esclavo y no de un amo. En cambio, acá en Argentina, la mayoría de los pasivos prefieren cien veces a un activo que chupe la cola a uno que no. Y creo que no es sólo porque éso supone una mejor lubricación sino porque no existe acá esa idea de que chupar el culo sea una práctica propia de un ser inferior. Más bien, al contrario, uno tiene la idea de que si a un tipo le gusta chupar la cola, es porque es activo. Y ser activo supone, también, ser superior, porque supone ser hombre o cumplir con el rol de hombre.


Por supuesto que en la práctica las cosas son diferentes y seguro hay gente que hace de todo. Pero si hablamos de las ideas que operan o dan sentido a las prácticas sexuales, es interesante ver cómo dependen más de la cultura que de lo físico. Y éso que son prácticas estrictamente físicas.


Recuerdo una vez que un chico me dijo “me gusta que me chupen la cola pero, si me lo hacen, después no me gusta que me besen”. Y claro, éso es un poco más lógico y más comprensible desde el punto de vista físico. De hecho, la posición inversa también sería perfectamente lógica: si a alguien le gustara sentir el mal aliento del otro en la boca, entonces con todo gusto esperaría un beso en la boca después del “beso negro”. Y ahí no hay ninguna idea social de superior o inferior, sólo hay un imperativo físico-gustativo.


Pero más allá de las conclusiones lógicas (que no hacen más que repetir las típicas premisas de “el mundo es diverso”, “cada persona es un mundo”, “en gustos se rompen géneros”, etc) yo me pregunto de dónde vienen estas ideas sobre qué es una práctica sexual propia de un amo y qué es una propia de un esclavo. ¿A quién se le ocurrió por primera vez que chupar una pija es degradante y chupar una cola no (o sí)? Es decir, ¿de dónde sale la idea de que chupar una pija o una cola te convierte en un ser inferior?


La respuesta más tentadora es el machismo, pero aunque seguro tiene mucho que ver, no lo explica todo.

Ignoro cómo cogían los sumerios y los egipcios, pero parece que los griegos no tenían tantos reparos ni preconceptos sobre el sexo oral ni sobre ninguna otra práctica sexual. Aunque hubieran, en cierta forma, dominadores y dominados dentro de la famosa relación de los erastes y erómenos, el poder tenía más que ver con la edad y el rango social que con lo que pasara en la intimidad de la pareja. Es decir, no importaba mucho quién se la chupaba a quién ni quién se lo cogía a quién. Al menos, no ha quedado ningún dato que probara que eso importara, lo cual es diferente en Roma, donde sí habían leyes punitivas contra los que la chupaban y practicar sexo oral era claramente una práctica degradante.


Y tanto los griegos como los romanos eran tan o más machistas que nosotros, así que o esperamos que aparezca alguna fuente griega reveladora de que el griego que la chupaba era inferior o buscamos otra respuesta que supere al machismo.


El marxismo invitaría a pensar al sexo como una relación de poder. Es decir, del sexo oral ¿quién se beneficia? Pero esta pregunta no tiene respuesta. Teóricamente, el mayor beneficiado es el que recibe el sexo oral porque es el que siente placer. Pero el que realiza el sexo oral también puede experimentar placer.

Uno pensaría que el que recibe sexo oral experimenta placer psicológico al sentir que está sometiendo a otro y placer físico al ser estimuladas sus partes erógenas. Pero el que realiza sexo oral también puede experimentar placer psicológico sintiéndose sometido y puede llegar al orgasmo hasta quizás sin necesidad de tocarse. Es decir, que ambos obtienen un beneficio: a uno le gusta que se la chupen y al otro chuparla. El marxismo queda, entonces, descartado.


Encima, si vamos a la vida real, lo que impera no es la relación de poder sino la versatilidad. Por mucho que le podría pesar a Marx -si se hubiera dedicado a estudiar a la homosexualidad- es raro encontrar a un gay puramente activo o puramente pasivo. Sí, es muy fácil encontrarlos de la boca para afuera (sobre todo en un chat). Pero en la cama, la mayoría hace de todo. De hecho (y espero que Karlitos no se esté revolcando en su tumba) la mayoría de los gays prefieren la versatilidad. Pueden tener mayor inclinación hacia un rol que hacia el otro, pero la mayoría son pura barbarie comunista que adora el 69.


Es decir, en lo que respecta a las relaciones sexuales, parece que estamos en el primer estadio marxista: uno coge lo que puede, no lo que quiere. Si te toca un pasivo, serás activo. Si te toca un activo, serás pasivo. Si te toca un amplio, serás amplio. Y así.


Hasta que se inventó la agricultura, el hombre no tenía tanta necesidad de esclavos y comía lo que podía cazar y recoger en su ambiente natural (y no estoy intentando ningún mensaje subliminal con estas palabras). Hasta que se invente algo parecido a la revolución agrícola-ganadera en el plano sexual ¿los homosexuales seguiremos levantando y cogiendo lo que se pueda en el ambiente (léase chats, boliches, saunas, parques, etc.) sin preocuparnos mucho por quién se inferioriza y quién no?


Por supuesto que éste no es un tema preocupante ni urgente. Aunque el Papa y los testigos de Jehová no estén de acuerdo, nadie se va a morir por chuparla o no chuparla. Pero quizás sí es un tema importante a nivel personal, es decir, quizás es importante saber porqué, de golpe, te gusta chupar una pija o tenés ese deseo. O chupar una cola. O que te la chupen. ¿Te da placer? ¿Te sentís inferior? ¿Te sentís superior? ¿Tenés ganas de sentirte superior o inferior? ¿Te da lo mismo? ¿Te gusta el sabor? ¿No te gusta? ¿Lo hacés porque todos lo hacen? ¿Lo hacés para retener al otro? ¿Creés que te vas a ir al infierno por hacerlo? etc.


Yo creo que uno casi nunca se hace esas preguntas. Más bien, uno va inconscientemente realizando todo tipo de prácticas sexuales (hasta donde se atreve) sin pensar mucho en su significado real o en si realmente obedecen a un deseo propio. Pero, sobre todo, lo que casi nunca nos preguntamos es de dónde viene ese deseo (quizás porque la respuesta está más en el inconsciente, pero de psicología sé poco, aunque la ansiedad oral también debe tener que ver con el tema).


Y, repito, no es un problema tan urgente como el hambre o la enfermedad o la última cirugía de Madonna (¡Por Dior, qué mal quedó! Espero que sea sólo hinchazón). Pero si uno conoce esas respuestas, si uno es consciente de lo que le gusta y porqué le gusta, es probable que el sexo se disfrute mucho más que cuando es una mera práctica inerte, repetitiva y calcada de alguna porno.


A fin de cuentas, el “esclavo” que me cerró la ventana cuando supo que yo le iba a chupar la cola, tenía razón. Quizás se esté limitando pero, al menos, es consciente de ello. El quiere un amo de verdad, y un amo de verdad no chupa la cola, al menos en los países nórdicos. Está bueno saber lo que te gusta y ser coherente con ello.


Ojalá que no le de leucemia.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Crisis de los 30

Cuando cumplís alrededor de 30 años te das cuenta que existen dos grandes clases de personas en el mundo: los que disfrutaron su adolescencia y los que no.


Los primeros suelen estar gordos, arrugados, mal vestidos y, por supuesto, casados y con hijos o, al menos, en pareja estable (y, seguro, aburrida) con alguien. Los segundos suelen estar luchando contra el tiempo con todo lo que tienen a su alcance (gym, dieta, cremas, cirugías, psicólogos, psicofármacos, yoga, religiones orientales, tarot, brujería, etc) y saltando eufóricamente de una pareja a otra (o, más bien, de una cama a otra).

Y, por supuesto, publicando en el Facebook miles y miles de fotos aburridas de sí mismos y su entorno, acompañadas por frases melosas que ni a Arjona se le ocurrirían.


Y claro, los gays entramos casi todos en la segunda categoría, ya que es difícil encontrar un gay que la haya pasado bien en su adolescencia.


Incluso aquellos que la pasaron bien o que la disfrutaron (hasta donde pudieron), la pasan mejor después de los 20 años, cuando por fin pueden hacer la vida que les gusta y desearon siempre, es decir, cuando por fin pueden comerse todas las pijas que siempre quisieron (o, al menos, intentarlo).


Quizás algún hetero saltará diciendo que tampoco tuvo una adolescencia fácil.


Y seguro puede ser así, pero hay ciertas cosas que sólo las locas sufrimos cuando somos adolescentes. Y no hablo sólo de la hora de gimnasia, cuando te elegían al último al armar un equipo de fútbol (o ni te elegían) o cuando tenías que tragarte la timidez y sacarte la remera para jugar “chombas contra cueros”.

Tampoco me refiero solamente a que te tuvieran de punto todo el tiempo para rebajarte, insultarte, golpearte, escupirte, dibujarte comiendo pijas en los bancos y en el pizarrón, tirarte chicles en el pelo, quemarte con cigarrillos y robarte la cartuchera dos o tres veces por semana.


Me refiero a cosas más importantes, como, por ejemplo, no poder pasarte una noche entera llorando y escuchando Laura Pausini (bueno, yo fuí adolescente en los 90) sólo porque habías cortado con otra noviecita (o porque te habían cortado al enterarse que habías tranzado con otra). Como mucho, podías vivir los romances ajenos a través de las tonteras que contaba alguna amiga o que leías en su diario íntimo, con o sin permiso.


Tampoco podíamos ir a un boliche y bailar/levantar/tranzar con todo aquel que quisiéramos (bueno, tampoco es que en un boliche gay se pueda hacer lo mismo tan fácil, pero al menos está la posibilidad y no la prohibición), sólo podíamos mirar de reojo a los chongos más lindos y fingir que estábamos detrás de alguna boludita de otro curso.

Hasta podíamos fingir y tener una noviecita, real o imaginada, por ahí y después llorar cuando escuchábamos a una loca más closetera que nosotras cantar la climatera frase “...fuego de noche, nieve de día...”.


Pero era fingido. Y por mucho que uno disfrute las mentiras y los fingimientos, nada se disfruta más que la verdad y lo real.


Por éso es que la adolescencia del gay suele ser, a veces, una enorme representación teatral donde nunca somos realmente nosotros mismos y donde nos acostumbramos a las mentiras y al fingimiento y hasta, quizás, les agarramos el gusto.


Y cuando termina esa larga representación, empieza –para algunos- la vida real. Empiezan las salidas a lugares gay, el juntarse con gente gay, el encamarse con otros gays, el formar pareja con algún gay, el meterle los cuernos con otro gay, el llorar porque nos dejaron por otro gay y etc gay.


Y es entonces que con veintipico de años encima nos largamos a vivir esa estúpidamente vana y romántica adolescencia que nunca pudimos tener. Pero después de los 20, las cosas ya no tienen el mismo sabor a desconocido ni uno tiene el mismo entusiasmo quinceañero. Las bolas de espejos y los rayos lásers nos parecen huevadas de las más grandes y la música a todo volumen comienza a molestar tanto como el humo del cigarrillo.


Y aún así empezamos a salir como nunca antes, porque ahora realmente estamos entre tipos que, en teoría (una graaan teoría), tienen nuestros mismos gustos sexuales y no una extraña y a veces incomprensible fijación por la vagina y las tetas.Ahora, en teoría, estamos viviendo en serio.


Y salimos y salimos y no dejamos de salir, como adolescentes alterados. Luchamos contra la grasa y las arrugas, contra el cansancio físico y psicológico y, también, contra la amargura y las decepciones. Y vivimos una nueva representación teatral pero esta vez con más tiempo en el camarín, con más sesiones de maquillaje, más vestuario y más trucos de luces, porque sabemos que hay mucha competencia y que es raro que alguien se quede mucho tiempo sentado mirando la misma obra.


Sí, ya sé, es una exageración. Hay mucho más en la vida que la actuación.


Pero fíjense alguna vez que vayan al teatro lo que pasa con el público cuando termina la función y se prenden las luces. Muchos aplauden y se van inmediatamente. Pero a otros les cuesta más salir del teatro. Siempre están los que se quedan gritando “¡otra!¡otra!”.

Y también hay actores a los que les cuesta más bajarse del escenario.


Pero me fuí, el tema acá es la adolescencia perdida.

Porque, hablando desde mi experiencia (y de lo que observé en otros), nunca me molestaron mucho la discriminación contra los homosexuales, la intolerancia, la falta de derechos, los insultos, las frases del Papa o de Mirtha Legrand, etc. Quizás tuve la suerte de no sufrirlos demasiado o soy demasiado frío para que esas cosas me molesten.


Lo que sí me molesta, a veces, es pensar que me educaron para ser heterosexual y que, por eso, me perdí tener una adolescencia gay.


No digo una infancia gay, porque creo que en la infancia es cuando más somos quienes realmente somos, sin teatro ni rótulos. Y de alguna forma, tuve una infancia gay sin saber la palabra.


Pero cuando era adolescente, me hubiera gustado tener amigos gays como tengo ahora, salir a lugares gays como salgo ahora, coger con chicos como cojo ahora…hasta quizás tener un novio como no tengo ahora. Me hubiera gustado boludear y ser romántico, pelotudo y cíclico como cualquier adolescente. Pero serlo en serio y no sólo fingirlo. Me hubiera gustado escribir esas cartas de amor a los chicos que me gustaban y no a las chicas con las que fingía ser hetero.


No sé, todo un mundo de boludeces que me perdí, que viví fingidamente hasta donde pude. Quizás por eso ahora me choca tanto la gente que sigue fingiendo ser hetero a mi edad o, peor, más grandes. Porque, para mí, lo importante no es tanto el hecho de ser luchador, progre, activista, iluminista, rainbow warrior, etc. Lo importante es vivir a pleno cada momento que te va ofreciendo la vida. Y para vivir a pleno, no queda otra que dejar de mentir y fingir.


Yo ya me perdí la adolescencia representando el papel de un rubio hetero, no me voy a perder mi treintena o como se llame haciendo lo mismo o algo parecido (aunque sí voy a usar el cubreojeras, tampoco es cuestión de abandondar la actuación definitivamente).


De todas formas, tengo que admitir que no la pasé tan mal en la adolescencia. Fue sin duda la peor de las etapas de mi vida por muchas cosas -principalmente por la falta de madurez- pero tampoco fue tan terrible.


Pero, por otro lado ¿qué otra opción había?


No puedo culpar a mis padres ni a mi país ni a los curas ni a la tele por educarme para ser heterosexual cuando yo era y quería ser gay. Primero porque no había un manual para educar a un gay (aunque, si quieren reírse de la psicología setentona, lean el Socorro, tengo un hijo adolescente), ni una escuela para gays, ni una Iglesia para gays, ni programas para gays (salvo, quizás, El Club De Madonna y los Thundercats). Y segundo, que si hubieran habido, probablemente hubieran sido para peor. O no. De todas formas, no tiene sentido especular con eso, como tampoco tiene sentido enojarse por una violencia simbólica que era inevitable sufrir.


A veces, imbuido por un espíritu progresista, pienso que se podría hacer algo para que los chicos gays de ahora y del futuro no tengan que sufrir éso. De hecho, parece que los adolescentes de hoy la tienen mucho más fácil de la que la tenía yo o la generación anterior (ni hablar de más allá de los ’70).


Pero creo que es sólo una apariencia o sólo un tímido comienzo. Que se está produciendo un cambio es innegable. Que ahora nos podamos casar, que podamos adoptar, que hayan empresas que prefieran empleados gays y que la Ricky y Tiziano por fin se hayan animado a decir lo que todo el mundo dijo siempre de ellos (salvo un par de fans desneuronizadas) es realmente impactante si uno piensa lo que eran las cosas 15 o 20 años atrás (y estoy hablando sólo de Argentina). Pero igual todavía hay gente que sale a la calle a gritar que la homosexualidad es una enfermedad, un pecado, una desviación o –peor- una elección.


Aunque eso no es lo peor.


Lo peor es que hay homosexuales, sobre todo de más de 30 años, que lo creen.


Y, debido a esa creencia, siguen actuando y fingiendo ser algo que no son, para que no los señalen ni los miren raro ni los escupan ni les griten “puto”. Sigue el teatro y se pasa la vida…(a menos que conviertas al teatro en tu vida, pero nadie es tan buen actor).


Y sí, no es lindo que te discriminen. Pero la cuestión está en creer o no creer que sos un enfermito o un desviado o que Satán te murmuró al oído que chuparas una pija.


Porque si vos crees que estás enfermo, obviamente te va a molestar que te lo digan, porque en el fondo también pensás que ser puto es algo feo/malo/diabólico, etc.


Pero si creés que estás sano, te resbala cualquier cosa que te digan. Y no hace falta que estés orgulloso de ser gay y salgas a gritarlo con una peluca y a decir lo mucho que te gusta que te duela la cola. Todo eso es secundario y episódico.


Lo único que importa es no creer que estás enfermo.


Obvio que eso no soluciona todo: la discriminación sigue estando (y seguramente nunca dejará de estar). Pero al menos, si te animás a creer que no está tan mal ser gay, que besar a otro hombre es lo más y que quizás sí se puede entrar al paraíso con la cola rota, no tenés que pasarte otra etapa más de tu vida fingiendo ser algo que no sos.


Porque peor sería que a los 60 años te des cuenta que te vas a morir sin haber sido nunca lo que realmente eras. Y a los 60 no creo que esté bueno andar subiendo fotos de tus arrugas al facebook.

jueves, 7 de octubre de 2010

Monumento al suicida


Parece ser que en EEUU hay una ola de suicidios de adolescentes gays.

Según las noticias más “serias” (google, sentidoG, etc.), estos chicos se habrían hartado del acoso y maltrato que sufren día a día por parte de los malvados y burlones heterosexuales que los rodean y, por lo tanto, se habrían tirado de un puente o tomado unas cuantas pastillas para dormir.


La Elton John se ha declarado muy triste y con su amiga Ricky Martin ya han hecho un video o un show o algo así por el tema (no pienso verlo, al que le interese que lo googlée). Y, por supuesto, Ellen De Generes, de quien es casi imposible decir una sola cosa mala sin que las tortas te miren con ganas de asarte a la parrilla, ya salió a dar un emotivo mensaje para los adolescentes LGBTT, donde se le quiebra la voz por el llanto.


Ojalá esta manga de caras operadas cobre rápido sus dólares caritativos para que se dejen de joder con el tema y se vayan a salvar delfines o a alimentar africanos pronto.


Porque ahora parece que ser gay o haber sufrido la discriminación de algún modo, te habilita para saber el motivo por el cual una persona se suicida.


No sé porqué, pero están segurísimos de que éstos chicos se suicidaron por ser gays. O más bien, por la discriminación que sufrieron. Es increíble que seres como Ricky Martin, quien debe tener horas y horas de su vida pasadas en terapia, tengan tan poca idea de psicología. ¿Desde cuando se conocen las causas del suicidio?

Ningún suicida ha vuelto a explicarlas nunca. Los que dejaron una nota, tampoco esclarecen mucho las cosas. Los que lo intentaron y fallaron generalmente no vuelven a hacerlo, como si hubieran actuado en un “rapto de locura” como suelen decir. Y los que lo vuelven a intentar, raramente fallan de nuevo.


De todas formas, nada de esto nos da la pauta ni la idea de la causa del suicidio. Quizás incluso porque ni siquiera el suicida la conoce bien. Seguro es un tema difícil de resolver y se pueden tener mil teorías y respuestas. Pero de golpe la prensa parece estar segura de que unos cuantos teenagers se suicidaron en los últimos meses porque esta perversa, injusta, cruel e hipócrita sociedad los discriminaba.


Ya no sólo alcanza con manipular la vida, los gustos e intereses de la gente, ahora tienen que manipular su muerte. Y sí, seguramente alguna Doña Rosa, que salió a protestar contra el matrimonio gay y a gritar que los putos son unos enfermos hace un par de meses se sienta un poco mal o le remuerda un poquitito la consciencia al enterarse de la trágica historia del talentoso y santo violinista Tyler Clementi, acosado por su compañero de cuarto que llegó al punto de subir a la internet un video donde tenía sexo con otro hombre.


Pero ¿de qué sirve conmover a Doña Rosa? Total el domingo va a misa y el cura le vuelve a lavar la cabeza y en la próxima marcha antigay será la primera en la fila (y éso sólo en el caso de Doña Rosa, porque está Doña Pepa y Don Closet que cuando leen la noticia, sonríen y piensan “un puto menos” y después rezan el Ave María).


¿Qué clase de sentimientos quieren generar con ésto? ¿Tenemos que creer que un pendejo de 18 años que tocaba el violín y hacía petes en la supuesta intimidad de su habitación universitaria nos representa a todos los gays acosados y discriminados? ¿Tenemos que creer que un pibe que se tira de un puente por no soportar que su sexualidad salga a la luz (si es que se tiró por éso) es un santo o un mártir?


Un santo es alguien que no comete pecados, alguien casi irreal, como la Madre Teresa o Superman. Alguien que es tan bueno que no queda otra que burlarse de él o compadecerlo. Y un mártir es una persona que muere por una causa. No sé que habrá pensado este chico a la hora de tirarse del puente. No sé si habrá pensado “ahora verán, con mi muerte haré que la sociedad tome consciencia y deje de discriminar”. No lo sé, como tampoco lo sabe ni lo sabrá nunca nadie.


Pero, con la excusa de que Tyler no haya “muerto en vano”, ahora van a salir a decir que los heteros son demonios malvados y los putos somos ángeles perseguidos.

Nadie niega que haya discriminación o persecución, pero esta campaña me parece una manera idiota y seca de combatirla. En realidad ni campaña la llamaría, más bien es algo de lo que hablar un rato.


Para colmo, la idea parece venir de las propias organizaciones que, supuestamente, defienden a los homosexuales y los representan. Y claro, aprovechan para hacer política, como también aprovecha una periodista mediocre del Washington Post para pedir que se prohíba el uso de cámaras filmadoras, porque las filmadoras no distinguen sexualidades ¡No vaya a ser que ésto le llegue a pasar a una persona heterosexual! (“Aunque Clementi fue grabado con otro hombre, con igual facilidad se puede imaginar a un compañero de habitación que espía un encuentro heterosexual”; Kathleen Parker)


La invasión a la intimidad es un delito que ya está penado por la ley y es la ley la que tiene que juzgar el tema. Pero hay que soportar a toda una troupe de giles pseudoizquierdistas, más sentimentalistas que Doña Rosa (y con más pantalla) llorando por Tyler y pidiendo más tolerancia y justicia. Eso sin contar a la manga de trogloditas pseudoderechistas que van a pedir más mano dura a la policía y hasta quizás la abolición del Twitter y el Facebook para evitar estos lamentables incidentes (y hasta quizás después digan “¿vieron? también nos preocupan los putos”).


Y bueno, así es la vida. Supongo que cuando uno es Cindy Lauper la vida se torna un poco sosa y te dan ganas de hacer algo por la gente que vos creés buena y fundás una asociación o algo así para ayudarlos (y de paso le ponés el nombre de una de tus mejores canciones, no es cuestión de que te confundan con Madonna). Supongo que conocer la realidad es secundario cuando se trata de manipular la información en provecho propio. Y hasta el hecho de que un pibe de 18 años se quite la vida es insignificante al lado de la imagen de luchador revolucionario que querés crear de vos mismo.


Por otro lado, a muchos les parecerá cruel, pero a mí no me despierta ninguna simpatía un suicida. Una persona que elige no luchar ¿porqué debería conmoverme? Puede que se haya enfrentado con fuerzas demasiado grandes para él. Puede que estuviera enfermo. Puede que entender su muerte, la real causa de su muerte, sirva para algo. Puede quizás hasta enseñarnos algo sobre el ser humano. Pero ¿conmoverse? ¿llorar? Hay muchos putos que día a día sufren la discriminación y el acoso.


Hay locas de las que se ríen en todos lados. Está el mariconcito del curso que se tiene que sentar solo, sacarse los chicles del pelo, hacer grupo con las mujeres y aguantar unas cuantas trompadas semanales y, así y todo, va al colegio. Está el pibe afeminado de la cuadra del que todos se burlan porque se delinea los ojos y camina como mina y así y todo va a comprar el pan y la coca bancándose los insultos. El peluquero viejo al que le tiran basura o gatos muertos en el jardín o le rompen la vidriera a pedradas sólo porque se la come y así y todo sigue laburando. Están las travestis llenas de moretones que la cana les deja después de violarlas o robarles y así y todo se siguen poniendo la peluca.


Pero por esa gente no llora nadie. Nadie se conmueve ni llora por el que enfrenta esas “cositas” que tiene la vida, porque es tan cotidiano que no logra la primera plana.


Ahora, cuando uno de ésos muere golpeado, drogado o, porqué no, suicidado, ahí sí salen todos a llorar y hasta quizás hacen una misa en su memoria con los ritos de la institución que más lucha a favor de la discriminación sexual.


Y es que todavía la muerte tiene primera plana. Algunas muertes, claro, no todas. Las espectaculares, las simbólicas, las polémicas. Y eso ha sido siempre así. En la Edad Media la gente iba en tropel a ver cómo quemaban, torturaban hasta la muerte o ahorcaban a los condenados pero si se moría una mujer un niño o un anciano y no había mucha plata para el cementerio, los tiraban a la fosa común de algún convento cuando los monjes estaban rezando o peteándose en las celdas. Y si se moría un hombre, ahí sí todos se reunían alrededor del cadáver y lloraban mientras pensaban “¿y ahora quién nos da de comer?”.


Lamentablemente, o afortunadamente, la muerte siempre será la misma. Al menos lo será hasta que inventemos la inmortalidad o tengamos una vida sin muchas sorpresas como la de Elton o Ricky. O la de Ellen, que cree que va a poder cambiar algo desde el cómodo sillón de su programa de televisión y entrevistando a algún psicólogo o hablando sobre el bulling anti-gay. Sí, bulling anti gay, porque un fenómeno tan complejo y diverso como es el maltrato y la discriminación hacia los homosexuales necesita algún término fast food para que los miles de tortas, cientos de locas y decenas de heteros que ven a Ellen puedan conmoverse unos cuántos segundos en su rutina diaria sin necesidad de reflexionar mucho ni cuestionarse porqué tienen todavía un crucifijo colgando en el cuello o porqué se angustian por no poder formar una familia modelo.


Pero bueno, Ellen y cia quieren sentirse buenos y hasta quizás logren algo, porque no se puede negar el poder de los medios que manejan. El tema es que son tan rápidos que mientras yo escribo ésto ya deben estar calculando cuánto podrían ganar con una película sobre Tyler si la estrenan ya y a qué joven actor prometedor podrían usar (por favor, que sea Daniel Radcliffe o cualquiera menos James Franco, porque esa mancha en su carrera no se la perdonaría nunca, ni por sus labios de medio kilo).


Ojalá no pasara nada por un tiempo, digamos, todo Octubre. Ojalá que por todo Octubre ningún barco derramara petróleo, ningún holandés matara ninguna foca, ningún terremoto derrumbara las chozas de ningún país tercermundista, ningún milico nostálgico intente un golpe de estado ni ninguna extraña y nueva idea cruce por la cabeza de Kristina, así se quedan sin nada para hablar que no sea la muerte de Tyler Clementi. Me gustaría saber cuántos días, horas o minutos aguantan Ellen, Elton, Ricky, Cindy y demás dedicándose exclusivamente a ése tema.


Ya la veo a la Elton abandonando los escenarios y diciendo que el asunto la amarga demasiado para seguir hablando sobre ello o a la Ricky calculando cuánto y a qué cámara tiene que abrir sus ojos para quedar más linda mientras pide mayor tolerancia, o la Ellen despeinándose, revoleando papeles y gritando que a nadie le importa.


A Cindy no la quiero imaginar porque puede salir con cualquier cosa y no quiero enemistarme con Milo, si está leyendo. Igual sigo escuchando True Colors de vez en cuando, como loca ochentosa que soy. Eso tampoco va a cambiar nunca, porque otra Cindy no va a haber.